Mi pacto con Lasso
Hay tres motivos fundamentales por los que creo que el juicio político contra Guillermo Lasso es un error histórico que al país no le conviene cometer.
Primero, el sentido común recomienda no tomar decisiones cuando tenemos hambre ni cuando estamos enojados. Diversos estudios demuestran que las emociones negativas disminuyen nuestra capacidad de razonar. Nos vuelven seres inmediatistas sin previsión de lo que pasará en la hora siguiente. Esto sucede, dicen las expertas, porque el cerebro está centrado en el estado emocional de enfado o frustración en lugar de concentrarse en tomar decisiones razonables. Por eso, la destitución es una mala idea: ni la Asamblea, ni los ecuatorianos tenemos la serenidad mental para tomarla. La ola de inseguridad que vive el país nos coloca en un estado colectivo de enojo y frustración que no nos permite ver los problemas en sus dimensiones reales.
El segundo motivo por el que creo que el presidente debe quedarse viene de la simple contemplación de la realidad. El país tiene problemas profundos que un cambio de gobierno no solo que no solucionará, sino que ahondará. Es como si en el medio tiempo de un complejísimo partido cambiamos al DT esperando que, en la segunda mitad, el suplente pueda ganar con el mismo equipo, las mismas condiciones y, lo que es peor, el rival fortalecido ante el cambio de mando. Es simplemente ilógico pensar que el cambio súbito de presidente cambiará en algo el panorama de Ecuador. No pasará.
Finalmente, el tiempo es un concepto esencial para la democracia. Por años, el tiempo ha sido el foco de atención de quienes la han estudiado y desarrollado desde la filosofía, la política, el derecho. El tiempo puede anular el sistema, sea porque un líder abusa y se perenniza, o porque el líder no puede terminar su periodo, es decir, porque no se cumple el pacto democrático sobre el término del mandato. Ambas circunstancias son potencialmente devastadoras. La toma del poder por largos periodos abole el sistema, pero la suspensión del mandato saltándose la regla hace una democracia precoz, inmadura y volátil. Cuando el presidente se posesionó, asumió infinidad de obligaciones con los ciudadanos. Nosotros, frente a él, también asumimos un pacto: respetar y hacer respetar los cuatro años para el que lo contratamos.
Estoy convencido de que el juicio político es artificial y cosmético. También tengo claro que este gobierno ha fallado y mucho. No creo, sin embargo, que sacarlo en medio de esta rabia colectiva por la violencia sea razonable, tampoco creo que el DT suplente pueda hacer un trabajo sustancialmente mejor en el segundo tiempo –como los fans esperarían ante un ‘cambio de timonel. Por último, estoy convencido de que para sostener la democracia debemos respetar y defender a viva voz su variable más básica: el tiempo de mandato.