La historia de Manuela Toabanda, mujer indígena que apareció en la portada de National Geographic
El majestuoso Chimborazo ocultaba una emotiva historia en sus faldas que fue descubierta por el lente de Manuel Avilés, el fotógrafo ecuatoriano que ha congelado los paisajes del mundo usando su cámara.
Una coincidencia llevó al artista hacia el escenario perfecto que, 12 años después, se convertiría en la portada de una de las revistas más importantes del planeta: National Geographic Traveller de Reino Unido, que, en colaboración con el Ministerio de Turismo, dedicó casi una edición completa a Ecuador.
La fotografía que tocó las puertas de miles de hogares al otro lado del mundo se dio por un inesperado cambio de planes que el destino parecía haber dibujado con sus propias manos. Y es que, en un principio, Avilés buscaba a Baltazar Ushca, conocido por ser el último hielero del Chimborazo, pero no logró completar el recorrido del histórico trabajador. Fue entonces que, en su regreso, se encontró de frente con una persona que marcaría su vida.
Una coincidencia orquestada
Manuela Toabanda se encontraba pastoreando a sus alpacas y ovejas cuando a lo lejos, la cámara de Manuel —un desconocido para ella— la perseguía sutilmente. Al notarlo y en medio de una corta interacción con el profesional, la mujer posó, sin saber que su sonrisa representaría a todo un país en el exterior.
El fotógrafo continuó su camino, pero ni la vida ni el tiempo lograron borrar su curiosidad por conocer la historia detrás de aquella misteriosa mujer que retrató en un efímero encuentro. Por ello, una década más tarde, decidió caminar sobre los pasos que dejó en su recorrido al Chimborazo, y preguntar a los pobladores por ella con su imagen en mano.
La incertidumbre lo acechó en el viaje, y es que Manuel no sabía si la mujer continuaba pastoreando, o si seguía viva. Para su suerte, no fue difícil hallarla: todos en el poblado sabían exactamente quién era y en dónde vivía.
La historia detrás de la sonrisa
Se trataba de Manuela, de 88 años, y aunque ya no se dedica por completo al cuidado de sus animales, camina hasta el páramo esporádicamente para no alejarse de la labor que ejerció durante tantos años.
Se casó a los 17 años, y junto a su esposo se dedicó a la crianza de sus 10 hijos, quienes bajo el ejemplo de sus padres, construyeron un camino forjado por el sacrificio. Una de ellas, nombrada igual, aunque su madre, inició una fábrica de productos lácteos que hoy dirige junto a su familia.
Lo que empezó como un emprendimiento, hoy cuenta con una planta de producción ubicada a una cuadra del hogar en el que siempre han vivido, lo cual le permite a Manuela llegar fácilmente a pie hasta el establecimiento y ponerse al día con lo que ocurre dentro de la empresa.
Una década después de la fotografía, la vida de Toabanda tomó otro rumbo, uno marcado por el deseo de superación y el ejemplo de dos padres que dedicaron su vida al trabajo por un futuro diferente para sus hijos. Ambos recogen hoy los frutos del árbol que maduraron con determinación.