Vestidos de fantasmas
En mi casa pasan cosas raras, qué digo raras, ¡rarísimas! Santi dice que todo se debe a que yo no sé dónde tengo la cabeza, yo insisto en que el problema es que hay fantasmas. Lo cierto es que suceden cosas inexplicables como que los armadores se reproducen como conejos. Estoy segura de que cuando se apaga la luz y se cierran todos los armarios, ellos salen de rumba, viven en una orgía perpetua y el resultado no se hace esperar, más temprano que tarde estamos rodeados de armadores. ¡Por Dios, lléveselos a la lavandería, aquí ya no caben!, le suplico a mi empleada en tono desesperado, “allá tengo miles”, responde ella, mientras me mira con esa mirada que parece decir “vieja loca”. Lo cierto es que regalo armadores, vendo armadores, los boto a la basura y estos siempre se multiplican.
Un día, así sin más, apareció en el cajón de ropa interior de mi marido, un calzoncillo enorme, de color amarillo patito. La talla no era la de Santi y el color menos, ¿qué hombre en sus cabales, en uso de sus facultades o qué esposa racional compraría una prenda íntima de tal color? Seguramente ¡ni los hinchas del Barcelona!, una cosa es el amor al equipo y otra el mínimo decoro al momento de cubrir las partes nobles con ropa de color.
¿Y esto? Preguntó mi marido con gesto de inquisidor español. NPI (ni puta idea), respondí yo, y a renglón seguido ambos miramos con atención la prenda, soltamos una carcajada y al unísono comentamos ¡sin duda era del gordo Porcel! El asunto no pasó a mayores hasta el día en que mientras botaba de su armario miles de armadores, Santi se topó con un elegante y fino pantalón de casimir inglés. Nuevamente repitió el gesto y las palabras ¿y esto? Yo solo levanté las cejas, tomé el pantalón que visiblemente era una talla enorme, pero ni de lejos llegaba a ser del gigantesco dueño del calzoncillo amarillo. Además el corte, la textura y el color daban fe del exquisito buen gusto y clase de su dueño. Tengo un buen sastre, atiné a decir. Él sacó otro pantalón y me lo entregó ordenando “que lo achique a esta talla, este me queda perfecto”.
Desde el incidente del pantalón nada raro había sucedido, excepto la proliferación de armadores, hasta que de pronto apareció un fino terno pantalón de mujer, color terracota, buen corte, buena marca. Yo casi me muero y como corresponde a una histérica que se asume como tal ¡le armé el pedo!
¿Y cómo es ella, en qué lugar se enamoró de ti, a qué dedica el tiempo liiibre? Le encaré. Él se quedó helado. ¡Ahora vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa y pega la vueltaaaa!, grité descontrolada. “Es tu talla” dijo él con un hilo de voz, y la verdad es que me alcanza, tuve que subir el dobladillo del pantalón porque era de alguien 15 cm más alta que yo, la cintura de avispa apenas me cierra y el pompis me queda flojísimo, pero me alcanza.
Les pido de favor que si en algún momento encuentran a Santi con un fino pantalón de paño inglés y a mí con un elegante terno color terracota, no digan nada, es la ropa de un fantasma.