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Ecuador en riesgo: “Una democracia fatigada puede incubar autoritarismos”, alerta Manuel Alcántara

"El descontento se proyecta en el desarraigo con respecto a las instituciones y en la tendencia a no valorar la democracia en sí misma."

lunes, 16 septiembre 2024 - 08:30
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Los ecuatorianos hemos acudido en 24 ocasiones a las urnas, desde 1978, para elegir Presidente o Vicepresidente, en primera o segunda vuelta. Cuando el país volvió a la vida democrática, votaron dos millones de personas. En 2025 habrá 13,7 millones de electores. Pero, ¿se ha fortalecido la democracia en este tiempo? Parece que no. Con 16 binomios en camino a la nueva campaña electoral y con un país que no logra superar la inseguridad y el desempleo, mucho sienten que el sistema les ha fallado.

En esta entrega, lo analiza Manuel Alcántara, analista político, investigador y catedrático español con amplia trayectoria. En 2018 describió las costuras del sistema, cuando enunció el concepto de “democracia fatigada”.

El tiempo le da la razón seis años más tarde. Ahora apuesta por buscar las “Huellas de la democracia fatigada”. Ese es el título de su más reciente libro.

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Alcántara atiende a Vistazo esta entrevista por vía telemática. Hay un tema inevitable. Venezuela fue una democracia fatigada hasta los años 90. Ese fue el caldo de cultivo para la llegada de un caudillo carismático y autoritario, que heredó el poder a un sucesor que hoy se aferra al cargo. En ese espejo deben mirarse otros países de la región.

$!Manuel Alcántara

¿Qué significa hablar de democracias fatigadas? ¿Cómo aplica esto a Venezuela?

La tesis que defiendo desde 2018 hace referencia a procesos políticos que, siendo democracias, tienen problemas de distinta naturaleza y que yo he aglutinado bajo el calificativo de fatigada. Venezuela no entra en esa categoría porque no es una democracia, ya traspasó los umbrales de los regímenes autoritarios hace tiempo. Más bien, lo que podemos entender es que Venezuela podría ser el espejo al que muchos otros países pueden llegar, si sus sociedades mantienen esos elementos de fatiga.

Antes de la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela, ¿la democracia en ese país ya daba signos de fatiga?

Exactamente. Eso se vio en toda la década de los años 90, del Caracazo, de la salida de Carlos Andrés Pérez, con un juicio político. Luego, la llegada del presidente Rafael Caldera, que llegó como un candidato independiente, conviene no olvidarlo, contra su propio partido, a pesar de que era uno de los hombres con mayor trayectoria política dentro de su país. Síntomas de la fatiga: un sistema de partidos absolutamente atomizado; la gente descontenta por una serie de políticas públicas. El voto se iba a entregar al primero que llegara, pudo ser Irene Sáez, exalcaldesa de Chacao. El vencedor fue un hombre con un verbo muy fácil, que inauguró el último período de la democracia fatigada en ese país. Este hombre no tenía en su cabeza la idea de una democracia que respetara instituciones, ni pesos ni contrapesos. Él llegaba en un momento de agotamiento, en medio de un gran clamor popular. Hugo Chávez manipuló muchas cosas, pero no manipuló los resultados de elecciones; porque él tenía apoyo.

Pero las cosas se complicaron luego de su muerte, en 2013.

Su sucesor, Maduro, no tenía y no tiene, ni el carisma ni la capacidad de llegar a la gente. Su veta autoritaria, que ya estaba presente en el régimen, se iba a ir consolidando. Que la oposición estuviera dividida solo facilitó las cosas. En las elecciones de 2018 se dio un mayor deterioro. El escenario de Guaidó fue confuso, generó una situación anómala. Llegamos al escenario del pasado 28 de julio. Los resultados no fueron claros y el gobierno no aportaba una prueba convincente del triunfo, lo que confirma es un proceso de profundo desarrollo de la vía autoritaria, al no reconocer la voluntad popular.

¿En países como Ecuador vemos indicios de una democracia fatigada?

Recordemos las ideas básicas para considerar que hay democracia. Lo primero es que tiene que haber una democracia electoral. Esto es, que las autoridades son producto de elecciones libres, competitivas, observadas por actores independientes. Esto se ha dado en Ecuador. Partimos de que sea una democracia electoral. Venezuela no lo es; Nicaragua tampoco. El Salvador nos deja dudas. La fatiga se expresa en el descontento de la gente, que se traduce en la poca valoración de las instituciones representativas. El ejemplo obvio es Perú, que tiene el porcentaje de apoyo a la Presidenta y al Congreso más bajo de América Latina.

¿Qué implica el descontento y a qué se debe?

El descontento se proyecta en el desarraigo con respecto a las instituciones y en la tendencia a no valorar la democracia en sí misma. Hay una cuestión actitudinal de una sociedad que está cansada por dos grandes vectores. Uno es la propia revolución digital. Hay dos autores, Byung- Chul Han, pensador coreano, habla de la sociedad del cansancio. Zygmunt Bauman, años antes describió a una sociedad líquida. Por un lado, tenemos problemas de una sociedad que enfrentó cambios de intensidad enorme en poco tiempo. Por otro, la gente ve que no se cumplen expectativas, la de vivir mejor que los padres, que no haya violencia, que no haya corrupción. La violencia y la corrupción son los dos grandes cánceres de la sociedad actual; están presentes en América Latina. Otro factor es que los grandes partidos políticos prácticamente han desaparecido, en Ecuador serían las elecciones de 2006 que marcaron este escenario. Los partidos no son necesarios para la maquinaria del poder. Es un momento diferente, esto produce un efecto de cansancio frente a una política que conocíamos.

El peligro es que aparezca una figura de alto carisma, un caudillo.

Esta cultura política del caudillo, con más de 200 años, es una especie de atavismo de la región. Lo vemos en otros países del mundo, hablo de esta suerte de personalización. El ejemplo del presidente francés es interesante. Macron llegó a la Presidencia hace ocho años, sin partido político, con el grupo ‘En Marcha’. En las recientes elecciones esa agrupación ya no existe. Esta licuación de valores que vive la sociedad contemporánea se traduce en la desaparición de los partidos que generaban cierta sensación de permanencia, los partidos fueron útiles, pero hoy estamos en un momento de trágica descomposición. Probablemente muten a formas, pero aún no sabemos cómo.

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En Ecuador hay 16 postulantes en embestida por las presidenciables, sin importar partidos.

Costa Rica aparece entre los tres primeros lugares de calificación de la democracia, su Presidente ha usado y cambiado partidos políticos. En Brasil, Bolsonaro siendo presidente cambió de partido político. Es un signo de los tiempos que vivimos.

¿Esto abona el terreno para los outsiders?

No olvidemos que hubo outsiders en América Latina. Alberto Fujimori fue uno de ellos. Pero la sociedad ya no es la misma. El ejemplo de Bukele es fantástico, él construye desde las redes sociales de manera profesional un relato, una narrativa. No sé si la gente sabe que tiene 500 personas manejando, día y noche, sus redes sociales, por eso es conocido en América Latina. Este hombre aparece como el salvador, y elimina los obstáculos que le van poniendo frenos. Pone en la magistratura a sus amigos, cambia el electoral. Esa nueva política no se puede entender sin la revolución tecnológica y digital.

¿Hoy el debate sería quién tiene más seguidores en Tiktok?

Ciertamente. Y cuántas horas pasamos conectados. A los estudiantes les pregunto el tiempo en promedio de la última semana, en que han estado conectados. Su promedio es ocho horas conectados al teléfono. Esto definitivamente incide en la política.

Si los candidatos, y luego los políticos, nos venden narrativas de la realidad por redes sociales. ¿Qué podemos hacer los ciudadanos?

Hay valores en los seres humanos que tenemos que seguir reivindicando, arranquemos con la responsabilidad. Ser responsables de nuestros actos. Pero para ello primero debemos tener conciencia. No quiero ser pesimista, pero hay momentos de higiene mental, que son necesarios. Que la gente se dé cuenta que estamos perdiendo la libertad, y que esto no es gratis. Las nuevas formas de hacer política pasan por ahí. Algunas pueden ser positivas, el contacto directo a los ciudadanos con el poder.

¿Qué camino ve para Venezuela, o es algo no viable? ¿Le espera el destino de Cuba?

Venezuela tiene una sociedad civil muy activa, con gente crítica, medios críticos, sociedad civil, intelectuales. Cuba vivió un secuestro de la sociedad, esta es una manera de describir este adoctrinamiento de la sociedad, en los primeros 10 años, hablemos de la década de los 60. Eso no ha pasado en Venezuela. Pero va a ser difícil, todo va a depender de factores que sabemos que están ahí pero que no sabemos cómo van a funcionar. Son tres. El primero es la gente, si va a seguir saliendo, o van a ser contaminados por infiltrados, hasta dónde va a llegar. El segundo es el liderazgo de ambas posiciones. Y la coyuntura internacional. Venezuela tiene tres grandes padrinos, China, Rusia e Irán. Ni Estados Unidos ni la Unión Europea buscarían tener problemas. Estos tres puntos pudieran incidir en que cuestiones mínimas terminen decantando un giro. Pero soy pesimista, no veo salida a corto plazo.

Maduro y Putin representan, cada quien en su propio contexto, modelos que llevan 25 años en el poder. ¿A Rusia le conviene el discurso de la democracia fatigada?

No podemos mirar a otro lado y decir que la democracia no tiene problemas. Lo digo como académico. Cuando hablo de democracia fatigada es que algo le pasa a la democracia. La democracia sigue siendo la que estudiamos clásicamente, que se basa en que el poder es elegido por el soberano, hay división de poderes y se basa en un Estado de derecho. La primera vez que lo escribí fue en 2018 y han pasado seis años. Lo que he escrito estos últimos cuatro años, desde 2020, es la búsqueda de las huellas que va dejando esto. La pandemia cambió en muchos sentidos las relaciones con la cotidianidad.

¿Cómo salimos de la fatiga?

Volvernos conscientes de que el mundo cambió radicalmente y entender que esto es más complicado de lo que pensábamos. La democracia tiene instrumentos en sí misma para regenerarse. Tiene capacidad de abrir debates y de plantear nuevos temas. Y de incorporar gente que pudiera en cierto momento estar excluida.

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