Cerca de 690 millones de personas padecen hambre en el mundo. Esto equivale a casi el nueve por ciento de la población global y se espera un aumento de 60 millones en los próximos cinco años.
Pero hay otro lado de la moneda. Mientras la necesidad de alimentación sigue empeorando, en el 2019 más de 930 millones de toneladas de los alimentos que fueron vendidos terminaron en contenedores de basura, de acuerdo al informe “Índice de Desperdicio de Alimentos 2021”, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente junto a la organización asociada WRAP.
Juan Salazar, experto en economía circular, considera que estas dos realidades extremas se deben a que el problema de distribución de alimentos no está solucionado.
Es decir, no hay un sistema que asegure que todos los alimentos que se producen, lleguen a las personas o lugares indicados. Esta es la principal causa del desperdicio de alimentos.
Aunque se puede pensar que este problema termina en el tacho de basura, no es así. Los residuos de comida tienen efectos negativos en el ámbito social y económico, pero sobre todo ambiental.
La Organización de las Naciones Unidas plantea como uno de sus objetivos al 2030 reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial en cuanto al consumo personal. Dentro de este meta, también se espera disminuir la pérdida de alimentos en las cadenas de producción y suministro, incluidas las pérdidas posteriores a la cosecha.
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DECISIONES QUE MARCAN
¿Qué es lo primero que hace cuando abre su refrigeradora y ve que un alimento que caducó o tiene mal aspecto? Posiblemente arrojarlo a la basura. Aunque esa práctica parezca inofensiva, es la manera en que va sumando y contribuyendo a las cifras actuales: el 17 por ciento de todos los alimentos existentes en el mundo, son arrojados a la basura sin ningún tratamiento o consumo posterior.
Pero antes de conocer los factores individuales que causan el desperdicio de comida, es necesario hacer un repaso de lo que sucede durante su inicio, en el proceso de producción y posterior entrega. Según Salazar, la producción es una de las fases donde hay que tener mayor cuidado.
“Por ejemplo, en países como Ecuador, que tienen una geografía llena de montañas o valles, los agricultores o empresas encargadas de cosechar y cultivar no tienen las posibilidades de tener grandes maquinarias (que se utilizan en otras planicies) para incrementar la productividad y sobretodo prevenir que los alimentos se echen a perder por diferentes motivos como el cambio climático”.
Y si los alimentos sobreviven a los obstáculos climáticos actuales, aún corren peligro durante su distribución. Muchas veces los camiones que transportan los alimentos no tienen los recipientes adecuados para evitar que la comida se estropee, golpee o dañe.
A esto se le suma que los supermercados tienen estrictas políticas de calidad o selección. Las hortalizas “feas” o con aspecto extraño no llegan a las perchas y la mayoría terminan siendo un desecho.
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Después de todo esto, los alimentos entran en una fase decisiva: el consumo. Para la nutricionista y dietista Karen López, el desconocimiento es lo que más incentiva el consumo excesivo y como consecuencia, las grandes cantidades de desperdicios.
“Las personas no saben cómo planificar su menú. Hacen las compras al azar y al momento de cocinar es lo mismo. No regulan las porciones, por eso los alimentos se pudren, se caducan o nadie se los come cuando sobran”, señala.
Ahí empieza el verdadero impacto. Los alimentos que no son consumidos y se degradan, generan metano, un gas de efecto invernadero 30 veces más contaminante que el dióxido de carbono, que agrava el problema del calentamiento global.
¿En cifras? Las estimaciones señalan que estos residuos alimenticios son los causantes de entre el 8 y 10 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.
Eso no es todo. Como no hay un sistema de recolección público que destine días específicos para cada tipo de desecho y tampoco hay una correcta separación de los residuos orgánicos (alimentos de origen natural) desde los hogares, estos desperdicios terminan en botaderos de basura mezclados con muchas otras cosas.
Esto ocasiona que los líquidos que desprenden se unan junto a aguas subterráneas y juntos contaminen la tierra, ríos y los océanos.
EL CAMINO A LA CONSERVACION
Aunque falta mucho por hacer desde la producción y cadenas de suministro, reducir el desperdicio de alimentos desde los hogares puede marcar la diferencia.
Boris Cruz, uno de los fundadores de “La Movida Verde”, una iniciativa que busca generar conciencia sobre los hábitos alimenticios, cree que el primer paso es racionalizar lo que consumimos .
“Primero hay que saber comprar de forma planificada. Sugiero llevar a cabo un registro de lo que se compra y se usa , además de calcular bien las porciones al momento de cocinar. También, los consumidores deben verificar la fecha de vencimiento y saber que los alimentos pueden durar mucho tiempo congelados”, detalla.
A esto le añade la importancia de no tirar a la basura las frutas o verduras que no cumplen con los requisitos de forma, tamaño o apariencia que fallan son asociados con la “calidad”.
En Ecuador, cada persona desperdicia aproximadamente 72 kilogramos de alimentos al año . De acuerdo a un cálculo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), este desperdicio de comida significa una pérdida de 334 millones de dólares anuales para el país .
Todo eso ocurre mientras Ecuador sigue siendo la segunda nación con mayor índice de desnutrición crónica infantil dentro de América Latina y el Caribe.
Ganar la lucha del desperdicio de alimentos requiere un esfuerzo colectivo. La única vía para el ahorro de recursos y asegurar que la comida llegue a las personas que más lo necesitan, es que gobiernos, empresas y ciudadanos, consuman de forma más consciente y autorregulada .