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Mil y una millones de noches contra el integrismo

viernes, 18 diciembre 2015 - 11:58
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Más allá de su propio mito, Salman Rushdie demuestra con una divertida y apasionada subversión de las mil y una noches el gran escritor que siempre ha sido.

Salman Rushdie es un escritor literalmente maldito: desde 1984, año de la publicación de su genial “Los versos satánicos”, una lectura del Corán llena de irreverente afecto, su vida tiene precio. La fatua del Ayatolá Jomeini en su contra, por hereje y blasfemo, lo condenó a una vigilancia extrema y permanente, pero sobre todo a convertirse en un símbolo de la libertad de expresión, un status que eclipsó su extraordinario talento literario.

Atado a la barbarie, ya no podría darle la espalda a ella, sino responderle, paradójicamente, con mayor sentido del humor y ternura. Así, no es casual que en pleno embate del ejército terrorista mal llamado Estado Islámico aparezca esta nueva obra suya, empezada lustros antes de los hechos ominosos de la actual coyuntura, una novela que no sólo opone a la sinrazón de Oriente y Occidente, sino que permite enfocar a Rushdie como el grandísimo escritor que es.

“Dos años, ocho meses y veintiocho días” acrisola lo mejor de las tradiciones de ambas civilizaciones y reivindica el poder objetivo de la ficción y la mixtura, el mestizaje o la mutua contaminación, llamémosle como queramos, alrededor de los valores humanos y divinos del humor, el juego y el pensamiento.


"El jardín de las delicias" inspira a la novela, a través de su
estructura y de uno de sus protagonistas, el jardinero
Gerónimo, tocayo de El Bosco.

Una princesa yinni (cercana a las hadas y a los genios de las lámparas maravillosas), apasionada por los seres humanos, se hace amante del sabio Ibn Rushd, mejor conocido como Averroes, en plena condena y defenestración del ilustre lector y contradictor de Aristóteles por parte de los fanáticos del siglo XII, primera horda secuestradora del Islam, que consideraron como traición su logradísimo intento de colocar a la filosofía al mismo nivel de la fe.

Ignorante de la procedencia de su compañera, Averroes/ Rushd forjará junto a la que considera una judía conversa reprimida, en apenas dos años, ocho meses y veintiocho días (o lo que es lo mismo: en mil y una noches), una entrañable e imperfecta dinastía de bastardos mitad humanos mitad divinos, que poblarán todos los rincones de la Tierra, hasta el enfrentamiento final entre las fuerzas que los constituyen.

Contada así, su trama parece lineal y predecible. El chiste reside en cómo ella se estructura, ética y caóticamente, a partir de la referencia y traición (que en arte y literatura es la forma más erótica de la admiración) de la paradigmática labor de supervivencia de la cuenta cuentos Sherezade.


A la izquierda, imagen del filósofo Averroes; a la derecha, Sherezade
encanta a su criminal en potencia con los cuentos de “Las mil y
una noches”
. Pletórico de materiales clásicos antiguos, Rushdie
ha inventado una novela plenamente actual y contemporánea.

“Somos la criatura que se cuenta historias a sí misma para entender qué clase de criatura es”, escribe un Rushdie que, mediante la bellísima descripción de este mecanismo, se transforma de repente, por medio del encantamiento del lenguaje, en un amenazado de vida antes que de muerte.

Siempre cercano al vigor narrativo y a los universos excepcionales de García Márquez, que en vida siempre defendió la obra del escritor mitad hindú mitad británico, por las decenas de mil y una noches fundacionales y refundacionales que se suceden en la novela de Rushdie transitan personajes entrañables: obispos con hijos, homosexuales de altísima moralidad, millonarios deprimidos, jardineros metafísicos, en fin, toda la famosa Dunisiada que es la estirpe bendita y maldita de la unión entre el mundo de las hadas y el mundo de los humanos.

Y, a través de los diversos relatos que constituyen esta poderosa y honesta subversión moderna de las mil y una noches, Rushdie logra reunir todos los temas que concitan el estrés y el desasosiego del mundo contemporáneo, con una sonrisa y una tenue esperanza: la de nuestra inventiva capacidad humana, vengamos de donde vengamos.

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