Guayaquil: la Zona Rosa busca recuperar su brillo
El centro de Guayaquil es caótico. Sinónimo de trámites, tráfico, compras y barullo. Suena a claxons, vendedores y voceadores, y a muchas personas hablando al mismo tiempo. Entre la Bahía y el centro bancario hay tantas transacciones como diversidad de regiones interactuando. Pero pocos metros más al norte, siguiendo el malecón, hay un sector que hace sentir que todo en la urbe más comercial del país se puede llevar con calma, tomarse un descanso y olvidarse de la presión de la vida.
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Desde las calles Luis Urdaneta hasta Juan Montalvo, de sur a norte, y de General Córdova a Panamá, en sentido este a oeste, se abren paso nueve cuadras que aunque no pertenecen a un barrio en específico, tienen una identidad propia. Cargadas de historia, trabajo y alegría. Es la Zona Rosa. Un punto que aunque suena a algo lleno de vida, la realidad es que sobrevive.
Si antaño estas calles olían a cacao secándose, ahora huele a una riqueza gastronómica que va desde un ceviche y su encurtido hasta un plato de pasta artesanal recién servida. Son los olores ese primer recuerdo que tienen los habitantes de este sector, quienes también han hecho que su trabajo crezca desde este punto. Uno que pese a todo el entusiasmo que le ponen, no dejan de surgir cada vez más trabas.
María José Salinas creció jugando entre los portales de estas calles. Recuerda que estaban llenas de autos y de trabajadores que secaban el cacao hasta antes de la llegada del nuevo milenio. Su vida pasó de tomar el bus de la Maranatha a ver que frente a su casa se erguía la parada de la Metrovía.
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Es en esa esquina, en Rocafuerte 238 e Imbabura, en donde se levanta el bar más antiguo del sector, y en donde creció viendo a los artistas de la urbe. El Colonial se fundó el 17 de julio de 1982, y hoy presume de su prestigio pero también de ser un “sobreviviente”, como lo indica su administradora. Su edificio es histórico, fue construido en 1906 y luego tuvo remodelaciones, dejando presente el paso de la historia de estas nueve cuadras en las que hoy convergen estilos de arquitectura colonial, republicana, edificios con características neoclásicas y arquitectura moderna.
María José es hija del chileno Miguel Salinas Melo, creador de este sitio que se convirtió en el bar más representativo del centro. Desde el 2022 tomó la batuta del lugar. “He sido parte de varias crisis que ha vivido El Colonial y sigue en pie. La regeneración urbana, el COVID-19 y los toques de queda, son los momentos más difíciles que hemos afrontado”.
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Al igual que ella, las discotecas del sector han batallado por situaciones similares. Aunque prefiere mantenerse al margen del grupo de dueños de bares agremiados, son para el Municipio y la colectividad parte de una misma propuesta. Fue entre el 2001 y el 2005 cuando se creó el concepto de Zona Rosa, impulsado por la alcaldía de León Febres Cordero. “Inició con casi 100 bares, de los cuales ahora somos menos de 20”, explica la gerente. Hoy esta idea de centros de diversión nocturna se ha diluido, un tanto por los nuevos lugares de moda que surgen y otro por la inseguridad.
LA ZONA ROSA: DE ÁREA CACAOTERA A PUNTO GASTRONÓMICO
Mientras que haya sol, ese que hace sentir que Guayaquil quema, la vida del centro se siente segura. Aunque los robos y extorsiones tienen cifras a la alta, siendo casi 10 mil robos y casi 200 extorsiones las contabilizadas este 2024 por la empresa pública Segura; los vecinos y propietarios de la Zona Rosa y Calle Panamá aseguran que no tienen estos inconvenientes aunque el sentir sea todo lo contrario. Por esa razón, parece un oasis de paz ver a las personas tomar un café o una cerveza en las aceras, escuchar a la banda municipal que se presenta durante la semana, o a los niños correr en el parque.
En la esquina de atrás del Colonial hay una efervescencia que mantiene la energía pero tiene un horario de oficina: de ocho de la mañana a cuatro de la tarde. Es la calle Panamá el nuevo centro gastronómico de la ciudad. Aquí se han puesto los ojos de la propuesta turística porteña. Tanto por los ciudadanos como por las autoridades.
Entre el bar El Colonial y el restaurante La Central, hay dos peatonales y un parque infantil que conecta sus puntos, haciendo que La Zona Rosa y El Centro Gastronómico colinden pero no se toquen. Son dos mundos a escasos metros de distancia, que podrían tener una conexión integral. Sin embargo, la comida y la fiesta parecen no ponerse de acuerdo para mantener activo al centro. Aunque cada uno hace lo suyo por su estilo de negocio.
“Una ciudad sin movimiento nocturno está muerta”, sentencia María José Salinas. Ella ha tenido que adaptar los horarios de su bar lo más temprano que pueda debido a la inseguridad y las acciones que toma la ciudadanía ante los hechos delictivos. Las 18:00 son ahora tan movidos como lo fueron las 02:00 de la mañana hasta antes de la pandemia.
El vaivén del centro de la ciudad concluye rápido, y pareciera que la Zona Rosa y la Calle Panamá son los rebeldes del sector. Intentan llevar distracción y gozo a los oficinistas y ejecutivos de la zona. Los bares y discotecas que ahí laboran prenden la noche hasta las cuatro de la madrugada. Un ruido al que sus vecinos se han acostumbrado, y que resienten si no lo escuchan.
ZONA ROSA DE GUAYAQUIL: ENTRE LA NOSTALGIA Y EL COMERCIO
Frente al Colonial, sobre la calle Imbabura, en el portal del edificio esquinero se ubica con su silla uno de los habitantes que más años tiene en el sector. Jorge Vicente Crespo llegó a su actual residencia en 1955 siendo un bebé, ahora tiene 70 años. Es como el alcalde del sector, pasan los vecinos y lo saludan con cariño y autoridad. Su plática es concisa pero da puntualizaciones valiosas de cómo han cambiado estas calles de Guayaquil.
Recuerda con detalles las casas de estilo colonial que se ubicaban en estas cuadras, pero que no se llegaron a preservar por la falta de una ordenanza de patrimonio. “Esto cambió con la venida de los bares. Esto era una zona cacaotera. A lo largo de la Panamá regaban la pepa del Cacao para secarlo, también habían varias bodegas. Todo este sector olía a eso”, recuerda mientras señala estos puntos de recolección.
Aunque la troncal de la Metrovía pasa frente a su puerta, el transitar de los peatones es poca, y añora los tiempos en los que estaba la estación de buses hacia Milagro o el pasar de los estudiantes politécnicos. “Soy de los pocos que se reúne con los amigos. Me siento aquí los viernes y sábado por más tiempo, porque están encendidas las discotecas. Cuando están prendidas me siento más seguro, sino a las 18:00 regreso a casa”.
Desde su esquina analiza sus calles: “El barrio siempre fue tranquilo. Antes había más comercio. Ahorita está botado, había movimiento”, señala y resalta que los restaurantes en la calle Panamá la renovó. “Allá todo estaba olvidado”.
Desde el 2017 llegaron los primeros restaurantes que delimitaron lo que hoy es el centro gastronómico de la calle Panamá: El Mono Goloso y La Central. “Antes de la peatonalización eran calles que servían como parqueadero de vehículos”, recuerda Gabriela Cepeda, chef y propietaria de La Central.
“Junto con mi hermana crecimos en Junín y Malecón. Somos del centro de la ciudad y nos apenaba saber que no había nada por aquí. Nuestro primer local lo pusimos en la esquina de Panamá y Luzurraga. Hoy ahí está La Cevichere, otro restaurante nuestro”, cuenta orgullosa.
Gabriela ve con buenos ojos el auge del sector pero no lo romantiza. “Ha sido durísimo emprender aquí. Lo primero fue acostumbrar al público a la oferta, el cual era incierto, además de enfrentarnos a una pandemia, los toques de queda y la inseguridad. Todo lo que pasa en la ciudad le afecta al centro”, afirma decepcionada.
Sin embargo, estas cinco cuadras que cuentan con la oferta de distracción más atractiva de la ciudad, trabaja a media máquina. Si bien es cierto que sus locales de comida se llenan, estos cierran pronto. Un viernes, pasadas las tres de la tarde, las cajas comienzan a cerrar. Los meseros bajan los coloridos parasoles y los pocos turistas ven apagarse sin remedio lo que puede ser el abreboca de la vida nocturna. Los fines de semanas el panorama es igual, siendo un punto de encuentro familiar y pensado para los llamados brunch.
Por otro lado, los espacios públicos no cumplen su función principal. La oferta artística escasea aunque hay una plaza creada para aquello en la administración de Cynthia Viteri, cuentan los vecinos. El teatro y cafetería del callejón Magallanes, Muégano, abrió su temporada 2024 a mediados de junio. Mientras que el teatrino Zona Escena, se enfoca más en la educación que en espectáculos nocturnos.
“Todas las grandes metrópolis tienen un lugar distintivo para la diversión. En muchos lados está apegado al lado cultural, aquí lo está con la cocina de autor. La propuesta de la calle Panamá se puede extender a más cuadras y en más horarios, atrayendo al turista interno y así disfrutar la vida nocturna en su totalidad”, señala el Chef Cristian Fraijó, docente de la Facultad de Turismo y Hospitalidad de la UEES. A esto agrega que la situación país pone en peligro el trabajo de todos, pero unirse puede traer más ventajas. “Todos juntos deberían impulsar proyectos para atraer publicidad y tener más seguridad”, propone.
NOCHE
Al caer la tarde los turistas, nacionales y extranjeros, desaparecen de las calles. El tránsito se vuelve más pesado y deja una soledad que ni los vecinos aprecian. Hay locales que cambian de actividades, como la única tienda de cacao y café que sobrevive. Por la mañana es “El hermano, café de Loja” y por la noche sirve para reunir a un grupo de creyentes evangélicos. Su dueño es Luis Lamilla de 72 años, y profesa esa fe. Fue uno de los antiguos calificadores de cacao y llegó a trabajar a la zona cuando tenía 18 años.
Luis nació en el cantón Palestina pero se siente un guayaquileño más. “Es una bendición para mí seguir aquí, ya no queda nadie”, dice añorando el pasado, pero también a sus compradores. “Antes venían más turistas y compraban cacao, café. Son pocas las personas que caminan por aquí”, señala a lo largo de Tomás Martínez, entre Rocafuerte y Panamá.
Este sector lleno de contrastes tiene varias particularidades, como que junto a “El hermano” se enciende la fiesta a las 20:00 desde el miércoles, en La Jaula, una discoteca gay. Así es como los vecinos pueden escuchar cantos de alabanza, y media hora después el retumbar de los parlantes con los éxitos de Lady Gaga.
Una cuadra más al norte está H2O, una discoteca que funciona desde hace seis años en la esquina de Padre Aguire y Rocafuerte junto a lo que fuera Vulcano. El recordado centro nocturno que trajo por primera vez los shows drags a La Perla del Pacífico. Su propietario es Nicolás Vasco, quien también es el presidente de la Asociación Zona Rosa. Defiende la valía del sector para el entretenimiento de la ciudadanía y el porqué siguen activos. “La gente viene sola. Es un área de discotecas y aquí el público va de bar en bar buscando cuál es el que le llama más la atención”, narra sobre las costumbres de los farreros.
H2O está alejado del centro de la Zona Rosa, los cuales comprenden los bares El Colonial y Praga, pero esto no quita la importancia de estar cerca de todos los rincones de Guayaquil. El turista interno es el que llena estas cuadras cercanas al malecón, aunque antes de la pandemia había más presencia de extranjeros.
“Bajo mi criterio estamos viviendo una segunda pandemia de inseguridad. Hay muy pocos turistas. Pese a eso Zona Rosa no es un sitio peligroso, tenemos policías y ponemos nuestra seguridad privada. La realidad es que la gente tiene miedo de salir de sus casas”, dice tajante.
La calle Panamá y Zona Rosa podrían compartir público. Los comensales podrían terminar su día bailando, pero esto no pasa. “Ni nos topamos”, asegura Vasco. “El Colonial, el bar de María José Salinas, es el de horario más diurno de la zona, pero nosotros trabajamos cuando el guayaco sale a farrear y eso es tarde. La fiesta inicia desde las 22:30 y en la calle trasera culmina todo a las 16:00”. Una costumbre difícil de modificar sobre el modo de diversión de los guayaquileños.
Todos los vecinos y propietarios coinciden que falta un plan integral, y que este debe ser pensado también por las autoridades. La Dirección de Turismo y Eventos Especiales del municipio confirma que está desarrollando un plan para la calle Panamá. La idea es que estas iniciativas afecten de forma positiva a los negocios que están en ese sector, sin embargo, no dieron detalles de cómo vincularlo con la Zona Rosa, la cual tiene su brillo apagado. Las propuestas hasta el momento son diurnas, y según sus datos han beneficiado a 15 mil personas en los 20 eventos que se han realizado en la Panamá desde febrero pasado.
“Una ciudad sin movimiento nocturno está muerta”, la frase que sostiene María José Salinas se mantendrá latente hasta que La Zona Rosa brille tanto de día como de noche.