La firma del Protocolo de Río de Janeiro de 1942
Antropológicamente, soy un fiel creyente de que los hombres y mujeres cumplimos porque lo sentimos justo, no porque sea ley, esta es la razón por la cual para mí una paz impuesta no perdura en el tiempo y la coerción de la firma del inefable Protocolo de Río de Janeiro al Ecuador, es un claro y triste ejemplo de aquello, que lejos de traer la anhelada paz, culminó con el estallido de un nuevo conflicto bélico entre el Ecuador y el Perú a comienzos de 1995.
Nota: el 29 de enero de 2022, el Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana del Ecuador, emitió lo que en palabras del Canciller fue “un vergonzoso comunicado” por lo que se procedió a borrarlo y luego se publicó uno nuevo donde se expresó su rotundo rechazo a los términos de su propio mensaje anterior; algo que con mucho respeto viene a ser la definición de diccionario de un mensaje cantinflesco.
Aclaro que esta nota lejos de presentarse como una crítica al Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana o al actual Canciller en funciones, institución y funcionario que ya se disculparon públicamente y anunciaron la separación de la funcionaria de carrera encargada de la misiva, pretende exclusivamente aflorar este hecho histórico para contribuir a que perdure la memoria colectiva de las nuevas generaciones y de todo aquel que necesite recordarlo, a 80 años de lo que fue una de las mayores imposiciones de cesión de soberanía patria, con un elevado costo para el estado y el pueblo ecuatoriano.
Finalmente, el hincapié de esta historia para mí debe darse empezando por el final de la misma. Las Repúblicas del Ecuador y del Perú son dos países hermanos que finalmente viven en paz gracias a la firma de los acuerdos de Itamaraty de 1998 (Acta de Brasilia), suscritos por los Presidentes Jamil Mahuad y Alberto Fujimori, el primero recordemos, reside en los Estados Unidos por ser acusado de ser el gestor y causante directo del feriado bancario en el Ecuador y el segundo, se encuentra cumpliendo una pena privativa de la libertad de 25 años por crímenes de lesa humanidad.
Vale preguntarse entonces: ¿Porqué a diferencia del Protocolo de Río de Janeiro de 1942, este acuerdo es respetado y ha logrado perdurar en el tiempo? Porque no fue una paz impuesta, porque nació de una negociación directa entre los países en conflicto, con la anuencia de los países garantes, entendiéndose que esta vez debía darse con un espíritu de velar siempre por el esfuerzo conjunto de lograr en una mesa de negociación y no en un campo de guerra, un entendimiento total.
Por esto está bien que la opinión pública se haya indignado con la misiva donde se elogiaba la firma de este Protocolo que tuvo que inmediatamente ser borrada y desdicha por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana, y está bien que las disculpas públicas hayan tenido que venir del propio Canciller.
“Quien no conoce su historia está obligado a repetirla” Napoleón.