Sand Land | El arte del maestro Akira Toriyama
Este año dejó el plano físico el maestro Akira Toriyama, pero su legado perdurará por siempre, no solo por la magia de Dragon Ball, su obra se expande a través de historias cortas, miniseries hasta colaboraciones en videojuegos. Una de estas fabulosas creaciones fue ‘Sand Land’ (2000), que más de dos décadas después se presenta en diversos formatos que van desde una película hasta figuras coleccionables.
La adaptación llegó primero a Japón en forma de película, logrando un gran éxito; sin embargo, recién en marzo de este año, a través de la plataforma Disney+, se presentó para el resto del mundo como un anime de 13 episodios. Podríamos pensar que es la típica jugada de dividir una película en partes y listo, sin embargo... El maestro Toriyama siempre nos sorprenderá y en esta ocasión, los primeros seis episodios de la serie corresponden al contenido del filme, pero con escenas inéditas y lo mejor es que a partir del séptimo capítulo, se expande la historia más allá del material original con aportes nuevos que fueron parte de las últimas creaciones firmadas por Akira Toriyama.
Lea también esta reseña | "Vincent debe morir" | El caos de la sociedad actual
El manga y el anime tienen el sello único de Toriyama, personajes que destacan no solo por los diseños, sino que forman parte de un relato perfectamente orquestado en el cual parece que todo integra un mismo universo, reconocemos claramente los majestuosos vehículos que tanto le apasionaban dibujar al maestro, los toques de humor desenfadado, pero sumamente inteligente que con precisión jamás desentonan con las dosis de acción, peleas icónicas y un ritmo que jamás decae.
La historia se desarrolla en un mundo postapocalíptico, un desierto a lo ‘Mad Max’, que luego de grandes guerras, provocaron una terrible escasez de recursos, principalmente del agua y para peor, un codicioso rey se encargó de acaparar todo el líquido vital. En este contexto tan desalentador, el Sheriff Rao emprende una aventura única, en busca de una leyenda, el mítico manantial perdido en los confines del desierto. Para este fin, junta un singular equipo integrado por Beelzebub, príncipe de los demonios, y al ladrón llamado Thief.
Es imposible no divertirse y disfrutar de todas las peripecias por las que deben pasar los protagonistas, este viaje por el desierto está lleno de emociones, producto del excelente equilibro logrado por la animación de calidad en la cual las trepidantes secuencias de acción se combinan con pasajes de calma, para darle mayor trasfondo a los personajes y a sus relaciones, factor que nos recuerda a las excelentes aventuras de la primera saga de Dragon Ball.
No soy fan del CGI ya que en muchas ocasiones no juega a favor, basta con recordar lo acontecido con la adaptación de Berserk del 2016; sin embargo, en ‘Sand Land’, debido al gran número de vehículos, dinosaurios y otras creaturas, se convierte en un factor positivo, que, si bien en ocasiones provoca cierta sensación de estática, en general no desentona ya que aporta una mejor estructura de las escenas y potencia el entorno, dando cátedra en la estructura de los paisajes combinando muy buenos efectos de acuarela y sombreado.
Lea también esta reseña | Bluey: Una gran serie para toda la familia
Un elemento muy interesante a destacar es la crítica latente a cómo el no pensar en la importancia de los recursos naturales y darle mayor trascendencia a egoísmos y riquezas banales puede llevarnos al colapso. Toriyama plasma en su historia un claro llamado de atención para todos en el sentido de que debemos preocuparnos por lo que verdaderamente importa y dejar de lado rencillas absurdas que solo traen odio y destrucción.
Es innegable la profunda nostalgia y tristeza que como admirador de la obra de Akira Toriyama provoca terminar la serie y saber que lo último que veremos del maestro será 'Dragon Ball: Daima'; pero más allá de estas sensaciones, lo fundamental es recordar todo el legado de su obra y valorar cómo cada una de sus creaciones sigue inspirando e invitándonos a nunca dejar de soñar.