Seis años con los gringos
Hay dos hechos que coinciden con el cierre del gobierno de Guillermo Lasso y que, tras apuntarse, motivan el trazo de algunas líneas analíticas. Hablamos de la agenda de cooperación que Ecuador tiene con EE.UU. en temas de seguridad y comerciales y el interés que la Casa Blanca ha puesto sobre el esclarecimiento del asesinato a Fernando Villavicencio.
Es frustrante constatar que nuestra tragedia nacional es lo que despierta un interés incipiente en la política norteamericana y no otros temas mucho más enriquecedores que se quedaron en el camino a medida que primaban el desencuentro, los dogmas y la improvisación.
Pero si en el mediano plazo, Ecuador logra que el Congreso estadounidense apruebe la Ley IDEA que permitiría que el 90 por ciento de las exportaciones entren en ese país con cero arancel y si, por cuenta delas investigaciones del FBI, las autoridades dan con los autores intelectuales del magnicidio del 9 de agosto contra Villavicencio, se habrá consolidado una interesante política de Estado, en materia diplomática, que los gobiernos futuros no pueden desaprovechar.
El apoyo que Lasso consiguió de EE.UU. con el memorando de entendimiento y cooperación militar y de seguridad, suscrito en julio pasado con una extensión de siete años y un costo de dos mil millones de dólares es producto, a su vez, de la forma en la que él y su antecesor, Lenín Moreno, entendieron el papel que ese país debía jugar, guste o no, en la estabilidad democrática de una de las naciones más volátiles del continente.
Estos seis años de acercamiento con EE.UU. coinciden con el momento histórico más duro por el que atraviesa Ecuador debido a la explosión de la violencia por el narcotráfico y la penetración del crimen organizado en la política y las estructuras del Estado.
Es tan importante ese papel, que ha trascendido la propia debilidad del gobierno de Lasso cuyo final, aletargado por los plazos de la muerte cruzada, no alteró las conversaciones ni los objetivos centrales de la ayuda que el Estado ecuatoriano ha demandado.
Por eso, sería necesario que el próximo presidente, Luisa González o Daniel Noboa, tengan el buen juicio de continuar y fortalecer esta agenda.
Si gana Noboa, seguramente, la relación con EE.UU. seguirá con fuerza y dinamismo. Las dudas surgen por el excesivo componente de ideología bolivariana de los principales asesores de González: Rafael Correa, Fernando Casado, Ricardo Patiño, Gabriela Rivadeneira...
En estos días de campaña, la candidata ha tenido el acierto de decir que mantendría la cooperación con Washington, así Maduro o Putin se incomoden. Pero también le pueden aturdir los gritos destemplados de quienes hablan de memoria sobre dignidad y soberanía, sabiendo que ello facilita la impunidad y el concubinato entre políticos y mafias, como ya ocurrió tras oponerse a la extradición de los criminales.
Es triste concluir que un país como Ecuador, pese a todo lo que ha vivido, no logra definir una estrategia contra la inseguridad. Lo único claro que existe, por lo pronto, es la cooperación con EE.UU. que podría pasar de lo militar a los proyectos sociales o a una capacitación institucional de largo aliento. Eso hay que preservar y fortalecer.