Katalin Karikó es una de las de las científicas más influyentes del planeta.
Ha trabajado a la sombra para hacer descubrimientos fundamentales que ayuden y hagan posibles las dos principales vacunas que pueden salvar al mundo del COVID-19.
Reside a las afueras de Filadelfia, en EE. UU., país a donde fue para hacer el doctorado en 1985 y donde se quedó. Estudió biología en Hungría.
Esta bióloga es la promotora de la nueva forma de hacer vacunas de Pfizer y Moderna las con ARN mensajero para hacer que las propias células creen una respuesta contra los agentes externos.
Es decir, produce todas las proteínas que necesitamos para movernos, ver, respirar, reproducirnos, vivir.
“El ARN es algo completamente natural que está hecho de nucleótidos de plantas. No se utilizan bacterias ni nada desconocido. Los prototipos llevan en uso más de 10 años y son completamente seguros”, explicó Karikó.
Pero potenciar este estudio no fue tan sencillo. Llevarlo a cabo le costó un puesto de profesora en la Universidad de Pensilvania y puso en peligro la renovación de su visado de residencia en Estados Unidos. Incluso desde la farmacéutica Merck (MSD) recibió una carta rechazando su petición de 10.000 dólares para financiar su investigación.
“Recibía una carta de rechazo tras otra de instituciones y compañías farmacéuticas cuando les pedía dinero para desarrollar esta idea”, explica la mujer de 65 años nacida en Kisújszállás que hoy se siente orgullosa de que Moderna y BioNTech busquen desarrollar en tiempo récord sus vacunas de ARN mensajero, la idea que nació hace 30 años gracias Karikó y otro grupo de científicos pero que no tuvo éxito.
Ella, que es una de las favoritas para llevarse el premio Nobel de bioquímica, decidió persistir en la investigación, a pesar de la falta de apoyo económico y de las dificultades que se encontró al desarrollar el ARN mensajero que al principio provocaba fuertes reacciones inflamatorias porque el sistema inmunológico lo consideraba un intruso.
La molécula era frágil y efímera para curar enfermedades. Junto a su socio en la investigación, el médico inmunólogo Drew Weissman, logró perfeccionar y hacer aceptable el ARN para el sistema inmunológico.
En 2005 lograron que el ARN no generará ninguna inflamación. “Ese cambio de uridina a pseudouridina permitía que no se generase una respuesta inmune exagerada y además facilitaba la producción de proteína en grandes cantidades. Sabía que funcionaría”, dice Katalin.
Cinco años más tarde, un grupo de investigadores de EE. UU. fundó una empresa que compró los derechos sobre las patentes de Karikó y Weissman.
Su nombre era Moderna y los dos científicos empezaron a ver su trabajo recompensado pues recibieron 420 millones de dólares de AstraZeneca. Luego BioNTech, adquirió varias de las patentes sobre ARN modificado para desarrollar vacunas contra el cáncer. En 2013, la empresa alemana fundada por dos científicos de origen turco fichó a Karikó quien hoy es la vicepresidenta.
“Sentí que era el momento de cambiar y pensé que podía aceptar el puesto para asegurarme de que las cosas iban en la dirección correcta”.
Derrick Rossi, uno de los fundadores de Moderna y Kenneth Chien, biólogo cardiovascular del Instituto Karolinska en Suecia, coinciden en que Karikó y Weissman deberían llevarse el Nobel.
“Todas las empresas de ARN mensajero, incluida Moderna, existen gracias al trabajo original de Karikó y Weissman.
Merecen la parte del león porque sin sus descubrimientos las vacunas de ARN no estarían tan avanzadas como para poder enfrentar esta pandemia”, resalta Chien quien también es cofundador de Moderna.
Las vacunas de Moderna y BioNTech, desarrolladas junto a Pfizer, han demostrado una eficacia de al menos el 94 %. Por eso, la mujer de 65 años envía un mensaje esperanzador al mundo.
"Estas vacunas nos van a sacar de esta pandemia. En verano probablemente podremos volver a la playa, a la vida normal. Y con más de 3.000 muertos diarios en EE. UU. no me cabe duda de que la gente se va a vacunar. Especialmente los mayores”, asegura.