Octubre bajo fuego

María Belén Arroyo
Octubre bajo fuego

La factura de sangre la pagaron los más vulnerables  convertidos en carne de cañón; aún se cuantifica la cifra de muertos. Heridos por cientos. Detenidos y desaparecidos.  Al cierre de esta edición, la calma y la razón no han retornado porque el brote desestabilizador sigue en curso.
 
Violencia y caos. Sangre de los ecuatorianos más humildes derramada en las calles, luego de una semana de protestas. Policías con sus cuerpos en llamas, tras la explosión de bombas molotov directamente lanzadas contra ellos. Militares y policías secuestrados en comunidades indígenas. Intentos por atacar un rastrillo militar, después de sembrar la noticia falsa de que una autoridad nacional se atrincheraba en esas instalaciones. Toma de pozos petroleros, refinerías e hidroeléctricas. Tentativa de toma del Legislativo; traslado temporal de la sede del Ejecutivo a Guayaquil.
 
Imperio de la sinrazón y el odio entre ecuatorianos. Una veintena de periodistas secuestrados en el Ágora de la Casa de la Cultura, en Quito. Un presentador de televisión abucheado ante miles de indígenas reunidos en ese espacio, para minutos después ser apedreado en la cabeza. El posible responsable –identificado al revisar los videos filmados en teléfonos celulares que registraron el hecho- laboró en el Consejo Nacional Electoral (CNE), entre el 22 de enero y el 4 de febrero de 2018. Es decir, en la administración electoral simpatizante del correísmo.
 
Una decena de policías retenidos en ese mismo espacio, Ágora de la Casa de la Cultura, obligados a cargar los ferétros de los dirigentes indígenas muertos en las protestas.
 
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