De niño era capaz de dibujar de memoria todos los próceres que salían en las carátulas de los cuadernos escolares y hasta los veinte años vivió expresando su talento por el dibujo y la pintura sin estilo propio.
“Fui seguidor de Guayasamin luego me apasioné obsesivamente por Picasso. Al ser padre comencé a ir al campo otra vez y sentí una conexión muy personal con la naturaleza. Los artistas pintamos lo que vivimos”, acota el hombre cuyo hogar es una casa antigua de adobe y madera, restaurada y asentada dentro de una finca en Amaguaña en el Valle de los Chillos.
Lea también: Guayaquil acoge la primera exposición individual de Miguel Varea con obras inéditas.
Ricardo pasa en su casa y cuando sale más de dos días quiere regresar corriendo. Ha llevado pintura a distintos lugares del planeta, entre ellos Lima, Caracas, Valparaíso, Washington, Miami, Seúl y Ginebra pero su verdadero mundo tiene las dimensiones de Amaguaña.
Pinta todo el día, no importa que tenga una idea o no, se sienta con un pincel en mano y que venga lo que venga. No tiene horarios, muchas veces no sabe qué día es.
“A veces me levanto en plena noche para pintar, no lo puedo controlar”, evoca el pintor cuya esposa curadora de arte ya está acostumbrada a esta rutina “de loco”.
“No tengo horarios ni jefes, soy libre y feliz, hago ejercicio todos los días, soy vegetariano, me baño en agua fría y cada día el sonido de la cascada, el trinar de las aves y el ruido de las ramas de los árboles me inspiran”, evoca el artista cuencano tan especial como autentico.
Lea también: Agenda de conciertos de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil por fiestas julianas.
En su última exposición “Sosiego” en el Country Club de Guayaquil se exhiben muchas obras que no son más que postales que Ricardo ve desde su hogar.
“Vivo en la misma armonía de mis cuadros. La humanidad está en decadencia, solo nos queda la naturaleza”, expresa el hombre que se define como contemplativo, intuitivo y egoísta.
“Soy empírico, con el tiempo adquirí más técnica y seguridad. Pinto el espacio en el cual puedo sentirme libre”, detalla el artista que pinta escuchando ópera y romantizando la realidad.
“Retrato lo que veo pero si puedo arreglar una ramita rota lo hago, el arte suele magnificar la realidad”.
Lea también: Mariasol Pons Cruz: De licenciada en derecho a escritora aclamada por una editorial reconocida.
Ricardo estudió arquitectura en los 80 y rechazó una propuesta para ser cónsul en Paris, siempre supo que pintar era demasiado envolvente y demandante. Es fiel a su vocación y disfruta el camino recorrido.
“Viví en Galápagos hace 35 años y tengo muchas imágenes en la cabeza, ahora me siento capaz de pintar las grietas que tengo almacenadas en la memoria”, cuenta el pintor que mezcla el óleo y el acrílico sobre la suavidad del lienzo.
“Con el acrílico pinto los espacios, el óleo me da más relieve para los detalles. Unir las dos técnicas me permite lograr perspectiva y profundidad en las obras”.
Dávila nunca dejó de ser romántico y sencillo. Su primera pintura la plasmó sobre un plato de barro con un tema navideño que aún conserva en su taller.
Pasaron cuatro décadas pero se sigue maravillando a diario contemplando el ciclo de la vida en las afueras de su hogar. Las mariposas, los colibríes y los ríos adornan una realidad que dibuja y pinta con unas manos que parecen cuidar de la especie más inocente.
“Siempre el arte es un motivo de respiro, una ilusión por vivir”, finaliza.