Tras un largo viaje emprendido por sus padres y hermanos para buscar un lugar seguro ante el avance de grupos guerrilleros y paramilitares en el departamento colombiano de Santander, el pequeño Albeiro Vargas nació en una pequeña casa de la ciudad de Bucaramanga, en 1978, en donde conoció a su abuelo Josefito.
A los 6 años, abrumado por no tener permiso por parte de sus padres para salir a jugar en la calle debido a que la zona en la que vivía estaba tomada por la delincuencia, el niño pasaba hilarantes tardes junto al anciano de 87 años, a quien le enseñaba todo lo que él aprendía en la escuela y escuchaba cuando narraba historias.
"Él trabajaba hasta que le diagnosticaron un cáncer. En ese entonces no había la posibilidad de ir a un hospital (...) Mi mamá lo atendía con los remedios caseros de la época, a su suegro, y con qué amor lo hacía, con qué compasión lo bañaba, lo vestía, le daba un cafecito mientras yo veía", recordó Albeiro en una reciente entrevista para BBC Mundo.
Presenciar los actos de bondad de su progenitora fueron un punto de inflexión en la infancia del pequeño, quien meses después comenzó a ser conocido como "el ángel del norte" en esa ciudad, por los actos de afecto y cuidado que llevaba a cabo diariamente con los ancianos que vivían cerca de su hogar.
La idílica vida de lado de su abuelo dentro del "ranchito" en que vivía acabó repentinamente meses después cuando el octogenario perdió su batalla contra el cáncer. "Apenas se murió, me fui a donde una abuelita vecina y le dije: 'Abuelita, quiero jugar con usted'. Y me dijo: 'No, usted lo que quiere es robarme y burlarse de mí'", contó.
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La inseguridad que se registraba en esa época en Bucaramanga no solo atemorizaba a la madre de Albeiro, sino también a los adultos mayores que lo rodeaban, quienes lo veían incrédulos cuando el pequeño les confesaba que quería sentarse a hablar con ellos, probablemente en un intento de divertirse tal como lo hacía con su fallecido abuelo Josefito.
No obstante, de inmediato, al pequeño se le ocurrió una forma de convencer a los ancianos. Al acercarse, no les decía solamente que quería pasar el rato con ellos, sino que deseaba que le enseñen a orar. Esta petición, en cambio, según cuenta, cosechó un éxito absoluto, pues los ancianos lo comenzaban a ver bajo otra percepción, la de un chico que buscaba a Dios.
A partir de ese entonces, Albeiro comenzó a visitar frecuentemente a los adultos mayores del barrio norteño de Bucaramanga en el que vivía después de ir al colegio, forjando una sólida amistad con muchos de ellos, que encontraban en él la compañía que anhelaban tener, puesto que, en su mayoría, permanecían casi todo el día bajo techo, aislados de la comunidad.
Un día, un sentimiento de impotencia reemplazó el de pura alegría que solía experimentar en compañía de sus abuelitos vecinos. "Llegué a la casa de una abuelita de ciento y pico de años. Eran las 3:00 de la tarde. Y yo llegué a saludarle, a buscar su amistad y me di cuenta de que la abuelita tenía la boca llena de colillas de cigarrillos", relató.
"Yo recuerdo que la regañé y le dije: 'Abuelita, ¡no sea puerca! Eso le va a hacer daño'. Y la abuelita con una lágrima en su cara me dice: 'Tengo mucha hambre, no he comido nada' (...) Créame que en ese momento yo sentí impotencia. Sentí como muchas ganas de correr, de hacer algo", contó.
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"Y sí, corrí a robarle un pan a mi mamá, a robarle porque yo sabía que mi mamá tenía muchas dificultades para darle de comer a 8 hijos", confesó Albeiro, acotando que ella se dio cuenta horas después, y, en lugar de regañarlo, llenó un termo con café y le propuso que cada mañana vaya a ofrecerle un poco a los viejitos que tanto apreciaba.
Tras aquel serie de sucesos, un par de años pasaron y el pequeño ya no solo pasaba el rato con sus amigos de avanzada edad, sino que les proporcionaba ayuda en quehaceres básicos y les ofrecía bebidas como café. A BBC Mundo, Albeiro contó que a los 8 años ya tenía unos 20 amigos de entre 70, 80 y 90 años.
"A veces los abuelitos me reclamaban: 'A ver, niño Albeiro, ayer no vino y me quedé esperándolo'. Y se volvió demasiado para mí. Fue cuando decidí conformar mi primera junta directiva", continuó, detallando que organizó a niños de su escuela para que lo ayuden, y así, sea posible que cada uno de los viejitos que conocía reciba ayuda y tenga compañía día a día.
A la cabeza de un pequeño grupo de niños de buen corazón, la fama del "ángel del norte" creció tanto que llegó a portadas de periódicos locales. Uno de estos artículos que contaba su historia llegó a las manos del periodista francés Tony Comitti, quien se decidió a encontrar al pequeño para armar un reportaje en torno a él.
Cuando llegó al peligroso barrio en el que vivía Albeiro, haciendo caso omiso a advertencias de pobladores que veían al europeo como un blanco fácil de asaltantes, Comitti encontró en cuestión de minutos a Albeiro, quien, haciendo honor a su angelical apodo, se encontraba enseñándole a leer a un anciano.
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El reportaje que el francés tenía previsto publicar en su país de origen, tan lejos de Bucaramanga, se convirtió en un corto documental, que incluyó escenas que sumieron en llanto a quienes atestiguaron su filmación, como una en la que el pequeño baña a una mujer entrada en años, que padecía de demencia, y por ello, permanecía día y noche dentro de una vivienda puesto que, si salía, podía correr peligro.
Al volver a Europa, Comitti declaró esto: "Estábamos esperando una reacción fuerte de nuestro público, pero lo que pasó fue insólito". Los bondadosos y desinteresados actos de Albeiro resonaron con intensidad en los corazones de los franceses, quienes se lanzaron a realizar donaciones en un esfuerzo por ayudar a "el ángel del norte".
Ya entrando en la adolescencia y habiendo visitado Francia para encontrarse con todas las personas que lo admiraban, Albeiro recibió una gran suma de dinero proveniente de la embajada francesa en Colombia, la cual, siendo administrada por su madre, fue utilizada para adquirir una casa abandonada en Bucaramanga, en la que decenas de viejitos encontraron cobijo y amor.
Los actos de servicio por parte suya nunca se detuvieron. De hecho, se expandieron. Con el paso de los años, aún después de su boom mediático, la organización que el "el ángel del norte" creó se consolidó como la Fundación Albeiro Vargas y Ángeles Custodios, que, actualmente, ha llegado a lograr hitos en esta materia de cuidado al capacitar a los cuidadores de más de 5 mil ancianos desamparados.
"Hay un grupo de trabajo de 90 empleados y no somos suficientes", dijo Albeiro a BBC Mundo, ya con 45 años y una larga historia a sus espaldas, reiterando que las donaciones desde cualquier parte del mundo representan una ayuda esencial para que pueda seguir protegiendo a cientos de viejitos, tal como lo hacía cuando era niño.