Libros libres, mujeres libres

Karla Morales

Si un don tiene la lectura, es esa capacidad casi mágica de brindarte escapatoria. Basta con abrir un libro para sentirte libre y alcanzar -en el imaginario- una vida que no tienes o el acceso a un derecho que se te niega. ¿Cuántas mujeres no han logrado sentirse y reconocerse como tales entre páginas? ¿Cuántas no han calmado sus dolores o llenado sus vacíos leyendo? Porque un libro es refugio. Un libro libre es una oportunidad. Una mujer libre es una generación salvada.

El acceso de la mujer a la lectura, como derecho,  va de la mano con el acceso de ésta a la educación. Por ello, en lugar de referirme a la oportunidad de leer -desde la historia y evolución de la mujer en las aulas- prefiero hacerlo específicamente desde el análisis del género.

A partir del análisis de género es posible demostrar que “ser hombre” y “ser mujer” no responde únicamente a un determinismo biológico, sino que es el contexto histórico, social, económico y cultural en que se vive el que define las identidades genéricas, clasifica lo masculino y lo femenino, y les otorga valor, dando como resultado una serie de desventajas y discriminaciones, sobre todo, para las mujeres.

Y es que la sociedad ha sido muy eficaz para imponer el género como un producto terminado de la biología, es decir, otorgándole un carácter natural a la “división del mundo” y del trabajo, haciéndola “la mejor fundada de las ilusiones colectivas”, como lo afirma el sociólogo Pierre Bourdieu.

Desde las primeras apariciones de los libros (siglo VII A.C.) éstos fueron privilegio masculino. Sólo los hombres, reconocidos como especies superiores, seres pensantes y con derecho a desarrollar sus facultades intelectuales, podían gozar de un libro abiertamente.

Las mujeres, limitadas al servilismo y a las labores “propias” de su naturaleza femenina, no tenían permitido si quiera una aproximación a la lectura. Esa era una decisión que no les correspondía a ellas porque una mujer que piensa y razona es peligrosa, puede cambiar el mundo. La historia avanzó, perdimos a muchas rebeldes en el camino, que no solo leyeron sino que también, en osadía, se atrevieron a escribir. ¡Benditas sean!

Pese a la sangre derramada y las reglas rotas, aún muchas de nosotras tienen oscuridad. Algunas no pueden leer porque les sigue estando prohibido y otras porque, queriendo, no aprendieron a hacerlo. Muchas porque no han sido beneficiarias de programas de alfabetización y otras porque simplemente no están interesadas. Éstas últimas, son en su mayoría, víctimas por elección del no acceso a placeres por su condición de mujer. Bien les vendría, a ellas y a la humanidad, recordar que quienes no encuentran deleite en leer, quienes no pueden sentirse atraídos por nuevas ideas o experiencias, no podrán desarrollarse más allá del punto en el camino donde descansan ahora. Si hay una sola fuerza que alimente la raíz del dolor, es el rehusarse a aprender más allá del momento presente.

Ahora los libros son libres -en casi todo el planeta- y la implementación de mecanismos que garantizan el acceso a éstos va en aumento, junto con la creación de espacios donde se fomenta y facilita el amor a las páginas.

Ahora no existen libros para hombres ni libros para mujeres; existen libros, hombres y mujeres. Ha llegado el momento en que una mujer con un libro en la mano deje de ser pecado para convertirse en la mejor tentación. La tentación que seduce y permanece, esa que Helen Fisher invoca en El Primer Sexo.