La maternidad me cambió la vida— y también cambió a mis empresas
Hace cinco años no hubiera creído que hoy estaría escribiendo esto, o que en este tiempo hubiera tenido a dos príncipes– y cuatro empresas.
Es más, hace cinco años, ni siquiera tenía un plan de negocios claro: solo cierto amor por las manualidades y una gran afinidad a hacer «cosas lindas».
Hoy me miro al espejo y digo «guau, cómo logramos esto», y siempre que alguien me pregunta cómo lo hago, siempre respondo «se lo agradezco a mi depresión posparto».
Nadie nos habla del posparto. Creo que toda la sociedad romantiza a la maternidad (y por miedo a los demás, con el pasar de los años, uno también termina haciéndolo). Poco a poco nos vamos perdiendo, luchando día a día para lograr todo lo que escuchamos que tenemos que hacer: una lactancia perfecta, volver pronto al trabajo, volver a ser esposa, amiga, hija, y hacer diariamente la vida propia de una superheroína– todo eso sin darnos un tiempo para pensar en que nuestra vida cambió, y que nuestras metas y sueños se tienen que ajustar a nuestra nueva realidad.
Haber sufrido depresión posparto con Sebastián, mi primer hijo, fue lo mejor que me pudo pasar. Así fue como entendí que la maternidad no tiene que ser un conflicto constante entre lo que la sociedad espera de mí y lo que yo puedo ser, sino que más es cumplir con lo que mis hijos esperan de mí; lograr entender esto fue la clave para poder dar el siguiente paso.
Mientras los meses pasaban me cuestionaba muchas cosas: si era mala mamá por no haber logrado una lactancia perfecta, o por no haber dejado todo a un lado y dedicarme mejor a ser madre a tiempo completo. Siempre había una parte de mí que luchaba día a día para lograr dedicarles el mismo tiempo a las dos partes: a la maternidad y al emprendimiento. Siempre quería ser excelente en ambas cosas, no quería abandonar mis negocios, pero tampoco quería perderme una sonrisa de mi príncipe. Poco a poco me dí cuenta de que él quería tener una mamá feliz y no una mamá frustrada.
Fui a terapia tres veces; tras esto, creí que todo estaba manejado y bajo control, pero mis empresas no crecían, y yo no tenía ganas de crear. Había elegido mantenerme en una zona neutral, segura para todos, para lograr así ser esa superheroína que escuchaba por todos lados que tenía que ser– esa mamá multitasking que todos aplauden y normalizan.
Llegó Joaquín y con él se abrió una herida que no aún había sanado, una herida que no había permitido que se curara bien y del todo, que sólo guardé tras el velo de pensar que todo marchaba bien. Volví a ir a terapia y me dí cuenta de que había puesto a mi hijo y a mis negocios en un lugar aparentemente seguro, aunque imaginario, resguardándolos innecesariamente de los colores que podrían terminar por aportarles a sus vidas.
Cuando me dí cuenta de que estaba siendo lo que el resto esperaba de mí, sin ser lo que yo esperaba de mí, volví a nacer y aprendí nuevamente a respirar; después de ese instante todo volvió a florecer, y volví a crear.
Mis empresas volvieron a llenarse de colores. Comencé a crear nuevos negocios. Lancé una academia en línea para ayudar a que otras mujeres disfruten de sus empresas tanto como yo lo hago todos los días– y hasta abrí un restaurante. Todo esto a la par de elegir ser la mamá que mis hijos necesitaban.
Justo ahí me di cuenta de que mi depresión posparto me estaba ayudando a construir y alcanzar las metas que siempre quise superar; me rediseñé, encontré la fórmula perfecta para ser la mamá que mis hijos querían sin descuidar lo que mi corazón necesitaba.
¿Es fácil? No; lo hacemos parecer fácil porque la sociedad nos lo exige. El éxito es no olvidarnos de lo que somos, y no permitirnos postergar lo que queremos hacer por miedo a ser juzgadas. Cada una tiene que ser capaz de diseñar su maternidad soñada desde la realidad que puede vivir.
Ser mamá es la locura más linda que me pasó; es soñar con ellos diariamente, y escucharlos decir «tú todo lo puedes, mamá» en esos días en los que solo quiero cerrarlo todo y dedicarme no más a pintar– ellos son lo que hace que todo valga la pena.
El legado que amaría dejarles es: que sean libres para hacer lo que quieran, porque solo de esa manera van a saber encontrarse y saber lo que les hace felices de verdad, y les permite descubrir sus talentos. Y con ello –con sus talentos– mejorarlo todo, porque el talento no es solo para llegar a fin de mes, sino para regalarle a los demás lo mejor de uno, y hacer de este mundo un lugar mejor.