La vergüenza de Ecuador: el país de Suramérica con mayor desnutrición crónica infantil
Uno de cada cuatro niños padece desnutrición crónica en Ecuador, el peor índice de Sudamérica. Esto le representa al país más de 2.500 millones de dólares anuales en pérdidas porque los niños no desarrollan sus capacidades cognitivas para la escuela y su vida productiva. A pesar de la bonanza petrolera, el país miró atónito cómo nuestros vecinos lograron avances. ¿Qué falló? ¿Hay solución para quienes sufren la vergonzosa inoperancia de los gobiernos?
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Una noche de diciembre de 2018, Rosa Lamchimba, de 26 años, dio a luz a su cuarto hijo. Lo hizo en su casa, en la comunidad Pisambilla, a una hora de Cayambe, provincia de Imbabura. Había llovido y el camino estaba enlodado. Imposible trasladarla al hospital desde este remoto páramo. John Jordi nació sano, pero al mes sufrió una neumonía y estuvo internado 36 días. El niño crecía, aunque se debilitaba y enfermaba ocasionalmente. A los dos años le diagnosticaron anemia y poco después entró en el registro de niños con desnutrición crónica infantil.
Diagnóstico tardío
Los 1.000 primeros días de vida o dos años, contados desde la concepción, son claves porque se desarrolla el 90 por ciento de nuestro cerebro. Pasada esa edad es difícil revertir los efectos. El pequeño John, que ahora tiene tres años y se ve saludable, quizá sea parte del 33 por ciento de estudiantes que repiten los años escolares por problemas asociados a la desnutrición, según lo estimó un informe de la Cepal, el Programa Mundial de Alimentos y el extinto Ministerio Coordinador de Desarrollo Social, en 2017.
También es posible que para John sea difícil conseguir un empleo bien remunerado. Se estima que quienes padecieron este mal en la niñez percibirán menos del 50 por ciento de los ingresos, en comparación a aquellos que crecieron sanos. La desnutrición crónica infantil es como una enfermedad invisible, pero con consecuencias incalculables y, en Ecuador, ataca al 23 por ciento de los menores de cinco años.
“Por fuera parecía estar creciendo bien, pero por dentro su cuerpo no recibía todo lo que necesitaba”, dice Rosa. Ahora ella es parte de una estrategia de vigilancia comunitaria desarrollada por UNICEF en varios sectores del país. La madre dejó a un lado la dieta de sopas de fideos,arroz, maicena y sardinas enlatadas, que compraba en la ciudad con los 10 dólares que gana vendiendo papas. Ahora tiene una huerta y diversifica la comida con huevos de campo, verduras y hortalizas, cereales y, cuando se puede, carne.
John nació cuando se hizo la última encuesta de desnutrición en 2018. Se estima que la pandemia agravó este indicador: madres que no asistieron a controles prenatales, niños que no recibieron sus vacunas y vitaminas, y la pérdida de empleo que generó escasez en los hogares. Las Naciones Unidas calcula que la pobreza en Ecuador subirá 10 puntos, es decir, del 30 a casi 40 por ciento.
En ese rango podría subir también el índice de desnutrición infantil. Si Ecuador ya estaba mal, las consecuencias pueden ser catastróficas si no se toman medidas a tiempo. Pero la desnutrición no solo tiene que ver con la comida, sino con el acceso al agua potable y saneamiento, la educación de los padres y acceso a la salud para controles prenatales y del niño.
En 2009 Ecuador lanzó uno de sus planes más ambiciosos contra la desnutrición. Ya vivíamos la bonanza petrolera.
El gobierno deslumbrado por el fetiche de la obra pública consideró construir casas en los sectores con índices más altos para garantizar el acceso a mejores condiciones de salud. El proyecto inició en el cantón Sigchos, provincia de Cotopaxi. Una investigación de Margarita Manosalvas determinó que, en la primera etapa de este proyecto, se construyeron viviendas con baterías sanitarias internas en sectores sin acceso a la red pública de agua y alcantarillado. Obviamente, eso generó problemas de contaminación en las flamantes casas. Para solventar ese error, en la segunda fase se restringió el beneficio solo a quienes presentaran un documento que avalara el acceso al agua potable.
Tumbo tras tumbo
Las familias que cuentan con agua potable tienen menos riesgos de que sus hijos sufran de desnutrición. También se pedía las escrituras de los terrenos, es decir, que solo accedían las familias más pudientes. Luego, el gobierno impulsó otro plan y luego otro. Un informe de la Vicepresidencia, que ahora maneja el tema de desnutrición, determina, que solo en 2012 el país invirtió 170 millones de dólares en estos programas, pero los resultados fueron casi nulos. Esto quizá explique por qué desde 1986 hasta 2006, la desnutrición cayó del 40 al 26 por ciento, y desde 2006 hasta 2018 apenas tuvimos una caída de tres puntos, mientras los otros países de la región alcanzaban históricos avances.
Otras de las posibles hipótesis del fracaso es que Ecuador no se concentró en los primeros 1.000 días del niño que es el período clave para intervenir, como sí lo hicieron Colombia y Perú. “No era cuestión de inventarse el agua tibia, lo decían los organismos internacionales, lo estaban haciendo en otros países. Pero acá la burocracia creía saberlo todo y ahí están las consecuencias”, dice Juan Ponce, profesor investigador del Departamento de Desarrollo, Ambiente y Territorio de la Flacso.
Ponce prepara un libro sobre desarrollo infantil temprano y educación en América Latina. Cree que la pandemia nos regresa a los indicadores de los años 90 y por eso urge que este sea uno de los temas prioritarios en la transición del gobierno.
El costo de la inoperancia
A Ecuador le ha servido de justificativo que somos el segundo país de la región en la lista de la vergüenza, después de Guatemala, que tiene una prevalencia de desnutrición superior al 45 por ciento. A nivel de Sudamérica quizá nos iguale Venezuela, donde repuntó la pobreza en los últimos años, aunque su gobierno no presenta estadísticas confiables. Para agudizar la situación, en algunas comunidades rurales e indígenas la desnutrición bordea el 40 por ciento. Es decir, uno de cada dos niños tendrá su futuro condicionado.
“Son indicadores comparables a los peores países africanos. Eso no es concebible cuando Ecuador vivió un boom petrolero y bajaron otros indicadores de pobreza, pero la desnutrición se estancó”, lamenta Andrés Mejía, profesor de Economía Política del King’s College de Londres.
Mejía estudió el caso exitoso de Perú que redujo la desnutrición del 28 al 14 por ciento desde 2006, y ha asesorado a organismos internacionales y a nueve países. La clave: un compromiso político de todos los gobiernos para continuar con un solo plan que se convirtió en política de Estado; un mecanismo de coordinación de todos los sectores, incluidos sociedad civil y empresa privada para aunar esfuerzos; y una mesa técnica para revisar presupuestos y avances. Nosotros no tuvimos nada de eso.
Los niños con desnutrición le cuestan al país 43 millones de dólares anuales en Salud, porque son proclives a desarrollar enfermedades crónicas; 27 millones en Educación por repitencia en la escuela y 2.528 millones en Productividad porque no rinden el 100 por ciento en su etapa adulta. Así lo estimó el Programa Mundial de Alimentos en un estudio en 2017, cuando el gobierno al fin se dio cuenta que requería ayuda de los expertos.
El problema es que los efectos de la desnutrición se ven en 20 años. Si ahora tenemos uno de cada cuatro niños en esta condición, en 20 años tendremos un cuarto de población improductiva o con problemas de inserción.
La última oportunidad
La desnutrición no solo tiene que ver con falta de alimentos.
“La alimentación no sirve de nada cuando el agua no es apta para el consumo y provoca diarreas constantes a los niños. Cuando en el hogar hay maltrato y violación. Sin afectividad y educación ningún plan servirá”, dice Paulina Moreano, coordinadora de Servicios Sociales del MIES en la provincia de Chimborazo.
Menciona que hay factores culturales: la gente del campo vende todos sus productos y regresan con gaseosas y fideos a la casa. Hay mujeres que no pue- den ir a los controles prenatales y de los niños sin recibir el consentimiento de sus esposos. “Todo eso hay que cambiar”.
“Y eso depende de que la clase política, los medios de comunicación y la sociedad comprendan el desafío”, dice Andrés Mejía. Recuerda que en Perú le preguntó a un diputado por qué no le preocupaba el tema. “¿Qué gano con eso? Los niños no votan”, le respondió. Pero esos niños son los que elegirán a los futuros gobernantes.
Ecuador quizá enfrenta su última oportunidad. Por primera vez en la historia los dos candidatos que se disputaron la segunda vuelta hablaron de desnutrición infantil y Guillermo Lasso en sus primeros anuncios se comprometió a combatirla como política de Estado. Esto gracias a que UNICEF logró insertar esta causa en la agenda de campaña. Y esto es resultado de que al fin el gobierno saliente trabaja desde hace casi un año en una nueva estrategia con asesoría de los organismos internacionales y expertos.
El programa, a cargo de la Vicepresidencia, ya inició con un piloto en seis cantones con los indicadores más críticos. Son cuatro ejes de acción: un paquete de servicios: controles de salud, consejería, acceso al agua, etc. Luego el seguimiento nominal de cada niño y madre para no perder el registro. Un tercer punto es el diseño de una encuesta anual que hará el INEC. Y finalmente un presupuesto por resultados, es decir, saber en qué y cómo se gasta, y evaluar, lo que no hubo en los anteriores planes.
La hoja de ruta está marcada y ya hubo varias reuniones con el gobierno entrante. El reto es llevarlo a todo el país. “La desnutrición es una de las trampas de la pobreza. Lo más probable es que quien nace en esta condición, seguirá siendo pobre. Podemos llenarnos la boca hablando de agendas de competitividad y mercados, pero si no entendemos esto, no habrá desarrollo en el país, dice Juan Pablo Guzmán, subsecretario de Sostenibilidad de la Vicepresidencia.
Andrés Mejía, quien es parte del grupo asesor ad honorem, resalta también el esfuerzo que al fin se ha hecho, aunque tarde, para que Ecuador forme parte del movimiento Scaling Up Nutrition (SUN) de Naciones Unidas en el que se articulan los esfuerzos de multilaterales, gobiernos, sociedad civil, empresa privada para garantizar el derecho a la alimentación y la buena nutrición. Pero todo dependerá de cómo los próximos gobiernos continúan y perfeccionan el plan. Uno de cada cuatro niños desnutridos es una frase que debe retumbar en la conciencia de todos los ecuatorianos.