Durante siglos, el incienso ha envuelto templos, iglesias y altares de todo el mundo. Sin embargo, los estudios científicos lanzan una advertencia para los fanáticos de estos famosos palillos: el humo del incienso puede ser más perjudicial que el del cigarro.
Extraído de árboles como el olíbano y la mirra, su uso ha trascendido culturas y siglos, desde los rituales de la antigüedad hasta las prácticas modernas de meditación. En las religiones cristiana, budista y muchas otras, el incienso sigue siendo símbolo de purificación, oración y recogimiento.
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Pero ese mismo humo que parece elevar plegarias, también transporta partículas microscópicas con efectos peligrosos para la salud. Una investigación publicada en la revista Environmental Chemistry Letters reveló que el incienso puede liberar más agentes citotóxicos y genotóxicos que un cigarro convencional. Es decir, más sustancias capaces de dañar células y alterar el material genético.
El estudio, liderado por el académico Rong Zhou de la Universidad de Tecnología del Sur de China, comparó el impacto del humo del incienso con el del tabaco, usando pruebas en cepas de salmonella y en células de ovarios de hámster. Los resultados fueron alarmantes: el 99% del humo del incienso está compuesto por partículas finas y ultrafinas que, al ser inhaladas, se alojan en los pulmones, desencadenando inflamaciones y aumentando el riesgo de enfermedades crónicas como cáncer de pulmón, leucemia infantil y tumores cerebrales.
Incluso las variantes más comunes, como el incienso de agar y el de sándalo, demostraron altos niveles de toxicidad. Y aunque su fragancia siga siendo parte de experiencias espirituales y rituales de bienestar, estas evidencias invitan a replantear su uso habitual, sobre todo en espacios cerrados y sin ventilación adecuada.