Reuniones frente al computador. Una tras otra, día tras día. Todas las semanas. Por trabajo, por estudios, por entretenimiento. En el mundo distanciado socialmente del COVID-19, las videoconferencias son la norma. Pero con las nuevas configuraciones de la vida diaria, llegan también nuevos problemas.
Tras el auge de los encuentros virtuales desatado por la pandemia han surgido, asimismo, reportes sobre los efectos de este tipo de comunicaciones en
la psique de las personas. Y el agotamiento que muchos sienten después de un día de reuniones en línea ya tiene nombre, aunque sea informal: “fatiga de Zoom”, en referencia a esa herramienta para hacer llamadas por video que pasó de tener 10 millones de usuarios en diciembre de 2019 a superar los 200 millones en marzo, según reporta Forbes.}
Se conoce como fatiga de Zoom al inusual cansancio que trabajadores alrededor del mundo manifiestan sentir después de participar en una videoconferencia, independientemente de si es por Zoom, Google Meets o MS Teams. La impresión general es que son más agotadoras que las reuniones en persona.
Y lo son, aseguran académicos de la universidad de Bond (Australia). Libby Sander y Oliver Baumann, profesores de comportamiento organizacional y psicología, respectivamente, advierten que los efectos de pasar varias horas al día concentrados en hablar con otras personas a través de una pantalla nos están tomando por sorpresa.
Julia Sklar, periodista científica para National Geographic, añade que la pandemia está haciendo evidente algo que siempre ha sido verdad: “Las interacciones virtuales pueden ser extremadamente pesadas para el cerebro”.
Pero en comparación con tener una reunión en persona, ¿por qué sería más cansado hablar con compañeros de trabajo a través de Internet? Sander y Baumann explican que charlar con uno o varios colegas dentro de una oficina no solo depende de poder escucharlos y verlos a la cara.
En estos contextos, también importa la comunicación no verbal. Es decir, los tonos de voz, las expresiones corporales, la postura y hasta la distancia entre interlocutores. En discusiones presenciales, dicen los expertos, “procesamos esas claves automáticamente y podemos escuchar a la persona que habla al mismo tiempo”.
En una videoconferencia, sin embargo, “tenemos que trabajar más duro para procesar esas claves no verbales”. Hacer eso requiere más concentración y, en consecuencia, más energía.
La fatiga de Zoom también se deriva de cómo procesamos información a través de la pantalla. Un artículo de Harvard Business Review, revista empresarial de la reconocida universidad estadounidense, explica que en una videoconferencia la única manera de mostrar atención es mirar directamente a la cámara.
En la vida real es diferente: dos personas que conversan no están a menos de un metro mirándose directamente a la cara todo el tiempo. “Tener que
mantener una mirada constante nos hace sentir incómodos y cansados”, sostiene el reporte.
Y, por si fuera poco –agrega un texto sobre el mismo tema publicado en Forbes– está la capa de estrés añadida por la posibilidad de que ocurra un fallo técnico. Conexiones deficientes, pantallas congeladas y dificultades inesperadas en general, hacen que una reunión que debía durar 30 minutos se transforme en un esfuerzo de una hora.
Literatura científica sobre comportamiento puede ofrecer alternativas para contrarrestar la fatiga de Zoom, argumentan desde Harvard Business Review.
La primera recomendación es evitar el “multitasking”, es decir, no hacer varias cosas a la vez. En una videoconferencia, esto implica cerrar aplicaciones y programas que pueden interrumpir la concentración, como el correo o WhatsApp. La publicación también sugiere programar pequeños recesos en
cada llamada y entre llamadas.
Un consejo clave, concluye el informe, es reducir los estímulos visuales en las pantallas. Por ejemplo, ocultar el pequeño cuadrado donde una persona puede verse a sí misma mientras habla con otras.
Finalmente, añade Wendy Patrick, autora especializada en comportamiento organizacional, es necesario entender que hay gente cansada de tener reuniones virtuales porque tienen demasiadas. Algunas videoconferencias podrían remplazarse con un simple correo electrónico, comenta Patrick, sugiriendo que en estos casos “menos es más”.