Comienzo señalándole señor presidente, que he sido un entusiasta por su llegada al poder, como muchos ecuatorianos veíamos en su nombre un cambio de rumbo urgente de la corrupción, la inseguridad y el alejamiento del fantasma del caudillismo que le antecedió. Hoy, dentro de la agenda país, usted está próximo a defenderse de un juicio político por corrupción (que si bien sostengo la causal aprobada es muy débil en su contra) no deja de ser menos verdad que la corrupción en su mandato solo se ha multiplicado.
La inseguridad será con creces el más ingrato recuerdo que deje su administración, enaltecida ahora con la equivocada medida que autoriza el uso y porte de armas para civiles (crónica fatídica de violencia anunciada). Y del fantasma del caudillismo, pues no solo que logró usted revivirlo, sino que lo ha empoderado y para muchos incluso dejándole una vía pavimentada para su inminente retorno.
Dicho esto, está claro y entiendo que usted pasa por sus horas más oscuras dentro de su administración, debe ser muy difícil navegarlo en un mar de aduladores que están allí para decirle que sí, mientras usted quien evidentemente (no conoce y no tiene porqué conocer de todas las materias) se deja convencer que de alguna manera lo está haciendo bien, en lugar de rodearse de especialistas en cada materia que buscan el éxito del país y por ende, de su administración.
El manejo de las relaciones internacionales es una de las carteras más sensibles que tiene un país, misma que hasta ahora era una de las pocas ramas del Estado que sostenidamente lo estaba haciendo bien. Iniciado su mandato, usted eligió nombrar a un Canciller de carrera, un hecho que fue aplaudido hasta por sus detractores, principalmente porque el elegido englobó lo que un verdadero diplomático debe ser.
Usted, sin embargo, decidió separarlo al poco tiempo del cargo porque quiso nombrar en su reemplazo a quien para muchos era visto como su delfín o sucesor político, quien logró continuar la agenda de su antecesor, pero que acaba de renunciar a la Cancillería porque claramente su horizonte no pasa por seguir una carrera en las relaciones internacionales, sino por ser un político con su propia agenda y sus propias aspiraciones personales.
Urgía por lo tanto mantener la institucionalidad dentro del servicio exterior. Cuenta usted con un vicecanciller de primer nivel y si optaba por una cuota política, estaba Presidente en la obligación de entenderla a través de la figura de alguien quien por sus credenciales académicas o profesionales en relación directa con esta sensible materia, pudiese sumar.
Pero, que de toda esta coyuntura usted solo haya entendido que debe nombrar a una nueva persona para esta segunda parte de su mandato, con nula experiencia ni preparación en Derecho, Ciencias Políticas o Relaciones Internaciones, evidencia no solo una falta de aprendizaje de su parte, sino que ante la adversidad parecería incluso que sus malos asesores solo le están ayudando a enterrar aún más la cabeza.
El nuevo canciller se lo percibe como alguien netamente temporal por la coyuntura inmediata que le exigió nombrar a un servidor de su confianza, posesionándolo incluso en una improvisada ceremonia, que de lo único que atestó fue de la poca preparación y escaso análisis que se dio para encontrar al nuevo funcionario que ocupe tan alta dignidad. Hablamos de alguien allegado a su círculo íntimo que se prestó (muy indebidamente en mi criterio), que aceptó subirse al barco en medio del tsunami que navega este Gobierno, pero sépalo bien y con toda entereza Presidente, y se lo digo con mucho respeto y franqueza, al nuevo Ministro de Estado también, a quien solo conozco por su nula experiencia en esta rama: “el primer acto de corrupción, es aceptar un cargo para el que no se está preparado”.