Las historias detrás de los fallecidos por el aluvión en Quito y las marcas que quedan en sus familias
Desesperación, impotencia y dolor. Así fueron los minutos después del aluvión cuando los familiares intentaron sacar del lodo a las víctimas. Algunos los buscaron por días en calles, hospitales y morgues. Tuvieron que cruzar espesas capas de lodo con tal de hallar con vida a sus seres queridos, pero con el pasar del tiempo recibieron llamadas que cambiarían el rumbo de su existencia.
La tarde del 31 de enero, los vecinos de La Gasca y La Comuna en Quito transitaban normalmente. Unos llegaban a sus casas tras una jornada laboral o de estudios. Mientras otros jugaban o presenciaban un partido de ecuavóley en la cancha Eduardo Ortiz.
Algunos lograron escapar, pero otros murieron. 28 vidas se apagaron el día del aluvión más catastrófico que ha tenido la capital.
ENVUELTO CON UNA SÁBANA
A la una de la tarde, el abuelo de Melany Tacuri salió de su vivienda, que está a cuatro cuadras del barrio La Comuna. Sería la última vez que la joven vería a Don César, como le decían sus amigos cercanos.
Pasadas las seis de la tarde, la madre de Melany recibió la llamada de una amiga, quien le pedía ayuda porque su casa se había inundado. Hasta ese momento, esta familia no imaginaba la magnitud del desastre. “Pedí que timbren a mi abuelito para que tenga cuidado, pero no contestaba”.
Luego de pasar por la gran capa de lodo que había en la calle Núñez de Bonilla, arribaron a La Comuna.
Melany vio que la cancha de ecuavóley, donde solía pasar su abuelo, estaba completamente destruida. Entonces empezó a temer lo peor.
“Justo me encontré con un amigo de mi abuelito, le dije: dígame que mi abuelito no estaba, dígame que Don César no estaba en la cancha y me dice sí mijita, si estaba, se lo llevó el aluvión”, relata la joven.
En ese momento, la razón principal por la que iban quedó en segundo plano y comenzaron a buscar al señor de 66 años. “Encontrábamos cuerpos y no era, la gente nos decía que siguiéramos bajando, que le habían visto más abajo”.
“Ito, Ito, dime dónde estás”, gritaba Melany por los oscuros caminos. Hasta que en la calle Díaz de Armendariz, vieron a un grupo de gente alrededor de un cuerpo tapado con una sábana, resultó ser Don César. Fue el primer cuerpo en llegar al centro de acopio en el Supermaxi.
“Uno no está preparado económicamente, ni psicológicamente para un momento así”, señala Melany, quien sigue preocupada, ya que una quebrada rodea el sector donde está ubicada su casa.
EL ÚLTIMO ABRAZO
El fin de semana anterior al aluvión, Wilmer Moreira le dio el último abrazo a su hijo mayor, quien viajó a Argentina por estudios. De hecho, él y su esposa tenían planeado acompañarlo para visitar el país antes de que empiecen las clases, pero por cuestiones de papeles tuvo que postergar el vuelo.
El oriundo de Manabí vivía desde hace 23 años en el norte de Quito, pero acudía con regularidad al barrio La Comuna porque tenía un local de productos de limpieza. Aquella tarde, estuvo en la cancha de vóley, porque quería ver a sus amigos jugar.
Su sobrina, Alejandra Alajo, comenta que los empleados de Moreira avisaron a la esposa sobre la avalancha y que su jefe no contestaba el teléfono. Al llegar al lugar, vieron que la cancha estaba completamente destruida.
En medio de luces de celular y linternas, pues el aluvión se llevó los postes y cables eléctricos, empezaron a buscar a Wilmer, pero no había rastros de él. Un día después, preguntaron en la morgue, hospitales y publicaron en redes sociales su desaparición.
“En medicina legal llegaba la gente llorando, ya sabían que el cuerpo estaba ahí, pero la preocupación era que no sabían cómo velarlos y enterrarlos porque no tenían recursos”, relata Alajo.
Más tarde, se enteraron de que Wilmer Moreira, de 45 años, fue encontrado sin vida debajo de un auto en el sector de la UPC de Pambachupa.
A PUNTO DE ENTRAR A SU CASA
Unas cuadras más abajo de la cancha, vivía Melany Panoluisa, quien cursaba el sexto curso en la Unidad Educativa Fernández Madrid. Era una alumna bastante destacada, pertenecía al cuadro de honor y era vicepresidenta del consejo estudiantil. Además, se desempeñó como coordinadora del grupo de monaguillos en la iglesia de la parroquia.
El día del aluvión, estaba regresando del preuniversitario, cuando se encontró con una marea de agua bajando por la calle. Al llegar a la casa, golpeó con desesperación, porque se había olvidado las llaves. Sus padres salieron a verla, pero la ola derribó el cerramiento y se llevó a los tres.
“Fue una desesperación total, una pesadilla, la ola era inmensa, de una magnitud que nunca habíamos visto en la vida. Todo se caía: los postes, columnas y carros”, cuenta Ivette Panoluisa, quien perdió de vista a sus padres y hermana en cuestión de segundos.
“Mi otra hermana salió con una soga, pero fue imposible. No hubo tiempo para mayor ayuda porque la corriente estaba terrible”.
Apenas empezó a calmarse el aluvión, Ivette y sus hermanas salieron a buscar a los desaparecidos. En la noche del lunes les avisaron que encontraron a sus padres cerca del parque Italia, “gracias a Dios estaban con vida y fueron trasladados al hospital”.
No corrió con la misma suerte la joven de 17 años, quien fue hallada en medio de matorrales. La autopsia reveló que murió por asfixia.
Mientras tanto, los padres, de 59 y 57 años, permanecen en el Hospital Eugenio Espejo. Marcelo Panoluisa se recupera favorablemente, aunque tiene múltiples fracturas en la costilla y golpes por todo el cuerpo. En cambio, María Ganchala fue internada en la unidad de cuidados intensivos porque no podía respirar, su cuerpo estaba lleno de lodo.
El edificio donde vivía esta familia de cuatro hermanas no sufrió mayores daños, pero el lodo dejó estragos en el primer piso. Lo que sí está destrozado es el carro de Marcelo, que fue arrastrado dos casas más abajo.
“Es el trabajo de toda la vida de nuestros padres, no es fácil decir que ya no podemos vivir allí”, dijo Ivette.
EN BUSCA DE OPORTUNIDADES
Hace 10 meses, Rosy Mary Soto llegó al Ecuador junto a su esposo y tres hijos con el objetivo de encontrar mejores oportunidades, pues en su natal Venezuela la situación había empeorado.
El día de la avalancha, la mujer de 34 años estaba llegando a su casa, ubicada en una de las calles aledañas a la cancha de ecuavóley, pero se detuvo en una tienda para comprar leche y un helado para su hijo de cinco años, a quien siempre le llevaba una sorpresa.
Su esposo, Yirme Paz especula que quizás ella al ver que bajaba la llamarada de aguas negras se fue a la cancha, pensando que era un lugar seguro, pero como relatamos antes está zona de esparcimiento quedó en la nada.
Yirme salió a buscarla con una foto, preguntaba a todos los transeúntes, habló con los dueños de tiendas e incluso pidió ver las cámaras de estos locales para saber cuál fue el recorrido de su esposa. En su travesía localizó algunos cuerpos y ayudó a sacarlo, pero de su esposa no había nada.
El miércoles, dos de febrero, decidió ir a la morgue junto a su suegra. “Al inicio me dijeron que no estaba, eso nos dio alivio”. Pero mientras hablaba con una psicóloga, llegó un representante de medicina legal, quien avisó que acababa de encontrar un cuerpo.
El padre entró a reconocer el cadáver y resultó ser Rosy. “Hubo un momento en el que perdí el conocimiento, vi todo blanco. Luego me acerqué a ella, la toqué, la abracé y besé mucho”.
“Esto nos marcó la vida para siempre, no se me va a borrar nunca este sufrimiento. El aluvión se llevó a un ser humano buenísimo, un ser humano bello. Rosy era muy amable, cariñosa, todo el mundo en La Comuna la conoce. Una venezolana alegre, muy amable”, describe Yirme entre lágrimas.
LAS PAREDES CAYERON SOBRE ELLAS
Minutos antes de la tragedia, Jorge Iza salió con su madre a comprar algunos víveres, al entrar a la tienda, los vecinos les alertaron de que el aluvión había causado graves estragos en el barrio.
Al retornar al domicilio, ubicado en la Nuñez de Bonilla e Iganacio Quezada, sector La Comuna, quedaron atónitos al ver que solo había escombros. Allí murieron su hermana, Jhoanna Iza, que tenía 57% de discapacidad, y su abuela Rosa María Guamán, de 73 años.
Las paredes habrían caído sobre ellas, según relató Jorge Iza, quien en ese momento no sabía el paradero de las mujeres. La tarde siguiente, les informaron que sus parientes estaban en la morgue.
“Nos iban a llevar a un albergue, pero decidimos acomodarnos en la bodega de un tío, ahí voy a vivir junto a mis padres”, mencionó Iza.
“SÍ SE PUDO EVITAR”
Edwin Chalco, de 44 años, es otra de las personas que estuvo en la cancha de ecuavóley cuando la ola de escombros bajó y se lo llevó todo. Su foto también circuló por redes sociales, porque la familia no tenía pistas de lo que le había ocurrido. Para el martes, primero de febrero, el cuerpo del padre de dos hijos fue localizado en la morgue.
Su hermana, Verónica Chalco, contó que la casa donde habitan varios parientes está en zona de peligro, por lo que el Municipio les pidió que evacuaran el lugar.
“No hemos tenido ayuda de las autoridades, el Municipio solo vino a avisarnos que estamos en zona de riesgo y que tenemos que evacuar. Tampoco nos ayudaron con los gastos funerarios”.
Agrega que la catástrofe “sí se pudo evitar”, puesto que hace dos años los moradores del sitio hicieron una denuncia a la Alcaldía, en la cual solicitaban que suban a limpiar la zona donde se originó el aluvión, “pero empezaron las peleas de las alcaldías y nunca hicieron nada”.
Con esto coinciden todos los familiares de los fallecidos, quienes piden el mantenimiento oportuno de las quebradas que rodean zonas habitadas de Quito.
Así mismo, concuerdan en que el rescate de cuerpos y heridos pudo ser más eficaz. Pues en las primeras horas, los moradores y familiares fueron los que sacaron a las víctimas.