OPINIÓN: Las heridas y los legados coloniales

María Amelia Viteri
María Amelia Viteri es investigadora asociada al Departamento de Antropología de la Universidad de Maryland, College Park.

*María Amelia Viteri es investigadora asociada al Departamento de Antropología de la Universidad de Maryland, College Park.

Enredos coloniales

A propósito del 8M, podemos preguntarnos cómo las propias heridas y los legados coloniales se manifiestan en nuestra vida cotidiana, lo que llamo “enredos coloniales”. Para abordar esta pregunta podemos emprender varios ejercicios de reflexión. Por ejemplo, mirar cercana y críticamente a nuestras prácticas lingüísticas; es decir, cómo nos comunicamos. En tiempos de redes sociales, qué consumimos, qué compartimos, cómo, y qué comunicamos puede desinformar, además de incrementar la ansiedad, la depresión, y la falta de autoestima, sobretodo en las jóvenes y mujeres, como nos recuerda en su análisis Simone Viteri.

Un ejemplo de legado colonial es el que está directamente relacionado con un sistema de desigualdades que toma varios nombres, se lo conoce como patriarcado, también como heteronormatividad. Cuando nacemos, estos sistemas constituyen las bases sobre las cuales construimos nuestras vivencias y entendimientos culturales. Es decir, no los escogemos. Son tan efectivos que están tejidos en cada idea y actividad, y permean los lentes a partir de los cuales interpretamos nuestras vidas, empezando por la arbitrariedad de los colores!

Por ejemplo, la percepción de que las mujeres buscan la violencia sexual y/o el maltrato sea por su vestimenta, por su condición económica precaria, y/o por su asertividad, entre tantas otras justificaciones. Este condicionamiento cultural justifica y habilita la violencia, y forma parte del enredo colonial, ese entramado que cega, facilita el juzgamiento, y justifica cualquier acto, incluso ilegal. Este andamiaje está muy bien sostenido por las comunidades inmediatas compuestas por nuestras propias familias para empezar, nuestras comunidades religiosas, espirituales, las educativas, las informativas como medios de comunicación y redes sociales, las gubernamentales. Las prácticas lingüísticas de unas y otras van a coincidir usualmente en una de estas premisas que son falsas y deterministas (ancladas en ideas pensadas erróneamente como biológicas): las mujeres son débiles, los hombres son valientes (por naturaleza).

Por ello, cómo se categorizan o jerarquizan en una escalera de valores a las personas por su género, va a poner a unas personas en mayor vulnerabilidad a ciertos riesgos que otras, sin que lo hayamos escogido, pues hasta donde sabemos no escogemos con qué género ni etnicidad íbamos a venir al mundo, ni en qué país o circunstancias. Estas jerarquías crean contradicciones, a la par que exponen las condiciones para distintas formas de violencias tanto contra las niñas, las mujeres y lo que se considera como “femenino”.

Con este breve marco quiero decir que resulta fácil reproducir el patriarcado conformado por todas las personas que componen una sociedad. Confrontarlo toma dedicación, awareness, y trabajo diario. Este trabajo es uno de autorreflexión constante para poder buscar las mejores estrategias para no sólo interrumpir, sino no formar parte de los patrones de violencia, y así, buscar no repetirlos en nuestros propios actos con quienes más queremos.

Entender que no existe un “afuera” del patriarcado sería un enorme primer paso. Tampoco existe un escudo automático ni un cambio de chip no patriarca constitutivo al ser académica, feminista, y/o activista, que impida que se alimenten discursos que devienen en acciones que crean avenidas para diferentes formas trágicas de violencia. Sigo creyendo que las sororidades entre mujeres son una herramienta poderosa para la empatía, la escucha, y la aceptación. Abstenernos de despretigiarnos (peor en redes sociales) unas a las otras, incluso cuando consideramos tener la razón constituye un avance. Si lo hacemos, estemos conscientes de que ese enredo colonial y patriarcal no es conductivo a la sociedad libre de violencia con la que soñamos, y con ello, con mayores oportunidades y opciones de desarrollo para todas las niñas, jóvenes, mujeres y sus comunidades (compuestas por niños, hombres, y poblaciones diversas).