El tiempo de Guillermo Lasso
Si hay un concepto paraguas que permite juzgar a Guillermo es el rol que el calendario, las horas, los minutos, han tenido en su gestión. Los juegos de percepción alrededor del reloj están atados a la revisión de su paso por la presidencia. Él se irá con la frustración que conlleva el sentir que tardó mucho en sembrar y le quedó muy poco para cosechar.
El orden en la billetera del Estado -que ha sido la histórica espada de Damocles de nuestro país-, sumado a una buena gestión comercial internacional podrían haber sido el motor generador de una obra social responsable, con los recursos justos y las cuentas claras. Pero eso no pasó. La disciplina en la chequera no llegó a ver la tranquilidad del goce porque el tiempo simplemente no alcanzó.
Pero luego el tiempo jugó a favor de él cuando tomó una decisión correcta. En mayo de 2023 el país estaba semi paralizado por la crisis política. La conspiración de la Asamblea Nacional contra el presidente en un juicio político artificial y francamente vergonzoso nos tenía esperando el colapso institucional. Guillermo Lasso, esta vez a tiempo, disolvió el legislativo y activó esta extraña transición que hoy vivimos y que, súbitamente, nos ha puesto a pensar en candidatos y elecciones.
¿Cómo jugará esta vez el tiempo en la vida presidencial?, ¿qué debería hacer estos casi seis meses en funciones? Trabajar, como nunca antes. Cosechar cuanto más pueda. Si uno mira el calendario, el tiempo de Guillermo Lasso es corto, nulo, podría decirse. Creo, sin embargo, que esos meses, a primera vista insignificantes, prometen más de lo que aparentan. Esto, por un motivo esencial: porque lo que sea que él haga hoy es un determinante para que el Ecuador no estrene el 2024 con un proyecto totalitario.
El presidente y su partido acertaron al no candidatarse en agosto de 2023. Eso le quita un drama innecesario a las elecciones y le suma posibilidades a otros prospectos más frescos e igualmente democráticos. Ahora, para que la tarea esté completa, el presidente debe asumir que su gestión hoy es, en sí misma, una suerte de comprobación del futuro. Sus actos hoy determinan, en buena medida, que la ciudadanía entienda que un gobierno con sus valores es viable. Si la ciudadanía sigue verificando que la pulcritud del Ministerio de Finanzas en los Power Points y en los reportes financieros no se traducen en beneficios tangibles para el día a día, la narrativa de la irresponsabilidad prevalecerá y un candidato de su línea encontrará en Lasso el peor enemigo. Si en estos meses el presidente no le pone botas de caucho a su equipo y si no activan todas sus energías para demostrar resultados y gestión, la tesis de que el modelo del socialismo del siglo XXI es la opción, prevalecerá. El tiempo no le alcanzó a Guillermo Lasso, pero él puede hoy corregir su pasado y trabajar como nunca antes demostrando que un gobierno democrático y responsable también puede ser un gobierno eficiente, de obras y de gestión. Así, aunque no sea para él, el país podrá tener una opción decente por quién votar en agosto y un futuro con, al menos, la esperanza de un régimen republicano. El legado del presidente, paradójicamente, será aplanar ese camino, darle su tiempo a otro.