Entre la paja toquilla, el bambú y la madera

Nicole Cáceres Báez
Entre la paja toquilla, el bambú y la madera

En el Litoral nacional hay varias comunidades que se dedican a la producción de artesanías a base de paja toquilla y entre sus productos más destacados están los sombreros más finos, o los mal llamados Panama Hat. El 5 de diciembre del 2012, la UNESCO incluyó al tejido tradicional del sombrero de paja toquilla ecuatoriano en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural de la Humanidad. Y en la necesidad de conservar nuestras artesanías, nació Marina, una pequeña marca en la que trabajan hombres y mujeres de varias comunidades de Manabí y Santa Elena, como Pile y Olón, respectivamente; que paso a paso se está abriendo camino entre los gigantes europeos, llegando a mercados como Zagreb, en Croacia.
 
Más allá de la paja toquilla
Fidel Espinel Treviño y Bertha Pachay, miembros de la Escuela de Artesanos de la localidad de Pile, comentan que los conocimientos de las artesanías se han venido dando de generación en generación y cuentan con más de 100 años en el sector. “Nuestro producto aquí es algo especial, es un sombrero fino, que en ninguna otra comunidad se lo hace tan fino como se lo ha hecho aquí”, manifiestan los artesanos, debido a que la técnica utilizada prioriza el tejido a mano, haciendo más fácil elaborar trenzados con más puntadas y, por ende, con grados superiores.
 
Para entender cuál es la importancia de los grados en los tejidos, Espinel nos explica que “el grado” es el número de hebras utilizadas por cada centímetro de costura. La mayoría de productos de paja toquilla se fabrican arrancando desde 0 a 5 grados, estos sombreros son considerados como baratos o comerciales y pueden tardar hasta una semana en fabricarse. En cambio, las artesanías de Pile empiezan desde los 10 hasta los 42 grados y pueden demorar hasta 8 meses en culminarse. 
 
Creando colecciones
Cada muestrario de la firma lleva un nombre característico de las comunidades que lo fabrican, un ejemplo de ello es la colección Spondylus, la cual simboliza el recorrido por las playas a lo largo de la costa del Ecuador, conectando a las culturas precolombinas que utilizaban las conchas rojas para la comercialización; otras colecciones son Flores y Ocaso, hacen referencia a los paisajes pintorescos del atardecer y a la vegetación endémica del lugar.
 
Para crearlas, los artesanos combinan diferentes materiales además de la paja toquilla, como el bambú y la madera, específicamente la teca, los cuales son obtenidos de los bosques cálidos lluviosos del sector y que en principio sirvieron para otro fin. “Nosotros reutilizamos los retazos que sobran de los materiales con los que hacemos también muebles grandes”, comenta Pachay, indicando la importancia de crear una moda sostenible que brinda una segunda vida a la materia prima y, sobre todo, no la daña, porque no se utilizan químicos.
 
Una forma de vivir
Para los artesanos, la mayoría en edad productiva, esta labor tradicional representa una actividad formal y un ingreso estable para sus familias que, poco a poco, va creciendo en consumidores; por esta razón, siempre intentan innovarse con diferentes materiales y productos para conseguir diseños exclusivos en sombreros, carteras, cinturones y más accesorios, que cumplan con acabados de lujo para exportalos a otros países, mediante alianzas estratégicas con el pago digno a este trabajo artístico.
 
Un camino por delante
Fernando Abad, el cabecilla de esta firma creativa, se siente orgullo por haber apostado en este concepto artesanal, que visibiliza la habilidad con las manos y las tradiciones de nuestro país. La responsabilidad social, las oportunidades de trabajo y la remuneración justa son los objetivos principales de Marina, para así contribuir al desarrollo de las comunidades. “Actualmente beneficiamos a más de 50 artesanos, hombres y mujeres que tejen la toquilla diariamente… queremos que esta tradición no se pierda y para eso necesitamos que exista una retribución económica en el sector para que las personas no se dediquen a otras industrias... por eso un porcentaje de nuestras ganancias va dirigido al crecimiento de las comunidades”, enfatiza Abad.
 
Para el futuro de esta actividad, el creativo nos cuenta que el emprendimiento continúa apostando por las plataformas digitales y su página web, www.marinaec.com, donde se concentra el 60 % de sus ventas y se destaca la historia de esta tradición.
Carludovica palmata
Desde los años 1600 los artesanos ecuatorianos tejen varias artesanías a mano, con una planta, originaria de estas tierras, llamada “Carludovica palmata” (toquilla). Al final de sus largos tallos crecen hojas en forma de abanico, que son cortadas aún retoños para posteriormente proveer la fibra de paja para la realización del sombrero, carteras u otros productos. Las plantaciones más importantes se encuentran en las provincias de Manabí y Guayas; y también en zonas de la región Amazónica.
 
Tejiendo con tradición
Fidel Espinel nos explica que el proceso del tejido comienza por la “plantilla”, utilizando pocas hebras de paja, se van incorporando más hasta alcanzar un ancho de 5 a 10 cm de diámetro. Se continúa con la “copa”, utilizando una horma de madera sobre la cual acondicionan el tejido hasta llegar a la falda, que será la última parte del sombrero. A continuación, se procede al “remate”, consiste en realizar un entrelazado especial al filo del tejido del sombrero, quedando al final largas hebras de paja toquilla.
Después, el sombrero tradicional ecuatoriano pasa por las siguientes etapas: la “azocada”, que consiste en apretar el remate para evitar que el tejido se deshaga y cortar el exceso de fibra; el “lavado” y “teñido” del sombrero; la “compostura”, que radica en devolverle al sombrero su forma original luego del lavado; y, finalmente, el “modelado” y “decorado”, fases en las que la creatividad y el diseño se complementan con la destreza manual para concebir sombreros exclusivos que se han convertido en el orgullo del Ecuador.