Incendios forestales en Ecuador: ¿se podrá recuperar los ecosistemas afectados?
El pasado 24 de septiembre, Blanca Chango de 68 años estaba sentada en su cama, comiendo y viendo televisión. Era un día normal como cualquier otro. Nunca se imaginaría que esa tarde, ella y todos los quiteños vivirían un completo infierno.
A eso de la una de la tarde, una llamada al ECU 911 alertó la expansión de un incendio forestal que ocurría en las laderas de Guápulo, ubicado en la parroquia Itchimbía (en Quito). Poco después, uno de los hijos de Blanca le avisó que las llamas estaban avanzando y que debían salir inmediatamente del lugar.
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El fuego dejó al hogar de Blanca con ventanas rotas y con problemas de tuberías, pero no fue la única afectada. La Familia Chango está conformada por nueve hermanos. Cada uno construyó su hogar alrededor de una casa principal de tres pisos que quedó en ruinas por la explosión de un tanque de gas. Esta fue una de las mayores pérdidas materiales registradas después de la catástrofe.
Carlos Chango, uno de los hermanos de Blanca, tenía su taller de carpintería en esa casa que fue consumida por las llamas. Es decir, que su medio principal de subsistencia se convirtió en cenizas en cuestión de horas. Todos los electrodomésticos, las camas y la ropa quedaron destruidos. Las pérdidas materiales no fue lo único que vivió esta familia.
Carlos quedó con quemaduras en los brazos y en el rostro. Además, en esa vivienda también habitaban otras siete personas: un bebé de cinco meses quedó con leves quemaduras en la cara y un niño de cinco años tuvo que ser llevado al hospital. Hoy está fuera de peligro.
Esa tarde, el incendio se propagó al barrio Bolaños, al cerro Auqui y a zonas más residenciales como el Parque Metropolitano y la avenida Gonzáles Suárez. Por más de 36 horas, el equipo del Cuerpo de Bomberos de Quito junto a otras instituciones trabajaron para combatir las llamas que llenaron el cielo de la capital de humo negro. En total, más de 140 hectáreas de bosque fueron afectadas.
En lo que va del 2024, la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos ha registrado más de 5.600 incendios forestales. Más de 82 mil hectáreas de cobertura vegetal se han quemado, más de 44 mil animales han fallecido y hay más de 1.600 personas afectadas.
Quemar la vegetación es una práctica ancestral realizada desde antes del período incaico en Ecuador. Su objetivo, paradójicamente, es conservar los suelos. Porque otras técnicas como el arado, que se utiliza para labrar y hacer surcos en la tierra, fueron traídas con la colonia. Es decir, que no son propias de nuestras montañas y de hecho, son más difíciles de ejecutar porque cuando el ganado pisa el suelo que fue labrado, lo compacta y hace que pierda todas sus propiedades.
Es decir, que la mejor alternativa para los agricultores es quemar la vegetación cultivada (no la natural) para eliminar todo lo que queda de la siembra anterior. La razón está en lo que pasa en el suelo: cuando se calienta y la temperatura de la superficie se eleva, todos los microorganismos se van hasta 10 centímetros más abajo. Una vez que se enfría el suelo, salen y se combinan con ciertos minerales que deja la ceniza y esto hace a la tierra más fértil.
“Esta práctica tiene un arraigo cultural, pero hay que tratarla con pinzas. Si no se controla, puede extenderse y ocasionar un incendio forestal como los que hemos visto”, explica Verónica Iñiguez, docente-investigadora del Departamento de Ciencias Biológicas y Agropecuarias de la UTPL.
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Las provincias que registran mayor pérdida de cobertura vegetal por los incendios forestales son precisamente las que son agrícolas por excelencia: Loja, Azuay, Pichincha, Carchi, Cotopaxi e Imbabura. Pero, la pregunta que surge es ¿cómo suceden estos incendios y por qué se expanden tan rápido?
“Un incendio tiene tres componentes. El primero es el oxígeno que tenemos disponible en el ambiente. Luego tenemos un combustible que generalmente son las hierbas que se van secando. Y un tercer elemento es la fuente de calor que usualmente es la actividad humana. Se estima que el 99% de los incendios es por intervención humana”, detalla la especialista Iñiguez.
La teoría coincide con los hechos. Agosto y septiembre han sido meses extremadamente secos que, incluso, han llevado a que el gobierno anuncie racionamientos de luz por más de 10 horas ante la falta de recursos hídricos para alimentar a las hidroeléctricas. Pero ese no el único problema. Nuestros campos agrícolas no tienen suficientes rompe fuegos de por medio y esto hace que una simple llama, se traslade a quebradas o bosques.
“Estos bosques generalmente son árboles de eucalipto que funcionan como un fósforo. Se plantaron estas especies exóticas para producir madera, pero tienen un aceite que con la más mínima chispa se enciende y se queman rapidísimo. Esto nos muestra que el ambiente que creamos también genera a su vez el ambiente ideal para incendios grandes”, detalla Robert Hofstede, biólogo y docente-investigador de la Universidad San Francisco de Quito.
El especialista, además, asegura que uno de los ecosistemas más modificados por los seres humanos son los páramos (nuestros principales generadores de agua). ¿Por qué? Han desaparecido pequeños bosques y humedales que les han dejado con una vegetación uniforme. “Es un gran pajonal que cuando se incendia se extiende mucho más que cuando tiene su mosaico natural de pajonal alto, pajonal bajo, hierbas, humedales y bosquecitos”, dice Hofstede.
Cuando ocurre un incendio forestal de la magnitud del de Guápulo, el impacto en el ecosistema depende mucho del lugar dónde sucedió. Por ejemplo, si ocurre en un lugar de plantaciones de eucalipto, los estragos serán menor porque son plantas de origen australiano que con la evolución adquirieron características para rebrotar después de un incendio.
Pero, si se trata de un ecosistema nativo de Ecuador como los bosques secos de las quebradas interandinas, la mayoría de árboles se mueren con el fuego y necesitan mucho más tiempo para recuperarse.
Ante esto, el Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica presentó un Plan de Restauración de Ecosistemas Afectados con siete etapas: incendio, sofocación del fuego, enfriamiento del suelo, diagnóstico y cuantificación del área afectada, proceso de restauración (preparación del suelo y reforestación), mantenimiento-monitoreo y establecimiento de los individuos forestales.
Los expertos consultados creen que hay tres cosas que no se contemplan en este plan: la estrategia debe ser diferente dependiendo del ecosistema (páramo, campo agrícola, bosque de eucalipto, etc), se debe analizar la capacidad de regeneración natural del hábitat para ver si es realmente es necesario intervenir y sobretodo, prevención y educación constante.
“Es indispensable que en una restauración se asegure que no existan incendios nuevamente. La prevención debe ser un eje transversal y debe trabajarse junto con las comunidades, porque tenemos épocas de estiaje que se repetirán absolutamente todos los años”, detallan los especialistas.
Estar preparados ante un incendio no solo implica dar soporte a la quema de vegetación que realizan los agricultores, reaccionar al momento de una alerta o tener los recursos necesarios para sofocar las llamas. Va más allá de eso: se necesita aprender de las lecciones pasadas, que es algo que no se ha hecho. Una muestra de eso está en Quilanga, en la provincia de Loja donde hubo un incendio forestal en el 2019 y el pasado mes de agosto volvió a ocurrir un incendio en el mismo lugar generando el doble de afectaciones.
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Si no se trabaja permanentemente entre gobiernos parroquiales, cantonales y provinciales para monitorear continuamente los sitios más propensos a incendiarse, la pérdida de materiales y de biodiversidad continuará hasta llegar a un punto crítico.