¿Si terminó una guerra?

Darío Patiño

Son 7.132 armas individuales menos. Son 456 caletas por desaparecer. Son nueve toneladas de explosivos y casi 9.000 artefactos explosivos inutilizados. Son cerca de un millón de municiones que ya no serán utilizadas para matar. Y es mucho más material de guerra que sigue siendo desenterrado por especialistas del continente reclutados por la ONU y apoyados por las Fuerzas Armadas de Colombia.
 
Pero si las armas, que pronto serán hierro fundido no dicen suficiente, las cifras humanas también hablan: Son 7.000 hombres y mujeres que dejan de disparar contra otros. Son 169 muertos en 2016 por hechos asociados al conflicto, mientras que en el peor año este dejó 2.900, según Medicina Legal.
 
Y en el Hospital Militar son 12 militares recibidos en 2017 por heridas en combate frente a un crítico 2011 que produjo 424. Y es un soldado amputado este año, frente a los 191 de 2011. Me contaba emocionado el obispo castrense Fabio Suescún: “Este año no he tenido que hacer ni un solo funeral por causa de la guerra”.
 
Esto dice mucho. Pero para un sector de los colombianos no dice nada. Y peor aún, para algunos ni siquiera es cierto. La oposición liderada por el expresidente Álvaro Uribe le ha quitado la legitimidad a todo lo que tenga que ver con la paz.
 
Sean la ONU, Estados Unidos o el Papa, cualquiera que avale esta realidad está, según él, engañado o comprado. Para Uribe, especialista en acuñar frases y repetirlas incansablemente hasta volverlas ciertas, aquí solo hay una feria de impunidad para los guerrilleros y una entrega del país al “castrochavismo”. 
 
No suele mencionar en sus diatribas que también habrá beneficios para miembros de la fuerza pública, aunque de manera diferenciada. Que Uribe y sus congresistas fieles cierren sus ojos, sus oídos y sus filas en torno al jefe se explica por múltiples razones, desde la conveniencia política hasta la convicción. 
 
Pero lo desconcertante es que tantos colombianos comunes y corrientes todavía crean que esta dejación de armas es un show auspiciado por la ONU, que la concentración de los exguerrilleros en 26 zonas veredales es una película de ficción, que unos pocos heridos en el hospital que antes no daba abasto atendiendo militares es una manipulación de cifras y que Medicina Legal esconde 2.700 muertos.
 
Y no tanto que no crean en lo que ocurre, sino que tampoco quieran que ocurra. Es frecuente ver citadinos reclamando volver a los días de las tomas de pueblos, secuestros masivos, emboscadas y combates que en muchos casos ellos no padecieron.
 
Y triste que no sea solo un asunto de oposición. Es también de apatía e indiferencia. Para reflejar la paradoja, el columnista Daniel Samper escribía en Semana, que se vio más emoción en la presentación de un futbolista en Barranquilla, a la que fueron 50.000 personas, que en la entrega de las 7.132 armas de las Farc. En el final real de esta guerra.