Nos siguen matando...
El caso de María Belén Bernal nos ha remecido a todos. Ha pasado un mes y nos sigue remeciendo, no solo a las mujeres, sino a todos, los que de alguna u otra manera empatizamos con la desesperación de una madre, el miedo y dolor de un hijo, y el asombro de ver el marco en el que se desenvuelve esta terrorífica trama donde no solo hay la participación de un esposo, sino de un entorno que debiera ser sinónimo de resguardo y seguridad.
Creo que la voz de una madre es la que, a manera de rugido, hizo que este caso sea visto, oído y seguido, no así el de cientos y miles de mujeres asesinadas en silencio y olvidadas a causa de la violencia machista.
A aquellas madres e hijas también sus parejas las mataron: mataron su voz, su voto, su personalidad, sus deseos, su propósito y misión de vida.
Mujeres a las que en “gratitud” de ser “representadas” por un hombre, debían despojarse de opinión, gustos, sueños, desarrollo personal y profesional. A ellas su pareja no les preguntaba si querían realmente ser madres, era una obligación y de existir un impedimento biológico (así sea de parte de él mismo), lo señalaban como una afrenta cuyo castigo era el abandono o el adulterio sin reproche alguno.
Este tipo de violencia ejercida por hombres derivó en la mutilación y muerte de miles de mujeres en generaciones pasadas, aunque antes se hablaba poco de esto y no se denunciaba. Hoy sigue pasando, pero las mujeres ya no nos quedamos calladas.
Este artículo no pretende ser un lamento. Durante generaciones los hombres han sido programados para usar la violencia (entiéndase el poder de uno sobre el otro) como único método para no “perder el liderazgo absoluto en el hogar” y en otros ámbitos de la vida.
¿A esa generación le faltó amor?, no, absolutamente. Le faltó educación emocional, lo que les permite ver a una mujer no como un medio de realización personal, familiar, social y religiosa, sino como lo que es: un ser humano, una persona con proyectos y que merece las mismas oportunidades, una compañera de fórmula y de vida.
¿Con todo el avance de conocimientos globales, a esta generación actual le sigue faltando amor? Sigue faltando y con creces, educación emocional.
Esos niños que hoy son hombres y a los que ya nos les resulta utilizar ese poder y control del que aprendieron -que funcionaba a la perfección con mujeres que bajaban la mirada y la cabeza a tan solo un grito-, hoy la frustración los supera, haciéndolos optar por otras acciones para “ganar” respeto y poder.
Una muerte más de las tantas que ya no debieran ocurrir, como las que nunca debieron haber pasado. Por causa de analfabetismo emocional y de posibles trastornos psicopatológicos no atendidos a tiempo. Nos volvemos analfabetos emocionales cuando desconocemos que nuestra área emocional es la que va a comandar nuestra vida. Somos aceptados en escuelas o instituciones por nuestra capacidad intelectual, pero somos expulsados por falta o baja inteligencia emocional.
La violencia nunca debe ser una opción y la sociedad, tanto como los Estados, tienen el deber de promover políticas que erradiquen la violencia machista, así como las desigualdades de género.
Por otro lado, está la parte emocional. Ante situaciones que nos dejan en asombro, debemos recurrir al silencio que nos conecta con el interior, en donde podamos autoevaluarnos y saber qué tan cultivada y sana se encuentra esta área importante de nuestra inteligencia, a la que Daniel Goleman denominó “Inteligencia Emocional” y que es la capacidad de reconocer las emociones -tanto propias como ajenas– y de gestionar nuestra respuesta ante ellas. La podemos definir como el conjunto de habilidades que permiten una mayor adaptabilidad de la persona ante los cambios y pérdidas. También tiene que ver con la confianza y seguridad en uno mismo, el control emocional y la automotivación para alcanzar objetivos.
Comprender los sentimientos de los demás, manejar las relaciones y tener poder de influencia es básico para conseguir cambios positivos en el entorno. En resumen: nos conviene desarrollar y fortalecer nuestra inteligencia emocional, misma que en base a estudios científicos, marca una diferencia visible para el logro de una vida más satisfactoria y exitosa de forma integral.
De hecho una de las áreas no alcanzadas aún por el ser humano con esta inteligencia, es el área sentimental, en la que entramos a una relación de pareja con las mejores expectativas e intenciones, pero donde llegamos a tocar ese umbral de sufrimiento tan dañino, producto de no haber reconocido, atendido y satisfecho la primera relación con la que dirigimos las demás, la relación con nosotros mismos, la que permitirá poner límites de autocuidado y condenar desde nuestras decisiones y cultivación a que en nombre del amor que nos liberta, no se tenga que perder la vida.