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La comida recuerda lo que te calmó

Estoy leyendo el último libro de Marian Rojas Estapé, Recupera tu mente, reconquista tu vida, y he tenido que hacer una pausa antes de seguir leyendo para escribir y desarrollar esta idea.

Durante los primeros capítulos e intuyo continuará hasta el final, ella dice: “la mente recuerda lo que te calmó” y habla cómo los caminos neuronales que se van trazando y los sistemas de recompensa van pavimentando esos caminos cada vez que nosotros escogemos algo que nos tranquiliza, sobre todo cuando lo hacemos de manera repetida.

Desde mi profesión como nutricionista puedo corroborar cómo la comida se ha convertido en unos de los calmantes favoritos; antes que pienses si está bien o mal, quiero decirte que todos somos o hemos sido en algún momento, comedores emocionales y eso es normal.

Comer para calmarnos está casi que inscrito en nuestro código genético. Desde que nacemos, la comida ha funcionado para calmarnos. Esto lo podemos observar claramente cuando un bebé automáticamente se calma con el pecho materno o un biberón. Desde muy pequeños hemos sido condicionados a usar la comida para relajarnos. El problema en realidad no es la comida en sí, esta es la solución. El problema es lo inconsciente que somos al hacerlo y también que lo usamos como única herramienta para gestionar una emoción.

Para poder salir de ese bucle, lo primero que debemos hacer es tomar consciencia de lo que nos pasa, cómo nos sentimos y qué herramienta escogemos. Cuando somos conscientes, somos capaces de identificar y verbalizar lo que nos pasa y así es más fácil saber qué estrategia es la más adecuada para el momento. Aquí algunos ejemplos:

“Estoy triste, necesito un abrazo”; “Estoy cansada, necesito una siesta”; “Estoy con demasiadas cosas encima, necesito ayuda”; “Me siento sola, voy a llamar a una amiga”;

“Tuve un mal día en el trabajo, quiero distraerme”; “Estoy aburrida, voy a leer”.

Cuando sentimos ansiedad, estrés, tristeza, frustración, y sólo recurrimos a la comida, no sólo no reconocemos lo que nos pasa, porque lo hacemos de manera automática y sin pensar, sino que no aprendemos a gestionar nuestras emociones. En un taller que tuve sobre ansiedad y alimentación hace algunos años con la psicóloga Ariadna Chiriboga, ella nos explicó, cómo desde pequeños sabemos cómo actuar en caso de una herida física y recurrimos al botiquín para encontrar la “cura”. Ahí tenemos gasas, curitas, alcohol, agua oxigenada y demás. Sin embargo, cuando nos sentimos incómodos con alguna emoción, no sabemos qué hacer. Ella nos invita a armar nuestro botiquín o caja de herramientas emocionales, en las que podemos poner no sólo la comida, sino encontrar otras estrategias que nos funcionen. Para cada persona ese botiquín será único.

Desde entonces lo aplico en mi consulta con mis pacientes y los animo a ustedes también hacerlo. Es una actividad muy interesante que nos da la oportunidad de autoconocimiento, además de ser muy efectiva, si la utilizamos con frecuencia para ir trazando nuevos caminos neuronales y así fortalecer nuevos hábitos.

Botiquín emocional: Leer, caminar, escuchar podcast, ir a terapia, escribir, hablar por teléfono, rezar, lavar platos, hacer limpieza de escritorio, meditar, correr, abrazar a mi mascota, ver series en familia...

La comida nos puede calmar, es verdad, pero no es una estrategia sostenible en el tiempo y puede llegar a ser contraproducente para nuestra salud si no usamos otras herramientas para manejar nuestras emociones. Evitemos condicionar sobretodo a los más pequeños con el chupete después de la vacuna, el helado para calmar un berrinche o animarlos después de un día triste sólo llevándolos a comer. Tengamos siempre presente, que “la mente recuerda lo que te calmó”. Tú eres el responsable de escoger tus “calmantes”, esos que te funcionan y que te convienen.

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