En la zona sur de la provincia de Buenos Aires se encuentra el humilde barrio que ahora llora la muerte de su hijo predilecto. Así lo recuerdan los hinchas y vecinos.
La tierra está mojada. No solo la lluvia humedeció el camino de barro que forma parte de la humilde casa de la calle Azamor, a la altura 523, donde nació y creció un ídolo. Un hincha deja caer sus lágrimas, mientras permanece arrodillado frente al improvisado altar que armaron los seguidores del Pelusa, del Cebollita, del 10, del Diego o simplemente Maradona.
La pequeña vivienda de cemento está rodeada por frondosos árboles. Tiene una puerta, una ventana y una reja. A pocos metros, Elvira Suárez recuerda a ese niño que se aferraba a la pelota para jugar y soñar, en medio de calles de tierra y terrenos baldíos. Así era Villa Fiorito en la década del 60, un lugar del partido de Lomas de Zamora, al sur de la provincia de Buenos Aires, donde no había asfalto o gas, y el servicio eléctrico no daba abasto.
“Yo lo conocí personalmente. Era sencillo, humilde. Nunca se olvidó de sus raíces”, afirma Elvira, mientras trata de mantener el equilibrio. El peso de sus 82 años lo siente en las piernas, pero su mente está intacta. Con la mirada fija en la propiedad de al frente, rememora esos días en los que el pequeño de abundante melena daba sus primeros pasos en el fútbol.
Norberto Fernández, quien todavía vive al lado de la casa del llamado “pibe de oro”, no logra dormir bien desde que recibió la noticia, pocas semanas después de cumplir seis décadas de una vida marcada de glorias y excesos. “Crecimos juntos, jugábamos a la pelota, al trompo. Como no existía el Internet nos pasábamos jugando en la calle. Diego era un niño feliz dentro de las dificultades económicas que teníamos todos. Cuando tuvo 16 años se fue del barrio para crecer. Su sueño era jugar a la pelota, llegar a un Mundial y salir campeón”.
El miércoles 25 de noviembre, Maradona falleció de un paro cardiorrespiratorio mientras se recuperaba de la operación de un hematoma subdural en la cabeza y se rehabilitaba por el consumo de alcohol. Ese día se apagó la luz del astro que le devolvió la esperanza a un país que se rompía.
Mariela Nogueyra, de 48 años, se llena de orgullo por haber crecido en el mismo barrio de quien le dio una alegría a la Argentina cuando todavía lloraba a los soldados caídos en la guerra de las Malvinas, en la disputa territorial con Inglaterra.
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Fue él quien gambeteó a media escuadra inglesa y disparó hacia el arco de los británicos, en el Mundial de México 1986, dándole la revancha a sus compatriotas. Y fue él quien se convirtió en la inspiración de miles de niños que crecen en zonas humildes. “No lo conocí, no viví su época de gloria, pero su legado es imborrable. Ver sus goles, lo que hizo, no hay palabras para describirlo”, sostiene Ludmila Santirachi, de 25 años, quien llegó con dos velas blancas hasta el portón de la rudimentaria vivienda.
Varios días después del entierro, en Villa Fiorito la calma reina. Dejó de llover, los periodistas de medios nacionales e internacionales que se agolpaban en el lugar se fueron durante la tormenta y el silencio ahora es interrumpido solo por el sollozo de algún hincha que inclina su cabeza ante la imagen del jugador. En la pared principal de la casa hay un mural con el rostro del 10, que fue hecho por los vecinos.
Sobre la identidad de los actuales ocupantes de esa propiedad existen varias versiones. Doña Elvira sostiene que se trata de un familiar lejano de los Maradona, mientras que Norberto asegura que allí vive una mujer que trabajó con doña Tota, como era conocida la mamá de Diego.
Lo cierto es que quienes habitan la mítica casa prefirieron refugiarse detrás de las paredes de cemento y no dar declaraciones a los medios. Con sus calles polvorientas y veredas de cemento y barro, las carencias se mantienen latentes en Villa Fiorito. “Ojalá puedan mejorar la única canchita que queda en el barrio. Es un potrero, como aquel donde jugaba Diego”, cuenta Norberto.
Fotos de Maradona, rosas rojas, velas blancas, mensajes de amor y camisetas de varios equipos que comparten el mismo dolor yacen en el portón de la casa que fue testigo de los sueños de aquel “pibe de barrio”, que nunca se fue del todo.
“Una vez vino de sorpresa con un camión lleno de juguetes para los nenes. No lo hizo mediático. Fue un gesto que le nació. Chocolates, golosinas, se vivió una fiesta”, añade Elvira.
A su lado, Mariela da más detalles de ese momento: “Debe haber sido en el año 1980. Llenó de alegría al barrio. Él volvía cada tanto. Además le dio un lugar a la Argentina en el mundo. Y a Villa Fiorito también”.
Su gambeta mágica, la mano de Dios, el pique demoledor... El talento de Diego Armando Maradona resulta indiscutible, pero se vio afectado por sus adicciones a las drogas y al alcohol, los hijos extramatrimoniales y otras polémicas...
“Nadie está dentro mío. Yo sé las culpas que tengo y no las puedo remediar”, sostuvo en una entrevista hace años.
Su relación con las drogas comenzó cuando tenía 22 años, en España. “Fue el error más grande de mi vida”, admitió después. Estuvo internado en varias ocasiones para rehabilitarse y también se salvó de morir más de una vez por sobredosis.
Esos excesos, para los vecinos de Fiorito, no altera su imagen. “Nadie está libre de pecados, pero también fue un gran ejemplo de superación. Fue único”, afirma Ludmila.
La devoción por Maradona trascendió a su barrio natal y se fue replicando en distintas partes, como en los exteriores del estadio de Argentinos Juniors, de Boca Juniors y de la Casa Rosada, donde le dieron el último adiós. Buenos Aires se llenó de altares, de velas blancas, de dolor y dicha, de cánticos y lágrimas, porque esas dicotomías también formaban parte del Diego, como se lo conocía en todo el mundo.
Para doña Elvira, la muerte del Pelusa representa solo el inicio de una leyenda. “Argentina tiene apellido ahora”, sentencia con una sonrisa. “Es Argentina Maradona”, concluye orgullosa.