¿Qué sucede con el Programa de Alimentación Escolar en Ecuador?
Más de dos millones de estudiantes son parte del Programa de Alimentación Escolar del Gobierno. Si bien busca resolver una problemática para familias de escasos recursos, hay muchas cosas por resolver.
No comer durante varias horas o ingerir lo mínimo es la realidad de muchos niños en edad escolar (seis a 12 años) en Ecuador. El último estudio realizado por el INEC señala que un poco más del 69 por ciento de los hogares en el país no puede pagar el costo mensual de la Canasta Familiar Básica. Es decir, solo tres de cada 10 hogares pueden comer adecuadamente.
Luz Mary A. es colombiana y vive desde hace muchos años en Tumbaco, en la parroquia de Quito. Sus tres hijos son ecuatorianos y estudian en un colegio fiscal de ese sector. Ellos forman parte de los casi 2,3 millones de estudiantes beneficiados por el Programa de Alimentación Escolar gestionado desde 2016 por el Ministerio de Educación.
“Mis hijos no se comen los refrigerios...no les gustan las galletas ni las barras de cereales y los jugos me parece que no tienen ningún alimento, son como agua. Incluso, sé que algunos compañeros de ellos los botan a la basura ”, explica.
Aunque los hijos de Luz Mary regalan las colaciones o las llevan a casa porque ella tiene las posibilidades para preparar alimentos frescos y naturales, existe otra realidad. “El año pasado supe que un niño se desmayó porque no había desayunado y solo había comido la colación... que no es suficiente para sobrellevar toda la jornada”, recuerda.
De acuerdo con la Unicef, la inversión en alimentación es fundamental para la formación de capital humano, ya que la nutrición es esencial para el crecimiento, el desarrollo cognitivo, el rendimiento escolar y la productividad futura de los niños.
Si no se cumplen los requisitos nutricionales, las consecuencias llegan en efecto dominó. Anna Vohlonen, especialista en Educación y Protección, asegura que si un niño no tiene alimentación de calidad, se cansa, no puede fortalecerse y se genera una cadena de no aprendizaje que puede terminar en exclusión educativa.
“La alimentación escolar no es lo único que determina esto pero sí es un componente importante. Para las familias con pocos recursos, las colaciones son una porque tranquilidad saben que los niños no pasarán hambre durante el día”, detalla.
Precisamente por esto, la especialista considera que no solo debe medirse la duración de la jornada escolar sino que también hay que medir el tiempo desde que los chicos salen de sus hogares hasta que regresan.
“Esto permitirá saber realmente qué necesita la alimentación escolar y la cantidad adecuada para las diferentes etapas de desarrollo. Cuando un niño pasa sin nutrición, se vulneran varios de sus derechos”.
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DE LA BODEGA AL PUPITRE
Es la una de la tarde en el norte de Guayaquil. Cientos de niños corren para llegar al inicio de las clases vespertinas. Algunos llegan con loncheras, otros no. Inicia la clase y todo ocurre con normalidad. A las 15h00 horas llega el receso, quizá el momento más esperado por muchos de ellos que no han almorzado.
En ese momento una persona encargada de la bodega junto con la ayuda de los estudiantes más grandes, entregan una canasta con las colaciones; las maestras lo distribuyen. Hoy el menú es una leche entera saborizada y una barra de cereales; mañana quizá será un paquete de galletas y una avena o jugo. El Plan de Alimentación incluye estos productos.
En esta visita realizada por el equipo de Vistazo a esta institución educativa fiscal comprobamos que si bien los estudiantes reciben la colación, muchos de ellos no la consumen. Algunos porque no les gusta; otros porque llevan su propia comida. “Hay niños que no se la comen y se la dan a los compañeros que no tienen lunch y a veces como les regalan tantas, se las llevan a casa para sus hermanos o demás familiares”, explica una de las profesoras del plantel.
En este colegio, la repartición de las colaciones depende del curso. Por ejemplo, a los niños de segundo de básica les entregan los refrigerios al finalizar la jornada escolar, a menos de que no tengan comida para el receso. Mientras que a los más grandes, les reparten media hora antes, comen dentro de los salones y salen al recreo.
La falta de aceptación no es lo único. Las colaciones son entregadas a los colegios para abastecerlos por todo un mes y algunos tienen bodegas. Otros, como en este caso, no tienen otra opción más que almacenar la comida en salones improvisados, sin aire acondicionado y con las cajas apiladas.
Si bien los productos son desarrollados por tres empresas reconocidas del sector alimentario, hay otro problema: ¿Qué pasa con los niños intolerantes a la lactosa o con problemas digestivos por la ingesta de gluten que no han sido detectados justamente porque sus padres no cuentan con los recursos para hacerles esos examenes?
De acuerdo a consultas realizadas al Ministerio de Educación (MINEDUC), por el proceso que se maneja actualmente, es difícil adquirir los alimentos pensando en esas características.
“No estamos hablando de un número menor de estudiantes beneficiados, pero es algo que lo tenemos en conocimiento y por eso trabajamos con el Ministerio de Salud Pública (MSP) para mejorar los contenidos nutricionales”, señala Gabriel Casañas, subsecretario de Administración Escolar. Es decir, es difícil personalizar la colación por la cantidad de estudiantes a los que debe entregársele; la inversión sería mucho mayor.
En Ecuador, el Programa de Alimentación Escolar llega a un poco más de 12 mil escuelas fiscales y fiscomisionales de todo el territorio. ¿Su inversión? Este año fue de 120 millones de dólares, un costo de 33 centavos por ración alimenticia.
Para 2023, los planes del MINEDUC, basados en la Ley de Alimentación Escolar, son actualizar y crear nuevas fichas de colaciones para los estudiantes. Y, en ciertas zonas rurales, ensayar la posibilidad de distribuir productos como fruta fresca a través de familias o comunidades de agricultores.