Tania...

Carlos Rojas Araujo

Un día a la vez. Con frecuencia, Tania me daba este consejo cuando conversábamos por teléfono. Ella desde Guayaquil y yo en Quito. Su voz, inconfundible en la pantalla, se sentía aún más cálida cuando hablaba como amiga.

Eran mis primeras semanas en televisión y la presión por sostener, cada domingo, un programa que despertara interés en las audiencias era muy fuerte; pero Tania siempre estaba al otro lado de la línea para calmar tantas dudas.No sé cómo intuía, pero aparecía allí; a veces en una llamada perdida que no alcanzaba a contestar o en un mensaje de texto, preguntándome cómo iban las cosas.

Lo que importa es lo que se hace hoy, ya veremos qué pasa mañana. El convencimiento con el que pronunciaba cada una de estas sílabas resultaba tan alentador.

Era una mujer con una impresionante capacidad para construir escenarios optimistas, quizá porque su espíritu se acostumbró a enviar luz a quienes consideraba sus amigos. Por eso, obviaba las quejas y conversaciones antipáticas.

Algunos le llaman carisma; otros, más espirituales, le dicen ángel. No sé qué tenía Tania, pero el tipo de energía que la rodeaba la convirtió en una figura imprescindible en la historia reciente de nuestro periodismo. Olfato, mística, frontalidad, tres atributos que la hacen inolvidable.

Le gustaba reírse de la vida y aunque no conversábamos todo el tiempo, estaba pendiente de mi trabajo, mientras yo le decía que, en algún momento, tendríamos un proyecto conjunto en Ecuavisa. Nunca llegó ese día.

Seguramente porque la pandemia y el encierro lo trastocaron todo y luego, porque su fulminante dolencia nos la arrebató muy pronto. O porque los seres humanos siempre dejamos lo importante para después creyendo que gente buena como Tania es inmortal.

La conocí en Guayaquil, un día de septiembre de 2015, en un foro sobre libertad de expresión. Saludé con ella y con María Josefa Coronel, otra profesional a quien le guardo profundo respeto. Los tres hablamos del momento de silencio que el poder autoritario ejercía sobre la prensa. Tania y María Josefa hablan por la televisión y yo por los periódicos.

Hubo intercambio de números telefónicos y su generosa amistad se hizo tan fuerte el día en que, a propósito del reconocimiento que recibí de la universidad Ecotec, me dedicó frases tan generosas, propias de una buena mujer.

Imposible olvidar su risa contagiosa cuando le comentaba mis enredos con el telepromter, mientras le decía lo difícil que resultaba adaptarme a los sistemas de edición de imágenes.

No te preocupes por eso, que lo nuestro es el talento periodístico, decía al confesar que tampoco podía manejar esas máquinas modernas. Su receta para trascender en TV eran las ideas que se tienen en la cabeza, la imagen y la fuerza honesta de la voz; el resto llega por añadidura.

Y así fue cómo veía cada tarde a Tania dar las noticias y hacer entrevistas, con la solvencia que solo una veterana de sus quilates podía transmitir.

Se ha ido de la pantalla y por eso estamos tristes. Me quedé con el deseo de impulsar un proyecto conjunto y de tomarnos un café en las tacitas que le regalé cuando en uno de sus últimos cumpleaños botó la casa por la ventana en una fiesta memorable, propia de quienes viven con intensidad cada minuto.