Desde mediados del siglo pasado, la humanidad empezó a volverse consciente de que las revoluciones industriales, que tanto progreso habían generado, podrían además terminar en la extinción de la especie. Desde aquel despertar, pasaron casi cuarenta años hasta que al menos nos hayamos podido organizar e intentar discutir sobre cómo enfrentar el mayor problema de nuestra historia: La destrucción de la naturaleza producto de nuestro modelo lineal de consumo, basado en la extracción, la producción masiva, el consumo y el desperdicio indiscriminado, sin importar la eliminación progresiva del ecosistema planetario.
Veinte años más tarde y ya en el presente, sintiendo el inicio de los efectos globales de este probable apocalipsis (como son por ejemplo el cambio climático e incluso la misma pandemia), cada nación empieza a mirar hacia su interior, intentando a la vez educar a todos sus habitantes sobre las riquezas que se han olvidado, pero que deben proteger a toda costa para poder sobrevivir. El dinero no se come, dicen muchos, como uno de varios ejemplos usados para intentar que comprendamos la dolorosa realidad.
Dentro de ese proceso de cada sociedad, encontramos que existen grandes diferencias entre países, y que algunos territorios disponen de una mayor riqueza natural que otros. Entre los afortunados de esta nueva cosmovisión se encuentra nuestro país.
El Ecuador es una de las joyas de la corona por su naturaleza y los ejemplos podrían ser muchísimos, pero por motivos de tiempo, pongamos en la mesa los siguientes: Dentro del Ecuador se encuentran sitios considerados por la comunidad científica como los lugares más megadiversos. Aquí viven alrededor de un 6% de especies de todo el planeta. Contamos con la mayor cantidad de ríos por unidad de área a nivel global. Por si estos ejemplos fueran insuficientes, podemos decir que hasta tenemos unas islas tan únicas, que desde aquí se inspiró la Teoría de la Evolución. Definitivamente este pedacito de tierra y agua ha sido bendecido en abundancia por Dios.
A pesar de ello, aún seguimos pensando equivocadamente que el progreso del país vendrá de otro lado, incluso a costa de toda nuestra verdadera riqueza. Seguimos manteniendo grandes poderes destruyendo lo que nos da de comer y beber, para conseguir los papeles monetarios que a la final terminan siendo acumulados, en gran medida, por ellos mismos. La ceguera es tan impresionante, que incluso gran parte de nuestros representantes en el poder público vienen predicando esta oscura lógica sin siquiera chistar.
Los últimos años de administración ambiental han sido un desastre y un terrible retroceso; por ese motivo, la decisión del nuevo nombre en la cartera de estado, convirtiéndose en el flamante Ministerio de Ambiente, Agua y Transición Ecológica (MAATE), fue percibida por muchos de nosotros con optimismo, pese a que el Gobierno actual no haya tenido una propuesta de “gobierno verde” durante su campaña electoral.
El positivismo debe convertirse en realidades, puesto que hay problemas que no pueden esperar en materia ambiental, existiendo varios frentes abiertos para el MAATE y su aún corta gestión de alrededor de siete meses. En materia de conservación, por ejemplo, nos encontramos que los índices de deforestación del país no han sido actualizados por varios años, pese a que veníamos siendo uno de los países de la región con mayor tasa de tala de bosques de la región.
En el área de la explotación de recursos no renovables (como la minería o el petróleo), tanto de forma legal, como también ilegal, se puede reflejar que no tenemos una solución real para evitar sus impactos en el ecosistema, que pueden terminar contaminando nuestras fuentes de agua de forma irreversible.
Los problemas también se expanden hacia el correcto manejo y explotación de recursos naturales, como por ejemplo, la destrucción de bosques tropicales para la producción ilegal de productos como la balsa, e incluso el aniquilamiento incidental de especies como los tiburones, producto de la falta de control en la pesca de nuestro principal banco de proteína natural (incluso con el beneplácito de la Asamblea Nacional que decretó una moratoria en este tema).
El problema no se aleja de cada uno de nosotros. Las ciudades donde habitamos son las grandes destructoras del entorno natural, puesto que la enorme mayoría de nuestros desechos terminan contaminando todo lo que nos rodea. Nuestros municipios apenas tratan un 12% de las aguas servidas, enviado pavorosas cantidades de desechos líquidos a los ríos del país, los cuales están severamente contaminados, teniendo un líquido no apto para el consumo humano.
Con los desechos sólidos en cambio, apenas somos capaces de reciclar un 5% del total, enviando decenas de miles de toneladas por año a sistemas ineficientes, como los botaderos a cielo abierto, desde donde muchísimos contaminantes se filtran hacia el ambiente, entre ellos el plástico. Menos de la mitad de las ciudades tienen rellenos sanitarios, e incluso, muchos que tienen estos sistemas estarían arrojando aguas putrefactas de los desechos sin ningún control que sea eficiente para evitarlo.
Así como la humanidad se dio cuenta hace casi setenta años de su probable extinción, producto de la destrucción que genera; los ecuatorianos, liderados por sus representantes, deben entender que la única salida para nuestro país es poner a nuestra naturaleza como el corazón de todo nuestro modelo económico. Esta comprensión debe volverse una realidad, la cual, en tiempos de lucha contra el Cambio Climático, incluso nos puede permitir alcanzar un desarrollo que permita erradicar la pobreza de nuestro pueblo. Esta oportunidad ya ni siquiera es algo nuevo; países como Costa Rica se han convertido en los líderes de esta transición, demostrando al mundo que un futuro de armonía con el planeta puede ser posible.