Álex Quiñónez, el deportista que no supimos valorar

Manuel González, desde Esmeraldas; y Jorge Cavagnaro, desde Quito.
EN LA CIMA. En 2019 fue bronce en la prueba de 200 metros en el Mundial de Doha. Era una estrella en esa disciplina.

Cuando Álex Quiñónez retornó al país, tras ubicarse como el séptimo hombre más rápido del mundo en la final de 200 metros en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, una mujer negra y carismática intentó abrazarlo efusivamente. Su intento fue frustrado por un guardaespaldas, pero la ‘fanática’ no estaba dispuesta a darse por vencida.

Aquella mujer era Ana Quiñónez, su madre. Los guardias, al enterarse del vínculo familiar, le permitieron el acceso. “¡Mi morito hermoso, bienvenido a casa!”, le dijo emocionada, fundiéndose en un abrazo que hoy extraña.

AGRIDULCE. Desfiló en los Juegos de Tokio, esperando la resolución de su caso. Tuvo que volver a casa, sin competir. Fue sancionado.

Ana recuerda ese momento por ser uno de los pocos en los que tuvo dificultad para abrazar a quien desde niño “bautizó” como ‘mi morito’. A Álex, esas muestras de cariño lo avergonzaban; siempre le pedía a su madre que solo lo llame así en su casa, en Esmeraldas, en el barrio La Guacharaca, donde la pobreza y las calles de tierra obligan a que la mayoría de los chicos quiera ser futbolista... incluido Álex.

“Ese muchacho era veloz, hasta corría más rápido que la pelota de fútbol”. La frase es de Jorge Casierra, uno de sus descubridores. La suelta al recordar la primera vez que vio a Álex, en 2003, en la cancha del colegio donde estudiaba. La misma impresión tuvo Roberto Erazo, quien junto a Casierra lo llevaron hasta la pista de atletismo del estadio Folke Anderson, en Esmeraldas.

Convencerlo de que el atletismo era lo suyo no fue fácil para Casierra y Erazo, quienes luego serían sus entrenadores y compañeros de viajes en casi todas las pistas atléticas de Ecuador, Latinoamérica y Europa. Justo en uno de esos viajes, en los Juegos Nacionales de Macas, en 2008, dejó perplejos a dirigentes y entrenadores: ganó cuatro medallas de oro con la Selección de su provincia.

El Comité Olímpico Ecuatoriano lo declaró ‘Promesa Olímpica’ y le otorgó una beca de 150 dólares mensuales. “Pero luego de ganar sus cuatro medallas se retiró del atletismo por dos años. No lo apoyaban con lo ofrecido”, asegura Casierra.

Recuerdo imborrable

Entrenaba en una polvorienta pista de atletismo en el estadio Folke Anderson, que de paso sigue igual que en esa época. Allí destruyó más de un par de zapatos, que eran especialmente hechos para pistas sintéticas de caucho. Su madre los compraba pese a las limitaciones económicas; por eso cada mes tenían que remendarlos.

AMOR ETERNO. Su madre Ana, junto al altar con la foto de su 'morito'. Ella vivió de cerca las alegrías y tristezas de Álex.

Justo su madre es quien vivió de cerca el crecimiento del atleta. Recuerda su paso por las Fuerzas Armadas, donde no dejó de competir. En uno de esos eventos internos le ganó a un militar de rango superior. Gran error, dice Ana. “Desde allí ese señor (refiriéndose al militar) le hizo la vida de cuadritos. Estuvo casi un año y se retiró”.

Álex nació en un hogar humilde, pero donde el amor no le faltó. Se graduó de bachiller en Química en la Academia Naval Jambelí, con ayuda de una beca deportiva conseguida por su entrenador Erazo. “¡Qué orgullo que me dio mi morito!”, dice su madre mientras observa una especie de altar que creó junto a la puerta de ingreso de la casa con un retrato del deportista y que acompaña con dos velas encendidas.

El altar es el recordatorio de la tragedia que destrozó su corazón, como ella mismo dice, y que enlutó al deporte. Aquella noche del 22 de octubre cuando ocho impactos de bala dejaron irreconocible el rostro de quien ganó medallas en torneos locales, nacionales, bolivarianos, sudamericanos, panamericanos, mundial e incluso participaba en la Liga de Diamante, que es un torneo profesional de atletismo que se compite a lo largo de un año y que reúne a los mejores exponentes de este deporte. Solo le faltó ganar en Juegos Olímpicos... y en Tokio parecía que lo haría.

Ascenso fulgurante

Ganó bronce en el Mundial de Atletismo en Doha, Catar, a finales de 2019. Fue su ingreso al Top 3 mundial. Registró 19,98 segundos, apenas 15 centésimas más que el primero. Pero Álex confirmaba, con ese tiempo, lo que había logrado un año antes en Cochabamba, Bolivia, cuando rompió récord sudamericano y ganó oro en los Juegos Suramericanos con 19,93 segundos. Así se convirtió en una de las pocas personas en la historia que han podido correr los 200 metros planos por debajo de los 20 segundos.

“Lo hizo siete veces”, recuerda su último entrenador, Nelson Gutiérrez. El cubano mira hacia la pista atlética Los Chasquis, en la zona de La Vicentina, en Quito, y señala algunos de los lugares donde Álex hizo sus últimos metros. Lo esperaba el lunes, tres días después de su muerte. “Debía volver a los entrenamientos luego de no poder correr en las Olimpiadas de Tokio”, recuerda.

A esos Juegos Olímpicos clasificó holgadamente, pero no fue sencillo; fue parte de un proceso humano y deportivo. Luego de quedar séptimo en Londres 2012, cuando corrió junto a Usain Bolt, el ecuatoriano se retiró de las competencias. Se perdió los Juegos de Río, en 2016, y reapareció un año después.

RECUERDO. Su actual pareja, Vianka, y una imagen que guarda en su corazón. El deportista tenía tres hijos de un anterior compromiso.

“Conversó con Marisol Landázuri y Ángela Tenorio, quienes entrenaban conmigo; y me dijo que si podía unirse. Le dije que sí, pero que debía ser disciplinado”, dice Gutiérrez, quien es parte de Concentración Deportiva de Pichincha.

Álex se fue a vivir con la fisioterapeuta Caridad Martínez. Regresó a las pistas ese mismo año en los Bolivarianos de Santa Marta, en Colombia. Ganó dos medallas de oro. El talento seguía intacto.

Un año después fue a Cochabamba y también ganó. “Ese mismo año empezó a correr en la Liga de Diamante, que es un torneo profesional de atletismo. Incluso formó parte del equipo de relevos de América, junto a los estadounidenses. Algo que pocos dieron valor”.

En 2019 ganó los panamericanos en Lima y cuatro meses después fue bronce en el Mundial de Doha. “Era medalla segura para los Juegos Olímpicos”, asegura Gutiérrez. Hasta que llegó la pandemia.

“Regresó a Esmeraldas y allí empezaron los problemas”. Álex tenía un geolocalizador que la Agencia Mundial Antidopaje coloca en el teléfono móvil de los mejores atletas del mundo. ¿El objetivo? Hacer controles antidoping en cualquier momento.

“Álex nunca se dopó; el problema es que el localizador señalaba un sitio cuando él estaba en otro, y eso es sancionado”.

El sueño de Tokio se esfumó tres meses antes. Álex fue al Mundial de Relevos en Polonia como el experimentado de un joven equipo ecuatoriano que quedó en cuarto lugar. “Mientras competía, el localizador dio la señal de que estaba en Estados Unidos”. Era el tercer error de localización y, por ende, la posible sanción.

El velocista igual fue a Japón. Desfiló con la delegación y esperaba la resolución sobre su situación. Se explicó el error pero fue en vano. El 21 de julio, 12 días antes de la prueba de los 200 metros planos, fue suspendido por 12 meses.

El viaje de regreso al Ecuador, según Vianka Castillo, su actual pareja, fue tortuoso. “Fueron 40 horas entre un aeropuerto y otro; estaba solo, no logró comer porque la tarjeta de crédito que tenía no le funcionaba fuera del país. Me dijo que solo tomó agua”.

Narra minuto a minuto de ese momento porque acompañó a Álex por varias horas a través de una videollamada.

“Siempre lo trababan mal y la verdad no sé porqué”, lo dice Vianka, sin poder frenar sus lágrimas y mientras observa sus medallas, trofeos y diplomas en un rincón del hogar.

Su mamá Ana critica duramente, aunque sin dar nombres, a quienes le quitaron el incentivo mensual (2.800 dólares) que percibía por pertenecer al Plan de Alto Rendimiento del Ministerio del Deporte, por la sanción.

Dice que esto hizo que se deprima y que tuviera problemas económicos. Ella y su hija Katiuska, hermana de Álex, lo ayudaban. “Llevo tatuado a mi Pellejito (como lo llamaba) en mi pecho”, dice Katiuska, señalándose un tatuaje con la palabra Álex Q.

¿Qué pasó?

La noche del asesinato, su mamá Ana y su novia Vianka, aseguran que Álex bajó del sitio donde estaba para hacer un depósito bancario para sus tres hijos y buscar algo de comer.

“No le hacía daño a nadie, no andaba en drogas ni en pandillas, que investiguen qué hacía en la hora equivocada y en el momento equivocado”, dice Ana, molesta por las versiones que lo vinculan con actos irregulares.

La vivienda de tres pisos ubicada en La Tolita 2, al sur de la ciudad de Esmeraldas, externamente luce bonita, pero la “realidad económica acá adentro poca gente lo supo”, aclara Ana, quien además de pedir justicia, demanda ayuda psicológica para la familia, la pensión para sus tres nietos y para ella porque ahora está enferma y sin su ‘morito’, quien solo tenía un vicio: los videojuegos.

De hecho fue una de las últimas cosas que hizo previo a su asesinato: Vianka tiene un video donde Álex aparece con una palanca de juego entre sus manos, en pantaloneta, el dorso desnudo, y a su diestra un niño.

DESPEDIDA. Su ataúd fue paseado por la pista del estadio Folke Anderson, en Esmeraldas, donde corrió sus primeros metros cuando apenas era un adolescente. En esa pista nació una leyenda del atletismo, que ganó todo lo que compitió. Lo único pendiente fue ganar una medalla olímpica.

La grabación contrasta con la captada por una cámara de video cuando dos sicarios se bajaron de un auto blanco y uno de ellos le disparó en repetidas ocasiones en la cabeza.

Tras ese crimen, en el barrio La Guacharaca, donde se crió Álex, y en los alrededores del estadio Folke Anderson, donde empezó a destacar, hoy no dejan de recordarlo como ese joven solidario e introvertido. Un humilde chico que soñaba con ser futbolista, pero que se convirtió en uno de los hombres más rápidos del mundo.

Así de rápido se fue Álex para quienes valoraron lo que hizo y no lo podrán disfrutar más, y también para quienes no supieron valorarlo y hoy entienden lo valioso que fue.