Hogar... un lugar especial de reunión
Hay un lugar, hay una ocasión, hay un encuentro que no aparece en ningún libro de Historia ni en un monumento relevante, pero que -sin lugar a dudas- ha transformado los destinos de cada persona de este mundo.
Ese lugar y ese momento son los que reúnen a dos o más mujeres. Eso que inicia con un “¿Nos tomamos un café?” (y quien dice café dice también sopa caliente, una copa de vino o un vaso de agua en mitad del camino).
Esa cita ineludible con las amigas, con las hermanas, con las compañeras. Ese encuentro en el que desarmamos la vida y la volvemos a construir. Esa ocasión que arranca con el abrazo del afecto que no caduca, y con preguntas sencillas e inmensamente trascendentes como: ¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Tus hijos, bien? ¿Tu mamá ya está mejor?
O con esas aseveraciones, mirándonos a los ojos y sosteniéndonos el alma: “Tranquila, amiga, vas a ver que se soluciona”, “Yo te ayudo”, “Cuenta conmigo”.
Las citas de amigas y hermanas incluyen de todo, casi siempre las risas están garantizadas, el humor sano y, también, el chiste subido de tono, las memorias divertidas y esas meteduras de pata que nos convierten en cómplices para toda la vida.
Hablamos de amores, hablamos de hijos y nietos, hablamos de remedios caseros para las hormigas y remedios universales para el mal de amores, hablamos de miedos, de angustias, de recuerdos felices, de proyectos y sueños.
Si una se fue de viaje... todas las demás, al escuchar sus anécdotas, viajamos con ella. Si una vive una ruptura... todas las demás lloramos por el sueño que se desvanece (bueno, no todas, siempre hay una amiga combativa que invita a la rebelión del alma, y enarbola la bandera de “ya, pues, amiga, un clavo saca otro clavo”). Si una se equivocó en una elección... todas nos solidarizamos, e inmediatamente sacamos algún motivo para la risa. Aún recuerdo, cuando yo, llorosa, llegué a una reunión de amigas con la inefable confesión de “me dejó, ya no me quiere”. Enseguida sentí miradas y abrazos de apoyo, y de inmediato comenzaron a hacerme reír: “¡Te salvaste, amiga! De seguro llevaba ropa interior con animal print” O “Te juro, amiga, que un día dijo: “que no haiga más problemas”, ¡ese hombre no era para ti!”, y otra mencionó: “Cuando se toma dos tragos cree que baila como Chayanne... y en realidad baila como si tuviera cálculos en la vesícula, qué bueno que ya no estás con él).
¿Quiénes seríamos sin esas reuniones de amigas? Y no solo me refiero a las reuniones con nuestras amigas, en el presente. Sino a las citas a las que acudieron nuestras madres y abuelas, para juntarse con sus compañeras de camino, para compartir sus inquietudes, para reír a carcajadas, para averiguar cómo se hacen las humitas o cómo se arregla el corazón de un hijo que llora en el amor no correspondido.
Desde hace 60 años, revista Hogar ha sido ese punto de encuentro. En sus páginas nos hemos visto, con la confianza y el afecto de las amigas. Ahí han surgido las respuestas, los consejos, las nuevas perspectivas de la vida, los secretos, las buenas nuevas.
Celebro hoy, como cada día, a esta querida revista que nos ha permitido reunirnos en este afecto cómplice, y ser cada día un poquito mejores.
¡Gracias a Hogar! ¡Gracias a Rosa Amelia, su fundadora y su pálpito cotidiano! ¡Gracias a todo el equipo de profesionales comprometidos que la diseñan cada mes! ¡Gracias a las inolvidables Gaby Gálvez y Tania Tinoco, con quienes compartí páginas inolvidables en mi vida y en la querida Hogar! Que vengan muchos años y muchas páginas para compartir.