Javier Rodríguez es el entrenador que participó en la formación de la mayoría de jóvenes que destacaron con la Selección en el Mundial de Catar. Su receta: no pensar solo en el fútbol sino en el ser humano dentro de la cancha.
Fue futbolista hasta los 21 años cuando se retiró decepcionado de la poca confianza que había en los jóvenes jugadores. Paradójicamente ha dedicado casi 30 años de su vida a formar futbolistas juveniles. En Emelec fue uno de los entrenadores responsables del proyecto de divisiones formativas que terminó en la exitosa incursión del denominado grupo ‘Los Extraterrestres’ del que salió Jaime Iván Kaviedes.
Javier Rodríguez Mayorga (1963) estudió dos años de Arquitectura porque “siempre fue mi pasión”, pero luego se graduó en Cultura Física y “gracias a eso soy pobre”, dice con una carcajada. Hoy pasa a diario en la Ciudad Deportiva Carlos Pérez Perasso, en Guayaquil, como líder de un proyecto deportivo-social de la Junta de Beneficencia.
Nos recibe con timidez y pocas palabras; no le gusta figurar. Ese perfil bajo le prohíbe (injustamente) recibir el reconocimiento que merece. Por más de una década trabajó en la Federación Ecuatoriana de Fútbol como entrenador de las selecciones juveniles. En ese tiempo ayudó en la formación de la mayoría de los que destacaron con la Selección en el Mundial de Catar, entre esos Piero Hincapié, Pervis Estupiñán y Gonzalo Plata.
Pero esa timidez se le quita de inmediato al llegar a una cancha. Como si fuera un pez devuelto al mar, Rodríguez pisa el césped y sabe dónde caminar. Es su hábitat, su espacio seguro y donde se ha dado el gusto de poner en práctica ese amor por la Arquitectura, diseñando una metodología de trabajo que permitió crear grupos con jugadores que hoy son la base de la Selección.
¿Le sorprendió que esta Selección se llene de elogios a nivel internacional?
En lo absoluto. Lo que pasó no es un accidente; es parte de un trabajo sostenido, de un proceso. Estos jugadores ya no solo piensan en ir a participar a un torneo; ahora planifican el siguiente paso en sus carreras.
¿Qué nos faltó entonces para no ser eliminados de la Copa del Mundo?
Necesitamos saber cómo ser protagonistas. Con Holanda fuimos sabiendo que el rival era el referente y nosotros el actor secundario, y bajo ese escenario los pasamos por encima. Pero en el siguiente partido, cuando se definía todo, nosotros debimos asumir el rol de protagonistas y no lo supimos manejar.
Justo siempre se ha cuestionado eso, que no sepamos manejar ese protagonismo.
El problema de los ecuatorianos es que solo nos enseñaron a vivir en la adversidad, por eso somos fuertes y sobrevivimos. Pero no nos enseñaron a vivir con el éxito, y esa es la parte más difícil de manejar. Pero sí hay un cambio: antes los chicos se asustaban cuando escuchaban a alguien hablar en otro idioma, se hacían a un lado... Ahora no es así. Pese a no clasificar, Ecuador quedó entero, con fuerzas para jugar las siguientes fases. Si en esta ocasión no se dio, eso no quiere decir que tengamos miedo al éxito.
¿Qué cambió en esta última década?
Se hizo estado de conciencia. Por ejemplo, yo entré a las divisiones formativas de la Selección en 2005 como asistente técnico y me sorprendió para mal que los jugadores, e incluso varios integrantes del cuerpo técnico, estaban programados para creer que nos eliminarían rápido de los torneos, algunos ni siquiera sacaban su ropa de las maletas. “¿Para qué, profe? Si nos regresamos rápido para Ecuador”, me decían algunos. En las concentraciones no querían estar más de 15 días porque se fastidiaban; andaban preocupados por la novia, por la familia... Entonces, no se trataba solo de entrenar sino de formarlos para que se adapten a un entorno de competencia.
¿Disciplina?
La disciplina te acerca mucho al éxito, pero no te lo garantiza. Todo se basa en el estado de conciencia: cómo yo te convenzo de que lo que te digo es lo correcto. Cuando concentrábamos les pedíamos que dejen el celular en otro sitio porque no queríamos que se distraigan o no descansen lo suficiente. Pero cuando pasábamos por los cuartos a revisar, los veíamos con los teléfonos. ¿Qué sucedía? Tenían dos o tres móviles y solo entregaban uno; los otros estaban escondidos. Entonces, esos pedidos solo funcionaron cuando se les explicó que todo sacrificio tiene su recompensa. Siempre les decía: “El fútbol es bonito pero celoso, quiere tener toda tu atención”. Allí valía preguntarles: “Chicos, ¿a dónde quieren llegar?”. Para algunos, quizá la mayoría, el fútbol es el único camino para poder sacar de apuros económicos a sus familias.
Es difícil crear ese estado de conciencia en un país donde hay otras tentaciones...
Es verdad porque en Ecuador se juega tal como se vive. Es ir a través de la cultura, política, economía, idiosincrasia... Pero al final todos somos arquitectos de nuestras vidas; las diseñamos como creemos que será mejor. En el fútbol pasa igual.
Usted, como formador de jugadores jóvenes, tiene un reto mayor porque toma a esos chicos en una etapa donde no solo necesitan desarrollo deportivo sino humano. ¿Cómo influir positivamente en esas vidas?
Los niños y jóvenes son pizarras en blanca, es decir, puedes moldearlos en esa etapa. Si un joven que practica al fútbol, al mismo tiempo estudia, será más reflexivo en la cancha, y viceversa, si ese liderazgo en la parte deportiva lo lleva positivamente a las aulas, le dará mayores réditos. Es un trabajo integral donde el formador debe detectar lo que sucede. Por ejemplo, no es lo mismo que un chico venga al entrenamiento sin comer porque no le dio el tiempo a uno que no lo hizo porque no tiene comida. Hay que trabajar en eso y ayudar un poco para que ese chico sea más que un futbolista.
¿Por qué antes no se hacía tanto esto?
No se pensaba de manera integral. Solo se proyectaba al futbolista como futbolista. Fuera de ese entorno no se trabajaba porque antes solo con el talento alcanzaba; hoy ya no es lo único. Por eso cuando aparecía un futbolista ecuatoriano con relativo éxito en el país y lo enviaban al exterior, no podía adaptarse a un sinnúmero de situaciones y lo regresaban. Ahora ya no sucede esto. Chicos como Moisés Caicedo y Piero Hincapié, por solo mencionar dos, son prueba de aquello.
Justo usted dirigió a varios de estos chicos que fueron a la Copa del Mundo en Catar...
No me gusta hablar mucho de esto porque a veces me preguntan si ellos me llaman a saludar y en realidad no, pero no es algo malo, creo que es parte del momento de la carrera de cada uno. Yo solo aporté con un granito de arena, al igual que otros entrenadores que ellos tuvieron... No es un mérito solo mío porque también en los cuerpos técnicos de la Selección estuvimos muchas personas. Y sobre todo el mérito es de ellos mismos, de los futbolistas, que trabajaron con dedicación. Quizá cuando se retiren del fútbol allí se acuerden de mí (risas).
En esa más de una década que usted estuvo en las selecciones juveniles del Ecuador debió ver a otros jugadores, quizá con igual o más talento, que no pudieron llegar hasta donde estos chicos sí lo hicieron...
Sí, muchos se quedaron en el camino, incluso con mayor talento. La diferencia con estos chicos es que cuando yo les hablaba, ellos recibían las instrucciones de buena manera. Cuando entrenábamos, les daba retos, les hablaba... Siempre les decía que cuando les dejara de hablar, significaría que ya no importaría si mejoraban o no. Pero mientras les hablara, que se sintieran orgullosos. Estos chicos que fueron a Catar, cuando les hablaba mientras entrenábamos, me miraban sin resentimiento, sobre todo Piero Hincapié, como diciéndome: “Profe, usted tiene razón”.
Aparte también hay otros factores que alejan a estos chicos del éxito, entre esos los problemas legales como las adulteraciones de documentos. De hecho usted vivió un episodio así con una de sus selecciones juveniles, quizá una de las mejores que tuvo el país en su historia...
Sí, esa Selección Sub-17 de 2015 era de otro planeta; pasaba por encima a todo los rivales.
¿De quién fue la culpa?
De las familias, porque lo permitieron. Pero luego que se descubrió esa irregularidad, no hubo seguimiento de esos chicos; quedaron marcados y apartados. Sí, cometieron un error pero no se los ayudó. No son solo futbolistas, son seres humanos. Por eso esta buena sensación que dejó la Selección en Catar nos entrega dos reflexiones: que debemos seguir con este proceso para conseguir éxitos más adelante y entender que los futbolistas son personas, y que nuestra función como formadores es ayudar a que sean, sobre todo, mejores seres humanos.
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