El capitán Edgar Rosero, uno de los dos fallecidos en el accidente aéreo de La Alborada, tenía 50 años vinculado al mundo de la aviación y fue el fundador de la actual Aeroregional. Pertenecía a una familia de pilotos: su hermano falleció en un accidente similar hace 20 años. Juan José Guzmán, la otra víctima, era piloto comercial y jefe de base en el aeropuerto de Guayaquil.
Los hermanos Rosero fueron los fundadores de Aeroregional. Pero la tragedia para estos pilotos empezó hace dos décadas. Era martes 7 de mayo de 2002. Tres avionetas intentaban despegar desde una pequeña pista de tierra en la comunidad shuar de Mamayak, detrás de la cordillera del Cutucú, a 55 kilómetros al nororiente de Macas. La inusual congestión se debía a que ese día se estaba cumpliendo una orden judicial ejecutada por el fiscal de Morona Santiago. Con la verificación in situ se buscaba sustentar una denuncia del pueblo Shuar en contra de la petrolera Burlington, adjudicataria del Bloque 24 de exploración petrolera.
La primera en despegar fue una Cessna 178 al mando del capitán Hernán Rosero y perteneciente a la compañía Servicio Aéreo Regional Regair. A bordo viajaban tres altos dirigentes shuar, uno de ellos, era Joaquín Najandey, presidente de la Federación Independiente de Pueblos Shuar y, hoy, venerado como un héroe por su valentía. A las 14h30, a los pocos minutos de vuelo, la aeronave se desplomó causando la muerte de los cuatro ocupantes. Detrás, listo para despegar y literalmente observado el accidente, estaba otra avioneta comandada por el capitán Edgar Rosero, hermano y socio del piloto que fallecía.
Veinte años después, Edgar también muere en un accidente aéreo, a bordo de su propia aeronave. Viajaba de Manta a Guayaquil en la avioneta que cayó el martes 18 de octubre sobre un parque de la ciudadela La Alborada, a solo tres minutos de vuelo del aeropuerto José Joaquín de Olmedo. Los Rosero dieron vida a la empresa Servicio Aéreo Regional Regair, más conocida como Aeroregional. En 2018 la compañía fue adquirida por sus actuales dueños de origen cubano y español y que la transformaron en una aerolínea doméstica.
La primera licencia que le otorgó la Dirección General de Aviación Civil (DGAC) a Edgar Norberto Rosero Rosero, está fechada el 10 de julio de 1973 y lo acreditaba como despachador de aeronaves. Tenía entonces solo 20 años.
Los Rosero Rosero son oriundos de Ibarra, provincia de Imbabura. Tres de los hermanos se vincularon a la aviación. Solo el menor de ellos nació en Cascales, Sucumbíos, donde su padre se trasladó por motivos profesionales. El 11 de enero de 1995, en Quito, Edgar y Carlos Rosero fundaron la compañía limitada Servicio Aéreo Regional Regair con un capital inicial de dos millones de sucres. Dos años después se integró a la empresa el tercer hermano, Hernán Bayardo Rosero. Así el capital social quedó repartido con 34 por ciento para cada uno de los dos fundadores y 32 por ciento para el último socio. Al mismo tiempo trasladaron la base de la compañía, de Quito a Shell Mera, en Pastaza. Tras el accidente en que falleció Hernán, sus dos hijos vendieron la participación a sus tíos, quedando Edgar y Carlos con el 50 por ciento cada uno.
Para 2014, la aerolínea contaba con seis avionetas que transportaban entre cinco y 10 pasajeros cada una y habían abierto una base secundaria en Macas. Prestaron servicios de transporte a las comunidades shuar de la zona y también a organismos estatales. El Ecorae, por ejemplo, que en tiempos de la Revolución Ciudadana había adquirido dos avionetas ambulancia que nunca las pudo operar, debió contratar a Aero Regional para suplir la deficiencia. Así lo certifica un convenio de pago por 12 mil dólares, suscrito entre el capitán Edgar Rosero y la entonces ministra Carina Vance. “Hubo la necesidad de contratar los servicios de otras empresas por no ser operables para las avionetas del convenio MSP, Midene, Ecorae”, reza un acápite del acta.
Aero Regional también transportaba alimentos para varios programas asistenciales impulsados por organismos no gubernamentales como el Programa Mundial de Alimentos y el Proyecto protección de la selva tropical.
En enero de 2018, los dos hermanos Rosero, reunidos en Shell-Mera, decidieron vender el nombre de la compañía a los inversionistas Manuel Rodríguez, de nacionalidad española, Arturo Mirabal, cubano y, César Jaramillo, ecuatoriano. Según la escritura hecha ante la notaria sexta de Quito, la transacción se pactó en 19 mil dólares. Edgar le vendió el total de sus acciones al gallego Rodríguez, mientras su hermano Carlos las repartió entre los tres nuevos adquirientes. Así, Servicio Aéreo Regional Regair obtuvo su certificado para el transporte regular de pasajeros bajo la denominación comercial de AeroRegional.
Edgar, domiciliado en Quito, y con licencias de instructor de vuelo y de piloto de línea aérea, siguió operando en la aviación menor con sus aeronaves. Una de ellas era la Cessna TU-206 que se accidentó en Guayaquil. La avioneta fabricada en 1982, tenía capacidad para cinco pasajeros y podía levantar hasta 1.000 libras de peso.
En los últimos días y según registros del Sistema de Información de Vuelos de la DGAC, la avioneta tenía base en Guayaquil y volaba con frecuencia a la isla Puná. La pista más visitada era la conocida como Viña del mar, ubicada en el extremo occidental de la isla. El 21 de septiembre, por ejemplo, voló tres veces, ida y vuelta, entre Puná y Ayangue. El destino insular es asentamiento de camaroneras, mientras que en Ayangue están varios laboratorios de larvas. Los vuelos en esos aeródromos son frecuentes para la acuacultura.
El 14 de octubre voló a Manta, desde donde regresó a Guayaquil el fatídico martes 18. Las causas del accidente están por determinarse, pero la hipótesis que gana terreno es la de fallo de motor. Los videos muestran una avioneta planeando, buscando desesperadamente un lugar despejado para aterrizar.
El otro piloto fallecido en este accidente es Juan José Guzmán Ramírez. Tenía 32 años recién cumplidos en septiembre y de estado civil soltero. Empezó su vinculación al mundo aeronáutico a poco de graduarse como bachiller en ciencias en el colegio Nuevo Mundo de Samborondón. En 2009 ingresó al Aeroclub del Ecuador para estudiar para piloto. También ingresó a estudiar hotelería y turismo en la universidad Ecotec. Dos años después fue contratado por Lan Ecuador, sirviendo durante cinco años como encargado de operaciones en plataforma y luego como agente de servicios al pasajero. En paralelo avanzaba acumulando experiencia en el aire, sumando horas de vuelo.
Su licencia como piloto comercial la obtuvo en julio de 2017, destacándose su eficiencia en el manejo del idioma inglés al alcanzar en nivel 5 en los requisitos de la Organización de Aviación Civil Internacional. En este nivel, requerido por las grandes aerolíneas del mundo, además de hablar fluidamente, “el conocimiento de la gramática del poseedor es excepcional”. Por estas cualidades, poseía también licencia de la Administración Federal de Aviación (FAA), para volar dentro de las Estados Unidos.
Desde 2016, ingresó a laborar en la concesionaria del aeropuerto José Joaquín de Olmedo de Guayaquil, Tagsa. Fue supervisor de operaciones y desde hace un año y cuatro meses había ascendido a jefe de base. Pero su pasión de volar no la descuidaba. El año pasado voló para Alpha Wings, una aerolínea de transporte ejecutivo con sede en Quito.
“Los pilotos no mueren, solo vuelan más alto”, reza una frase póstuma en el mundo de la aviación que ha sido nuevamente recordada.
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