Refugio para extranjeros en Guayaquil ayuda a miles de personas en estado de vulnerabilidad

Miguel Alvarado
Las casas de madera acogen a familias temporalmente para su descanso.

Dos mil kilómetros separan a San Antonio del Táchira (frontera de Venezuela con Colombia) con el Terminal Terrestre de Guayaquil. Un trayecto que toma 40 horas de viaje en carro pero que a Yehanny del Carmen, de 35 años, le tomó un par de meses. Después de vivir unas semanas en Colombia llegó al Ecuador escapando de la realidad de Venezuela.

Ella es parte del éxodo de ciudadanos de ese país que, según cálculos de la ONU, este año puede llegar a cinco millones en total. Crisis económica, de salud y alimentación ha provocado una sostenida migración desde una nación que décadas atrás era, por el contrario, un destino apetecido por sudamericanos que deseaban mejorar su estilo de vida.

Un análisis del Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana muestra que en los últimos dos años ingresaron al Ecuador más de 1,6 millones de venezolanos. De estos, 20 por ciento permanecen en el país. Yehanny es una de esas. Dejó Venezuela en noviembre del año pasado con sus dos hijos, Alexander de ocho años, y Daniela, de dos. De Colombia, donde vendió empanadas y atendió en un salón de belleza, salió hacia Ecuador con lo justo: un par de mochilas y la ilusión de un nuevo inicio.

El tiempo, para ella, era antagónico: no importaba si era lunes o si ya habían pasado dos semanas, siempre que encontraran un lugar para que sus hijos coman y duerman.

Primero llegó a Tulcán, al norte del país, pero el frío los llevó a una zona más cálida, que en este caso fue Guayaquil. Fue allí, específicamente el Terminal Terrestre, donde vio su primera señal de esperanza: un punto de atención de la Fundación Hogar de Cristo. Desde mayo del 2018, esta ONG desarrolla el programa de asistencia social llamado ‘Un techo para el camino’. El objetivo es acoger, proteger e integrar a migrantes y refugiados. Su principal ofrecimiento: un lugar donde vivir, temporalmente, para que puedan seguir su camino en busca de una mejora en su calidad de vida.

Empezar de nuevo

En el norte de Guayaquil, en un terreno de 180 metros cuadrados, se construyeron pequeñas casas de madera junto al Río Guayas. Allí conviven alrededor de 100 migrantes, quienes además de dormir, lavan su ropa, comen y usan la guardería para que sus hijos sean cuidados mientras ellos salen a buscar empleo.

Esto es parte de una iniciativa de Eduardo Vega, fundador de Hogar de Cristo, y que hasta ahora acogió a cerca de 10 mil migrantes: 95 por ciento han sido venezolanos. Para esto cuentan con apoyo de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur). “Procuramos que la gente se sienta segura, por eso tenemos guardias de seguridad y botón de pánico”, dice Ronald Borgues, director de este centro.

El refugio es para personas en tránsito, es decir, es temporal. Al inicio podían permanecer máximo cuatro días; ahora extendieron hasta 15. Aunque a veces, según la situación de quienes lleguen, se hacen ciertas excepciones. El objetivo es darle un lugar a alguien que no tiene dónde ir, pero intentar que puedan encontrar una salida positiva a su actualidad.

Deborah Boza, una venezolana de 55 años, es muestra de aquello. Después de pasar por una situación económica complicada en Colombia, llegó a Guayaquil para buscar un trabajo estable. Aunque tiene un título profesional en Administración y Ventas, no le fue sencillo. “Empecé a vender en la calle; allí también dormía”, recuerda. Como ella, el 65 por ciento de los migrantes venezolanos tiene trabajos informales, y alrededor de tres mil se encuentran en estado de mendicidad, según datos de la Asociación Civil Venezuela en Ecuador.

Una amiga de ella, desde Venezuela, le contó del refugio de Hogar de Cristo. Allí recibió ayuda psicológica y la animaron a conseguir un empleo. Poco tiempo después consiguió una entrevista de trabajo. “Fue un regalo del cielo”, dice con alegría. La empresa que la contrató la ayudó en su proceso de legalización en el país e incluso le facilitaron un sitio donde actualmente vive. La gratitud por la ayuda que recibió la hace volver cada fin de semana a esas pequeñas casas de Hogar de Cristo para colaborar.

Regularizar la situación

Si bien este servicio es gratuito, Ronald Borgues, director del centro de Fundación Hogar de Cristo, reconoce que dentro de las normas de convivencia se establece que quienes viven en el lugar deben contribuir con algunos oficios básicos. Ese es el caso de Bernardo Delgado, un joven venezolano de 18 años que lleva menos de una semana en el refugio junto a su madre y hermano menor. Él ayuda con la preparación de los almuerzos y riega las plantas. “Llegué al país hace seis meses, y aunque no he tenido suerte con ninguno de los empleos que tuve, este lugar me abrió las puertas”. Bernardo sigue en busca de trabajo, incluso uno de los voluntarios del refugio lo está ayudando a conseguir una oportunidad en su profesión, que es diseño gráfico. El problema para obtener esas oportunidades, sobre todo, se da por la regularización de su situación migratoria.

Desde el Gobierno se señala que actualmente más de 115 mil venezolanos tienen visa. Daniel Regalado, miembro de la Asociación Civil Venezuela en Ecuador, sostiene que si bien el proceso de visado es sencillo, hay ciertas complejidades para completar la documentación que se solicita. “A veces hay insensibilidad de parte de las autoridades”.

El 25 julio pasado, el Gobierno ecuatoriano emitió el Decreto 826 para implementar un proceso de regularización por motivos humanitarios a través de un censo de extranjeros y el otorgamiento de una visa de residencia temporal de excepción. En otro comunicado, hace pocos días, señalaron que solo podían acceder a ese proceso quienes ingresaron hasta el día en que se publicó el Decreto. Regalado está de acuerdo en que exista este proceso (…) con una inserción de los migrantes acorde a las leyes. Pero exhorta a que sea bajo la calidad de apoyo humanitario a familias y personas que cumplan con las normas y busquen una residencia de respeto y productividad.

Desde el Gobierno indican que en 2018 se usaron más de 75 millones de dólares del presupuesto ordinario del Gobierno para brindar salud, educación, seguridad e inclusión económica y social a los ciudadanos venezolanos.