Las flores que florecen a pesar de la guerra mientras se recogen los escombros
Nina Mikolaia tiene 78 años, una casa destruida y un campo lleno de tulipanes rojos. Ha sido muy feliz en el que fue su hogar los últimos 19 años. Las bombas destruyeron el tejado y la obligaron a trasladarse a la vivienda de al lado, la de sus vecinos, porque su hija vive en la ciudad y ella no quiere perder de vista su campo repleto de flores.
Hace un día soleado y esta mujer “muy mayor”, según se describe ella misma, está quitando de su campo metralla de las bombas y pedazos de su casa destruida porque quiere limpiar sus flores de todo lo que huela a guerra y sobre todo replantar las zonas destruidas con cultivos.
Los técnicos municipales le dijeron que con la casa no había nada que hacer, y eso que sigue en pie. La estructura está dañada y no se puede sostener el techo agujereado con una inversión pequeña, así que Nina Mikolaia no pierde el tiempo en pensar qué va a hacer.
El día de la explosión estaba recostada sobre el sofá cuando escuchó todo desplomarse a su alrededor. Su hija se llama Tania y aún no se cree que su madre esté viva. “Doy todos los días gracias a Dios. ¿Qué más da la casa? La reconstruiremos seguro, cuando tengamos dinero”.
Ella quiere que su madre se vaya con ella a la ciudad pero la mujer no consiente en dejar Baryshivka, así que cuando tiene un rato va a echarle una mano. “No, no estoy reparando nada. Solo estoy limpiando esta zona porque aquí había muchas flores y estoy haciendo sitio para ellas”, dice a EFE.
La bomba destruyó también su granero y el cine que había enfrente de su casa. Nina se pone a recolectar flores. Tendrá en su campo más de un millar pero no son para vender sino para alegrarle la vista a ella y a los amigos que vayan a verla, a quienes siempre les regala.
Le da pena su casa, su cocina, su habitación, pero no se preocupa en exceso. Cree que se va a morir pronto, por la edad, y de momento está bien viviendo con sus vecinos. A su marido ya lo enterró hace unos años.