Cretinismo digital
Durante décadas comprobamos el efecto Flynn, según el cual el coeficiente intelectual de una generación era superado por la siguiente. Esto ocurrió hasta que llegó la generación de nativos digitales, que son eficientes en el manejo de la tecnología, pero no han logrado superar el coeficiente intelectual de las generaciones anteriores. En el libro “La fábrica de cretinos digitales”, el neurocientífico francés Michel Desmurget cita numerosos estudios que comprueban la hipótesis. La revolución digital, con la facilidad de lograr soluciones rápidas, ha disminuido las actividades que desafían y hacen crecer al cerebro, como por ejemplo aprender un idioma que vigoriza la capacidad cerebral para realizar multitareas y ayuda en la toma de decisiones o aprender un instrumento musical, que conecta todas las sinapsis en un cerebro en desarrollo y permite aumentar el coeficiente intelectual en aproximadamente siete puntos. Sin embargo, ¿quién quiere aprender hoy idiomas cuando existe la traducción simultánea en un teléfono móvil?
Lo más preocupante viene para las nuevas generaciones que dedican horas de su tiempo a las pantallas, ya sean de la televisión, los teléfonos, las computadoras y las tabletas. En los países occidentales, por ejemplo, los niños menores de dos años ocupan 50 minutos diarios en promedio para ello. Entre los dos y ocho años, el tiempo sube a dos horas 45 minutos y entre ocho y 12 años alcanza cuatro horas 45 minutos. En la adolescencia, pasan un tercio del día conectados. Son horas áridas desprovistas de abono para el desarrollo de la plasticidad cerebral. El catedrático de la Universidad de Emory Mark Bauerlein se pregunta si la revolución digital es una oportunidad o un triste mecanismo de fabricar imbéciles. Y la alarma ha comenzado a sacudir a quienes tienen contacto con las generaciones más jóvenes que encuentran en ellas problemas generalizados de atención, de lenguaje, de impulsividad, de memoria, de agresividad, de sueño y de desempeño. En varios países desarrollados, modelos de adelanto social como por ejemplo Suecia, ni tabletas ni celulares son parte de la enseñanza, se ha vuelto a los libros. Esa vuelta es una esperanza para cambiar el futuro.
Y los cambios no solo deben ocurrir a nivel de las nuevas generaciones, sino de nosotros mismos, los no nativos digitales que también estamos encandilados con las pantallas. Después de todo, los celulares son la brújula de nuestra vida. Somos incapaces de recordar un número de teléfono distinto al nuestro o llegar a un destino sin consultar Google Maps o Waze. Y lo más triste es que contribuimos a la banalidad del debate público. Un ejemplo reciente: las preguntas trascendentes de la entrevista de Lenin Artieda en Ecuavisa al presidente Daniel Noboa, fueron borradas en las redes sociales por su irónico dardo al expresidente Rafael Correa: “cos am cute...”. En tanto Ecuador vive una angustia existencial: ser un Estado de derecho o convertirse en un narco-Estado.