Sandinistas históricos -fieles seguidores de la filosofía de Augusto César Sandino que reniegan del presidente Daniel Ortega-, sandinistas orteguistas -adeptos al actual mandatario-, y opositores diversos.
Así se compone el mapa político de Nicaragua, con diferencias que se acentuaron durante la crisis que vive el país desde el pasado abril.
Gran parte de sandinistas históricos, otrora votantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) liderado por Ortega, hoy reniegan del mandatario y claman por su renuncia, por considerarlo el artífice de la crisis sociopolítica, durante la cual han perdido la vida entre 317 y 448 personas, según diversas ONG y organismos humanitarios internacionales. El Gobierno dice que van 197.
El actual conflicto nicaragüense comenzó a consecuencia de unas fallidas reformas de la seguridad social por parte del Gobierno y se convirtieron en una exigencia de renuncia de presidente y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo.
A consecuencia de las protestas, la división política entre los simpatizantes del FSLN, ya palpable desde años atrás, tal y como reconocen diversos sectores de la sociedad, se vio agravada por discrepancias sobre la actuación del mandatario frente a la grave crisis que azota Nicaragua.
Los detractores de Ortega, pero aún seguidores de la histórica filosofía sandinista, critican que el presidente se escude tras la bandera del FSLN a la cual, consideran, ya no representa, por haberse alejado de los principios de la base revolucionaria en la que se inspiró en 1961 el fundador del partido, Carlos Fonseca.
Sin embargo, los militantes orteguistas, defensores de las fuerzas combinadas gubernamentales, integradas por policías, parapolicías, paramilitares y antimotines, abogan por la continuidad del actual Gobierno y critican a quienes luchan por la caída del régimen por considerarlo represivo.
Para los orteguistas, los "autoconvocados" y jóvenes universitarios que comenzaron las protestas el pasado 18 de abril son "golpistas y terroristas", adjetivos utilizados también por Ortega y Murillo para referirse a los nicaragüenses que se rebelaron contra lo que consideran una dictadura lejana al sandinismo original.
Los grupos ciudadanos opuestos al régimen consideran que Ortega desvirtuó en los últimos años la política real del FSLN, formación inspirada en el revolucionario Sandino, defensor de la soberanía de Nicaragua, de la clase campesina y de la población trabajadora.
Una gran mayoría de "autoconvocados" se autodefinen sandinistas "de toda la vida" y votantes arrepentidos de Ortega, al que consideraban la persona adecuada para gestionar el país. Este sector, que valora los avances que el mandatario aportó a Nicaragua en sus inicios, consideran que, desde hace cierto tiempo, perdió el rumbo y el amor a la nación que lo encumbró.
Y así, Nicaragua se convirtió en una nación de enfrentamientos entre sandinistas de facciones diferentes, confrontaciones entre opositores, discrepancias entre quienes se unieron el pasado abril para luchar contra el poder establecido y desencuentros en las mesas de diálogo conformadas para buscar el fin de la crisis.
Mientras, miles de nicaragüenses que no manifiestan sus inclinaciones ideológicas, en algunos casos por desinterés y en otros por temor a represalias, esperan pacientes el final de una situación atípica que arrancó con ríos de sangre, para pasar a la toma de ciudades por parte del Gobierno y a una inusual tensión que el presidente califica como "normalidad".
Pero la espera se antoja larga, ya que no parece que un acuerdo entre las partes esté cercano, puesto que el tan ansiado diálogo se encuentra paralizado, la ciudadanía está amedrentada y el Gobierno continua con su discurso de amor y paz como si nada anormal hubiera ocurrido en los últimos meses.
Nicaragua atraviesa la crisis sociopolítica más sangrienta desde la década de los 80, también con Ortega en la Presidencia, la cual ha modificado la vida de la mayoría de nicaragüenses por motivos tan diversos como la pérdida del empleo, la muerte de un familiar, la migración improvisada o la mordaza que sienten atada a su boca a causa de la represión.