El testimonio de una familia engañada por el sistema sanitario y funerario en Guayaquil
Jessica Denisse Jácome Cajamarca es una guayaquileña de 32 años que tiene 8 semanas de embarazo. Ella junto a su madre, Letty Matilde Cajamarca Valle de 64 años, aseguran que fueron engañadas por los servicios funerarios y por el sistema de salud en Guayaquil.
Jessica vive en Estados Unidos desde hace 3 años. Llegó a Ecuador el 5 de marzo junto a su familia, entre estos su padre, Eduardo Colon Jácome Espinoza de 64 años, quien falleció por supuesto COVID-19. “Vinimos a Ecuador con mi familia porque íbamos a celebrar mi matrimonio y el de mi hermana el 7 de marzo”.
La mujer cuenta que a su hermano le habían diagnosticado neumonía antes de viajar. Aquella enfermedad se le complicó en Ecuador. “Mi papá era el que atendía todas las necesidades de mi hermano cuando estaba enfermo. Porque da la casualidad de que nadie atendía cuando llamábamos al número de consulta sobre el coronavirus del Ministerio de Salud (MSP)”. Semanas después su hermano se fue recuperando en casa.
“Dos semanas antes de que mi papá falleciera empezó a tener síntomas de diarrea, pero él decía que estaba bien; siempre lo repetía”. Comenta que los hospitales no tenían cómo atender a su padre debido al colapso del sistema sanitario, así que Eduardo prefirió seguir el tratamiento que le dio un médico amigo suyo. Sin embargo, una de las medicinas que tomaba lo descompensó.
El 29 de marzo al padre de Jessica le comenzó a faltar el oxígeno. “Por suerte nosotros teníamos un respirador artificial; pero no fue suficiente”. El 31 de marzo decidieron llevar a Eduardo al hospital, pero cuando iban a salir de casa, él se desmayó.
Tocaron las puertas de varios hospitales; Clínica Kennedy, Clínica Alcívar, Clínica Panamericana, Hospital León Becerra, pero ninguna lo quiso acoger para darle primeros auxilios. “Todos decían que no estaban capacitados, que no tenían espacio, que estaban colapsados y simplemente no podían”.
Después de tanto buscar, llegaron al Hospital Teodoro Maldonado, que era en donde su tío trabajaba. Pero ya era demasiado tarde.
El 31 de marzo a la 1 AM, el médico que recibió a Eduardo Jácome sentenció que él ya no tenía signos vitales.
Dentro del hospital les indicaron que debían de esperar por los papeles para poder sacar el cadáver de la morgue.
Eran las 3 AM, Letty se encontraba sentada afuera de la morgue del Teodoro Maldonado. Un guardia que se encontraba ahí le sugirió que era mejor que vaya a descansar porque era muy tarde y que no iban a sacar a ningún cuerpo hasta las 7am. “Mi madre salió del lugar y fue hacia la casa de mi hermano que quedaba a unas cuantas cuadras”.
El engaño en la funeraria
En la morgue les habían indicado que debían conseguir una funeraria. Debajo de la casa del hermano de Jéssica había una: Funeraria Terán. “Nosotras no conocíamos el procedimiento, solo sabíamos que mi padre era jubilado y que el seguro le cubría todo lo del departamento mortuorio. Aparte mi papá ya había comprado antes un paquete personal en Jardines de la Esperanza. Solos nos dirigimos a la funeraria para que nos expliquen lo que debíamos de hacer”.
“Ya en la funeraria yo estaba desesperada y realmente no tenía cabeza para nada. Parece que la persona que nos atendió se dio cuenta de eso”. Jessica preguntó acerca del servicio que ofrecían y cuánto podría ser cubierto por el IESS. Un trabajador del lugar le dijo que el seguro solo daba 500 dólares, que alcanzaba apenas para una caja de mala calidad y que el servicio de cremación no estaba incluido. Les indicaron además, que la funeraria estaba llena y no podían prestar sus servicios.
Jessica y Letty insistieron al hombre para que las ayude. “Nos dijo que nos podía ayudar, pero que debíamos de comprarle una caja porque la que daba supuestamente el seguro no me convenía. Accedimos. La caja tenía un costo de 750 dólares, y como el seguro solo cubría 500 dólares pues pagamos la diferencia de 250, más el servicio de transporte. Al final terminamos pagando 400 dólares más”.
Según la página del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), el valor máximo de auxilio para funerales en 2020 es de 1,357,73 dólares. Estos cubren: cofre mortuorio, servicios de velación, carroza, servicio religioso, costos de inhumación o cremación y costos de arrendamiento o compra de nicho, columbario o cenizario.
Sin embargo, una semana después cuando Letty Cajamarca estaba realizando los trámites del montepío junto con una conocida de ella, se dio cuenta de que fue estafada por la funeraria. “La persona que estaba ayudando a mi mamá le preguntó si ella no iba a reclamar también el dinero que cubre el seguro para los funerales, mi mamá le dijo que no porque la Funeraria Terán ya lo iba a hacer, eran 500 dólares. La mujer le dijo a mi mamá que eso no era así, que el seguro cubría hasta 1.250 dólares”, narra Jessica.
Luego de enterarse de la estafa, Letty fue a la funeraria nuevamente para pedir la factura de lo que iba a cobrarle al seguro. “Él de forma muy grosera le dijo a mi mamá que no le iba a dar ninguna factura, porque yo el día de la muerte de mi padre ya había firmado unos documentos y que no tenía el derecho de pedir nada”, explico.
La familia Jácome redactó una carta, con el número del cheque que entregaron a la funeraria, para informar al IESS lo que habían pasado.
Eduardo Jácome junto a su esposa, hijos y nietos.
“Ningún cuerpo era el de mi padre”
Luego de firmar unos papeles en la funeraria, alrededor de las 8 AM, ambas mujeres fueron al Hospital Teodoro Maldonado para poder retirar el cuerpo. En la morgue se llevaron una sorpresa: “No avisaron que aún no había ningún Jácome”. Esa noticia fue apenas el inicio de largas horas de agonía e incertidumbre.
A las 4 PM en el hospital ya habían sacado cerca de 15 cadáveres. Jessica que no había comido nada, empezó a desesperarse; ninguno de esos cuerpos era el de su padre. Un trabajador del área de la morgue, al ver la aflicción de estas mujeres, se acercó amablemente para indicarles que debían acercarse a Emergencias, pero ahí les dijeron que el hombre no había sido registrado.
Horas después, otro personal de salud se les acercó con un papel sucio y arrugado entre las manos, a explicarles que Eduardo sí se encontraba registrado, pero que todos los cadáveres de la madrugada ya habían salido de Emergencias y debería estar en la morgue.
De regreso en la morgue, el joven que las había ayudado antes ingresó junto a Letty al depósito para buscar el cadáver, ella entró a ese espacio contaminado con tan solo una mascarilla y un par de guantes. La búsqueda fue en vano.
“Les avise que mi padre no estaba en el lugar que me habían indicado. Ellos extrañados me seguían insistiendo que estaba en la morgue. Les expliqué lo que había hecho mi mamá y también que a lo mejor el cadáver de mi papá no tenía nombre. Ellos simplemente me respondieron que eso no era posible porque todos los cuerpos estaban identificados”, narra Jessica.
“Ese cadáver no se encuentra aquí”
Embarazada y con escasa protección, Jessica volvió a Emergencias en búsqueda de su padre. “Vi muchos cuerpos, pero mi padre no estaba entre ellos”.
Un enfermero le sugirió acercarse a la jefatura que se encargaba de los guardias y de los protocolos de seguridad.
“Cuando él regresa después de hablar con el guardia de la madrugada, me reveló que el médico encargado había advertido a mi tío de que una vez que el hospital reciba a mi padre, no nos iban a devolver su cuerpo”, narra. El personal le explicó que esto se debía a que por órdenes del Ministerio de Salud Pública (MSP), los cuerpos de las personas que habían fallecido por coronavirus no se retornarían a sus familiares, sino que serían enviados a una fosa común, y que probablemente el cuerpo de su padre ya estaba allá.
“Así que señora entiéndalo, no le vamos a entregar ningún cuerpo y mejor dicho ya ese cadáver no se encuentra aquí (…) Tengo que preocuparme por otras cosas mucho más importantes que atenderlas a ustedes”, le dijo un trabajador del hospital.
Conforme iban de un lado a otro dentro del hospital, las versiones que les daban se volvían más contradictorias. Otro trabajador de la morgue les aseguró que era imposible que el cuerpo estuviera ya en una fosa común, pues el presidente Lenín Moreno había dado la orden de que se entreguen los cuerpos a todos los familiares que los reclamaban.
De nuevo fueron a Emergencias para hablar con el subdirector de protocolo:
- Déjeme ver, igual señora entienda que nosotros no le vamos a entregar ningún cuerpo, ni tampoco cenizas, porque todos se van a quemar en fosa común. Tal como indicó el MSP. Todos se van a un mismo sitio y ahí yo no le voy a estar separando, ni nadie le va a separar ningún cadáver.
- Pero si todavía no se han llevado a nadie para eso, dígame por favor ¿en dónde está?
- Ni si quiera yo sé en dónde está, porque aquí no hay nada, ya se lo llevaron; tiene que estar en la morgue.
“Fuimos otra vez a la morgue y el señor que nos estaba ayudando en ese momento, entró al depósito de cadáveres y se puso a revisar papel por papel. Da la casualidad de que en esos papeles no estaba el acta de defunsión de mi padre, no estaba el certificado; no había absolutamente nada. Todo lo habían perdido”, cuenta Jessica.
Acudieron una tercera vez con el subdirector de protocolo del hospital, pero él respondió:
- Señora ya nosotros no podemos hacer más, el cuerpo no está. Aquí usted ya no puede hacer nada.
- ¿Cómo usted nos puede decir que no hay cuerpo, que no hay nada? ¿Acaso piensa que se murió un perro, una cosa? Incluso hasta pienso que hemos sido más humanos cuando enterramos a nuestras mascotas. ¿Cómo es posible que usted no me lo quiera entregar? Él es mi padre.
- Yo no sé señora, debe de estar en la morgue. Tengo muchas cosas que hacer, no tengo médicos, muchos de ellos se han ido enfermos. Tengo que preocuparme por otras cosas mucho más importantes que atenderlas a ustedes.
Una ayuda externa, pero con interés
Sin saber qué hacer, Jessica y su madre regresaron a la morgue. Se encontraron con la persona de esa área que las había estado ayudando, le comentaron lo sucedió y él les brindo su ayuda. “Si usted me espera hasta las 8 PM que ya vienen otros compañeros yo me meto a ayudarla a buscar otra vez el cadáver de su padre”, les dijo el hombre.
Mientras esperaban a que anochezca, contactaron con otras personas en búsqueda de ayuda. “Muchas personas me trataron de ayudar, entre esas me llega un mensaje de una persona que trabajaba en el hospital diciéndome que habían encontrado a mi padre”. Sin embargo, esa ayuda venía con un interés de por medio. En el mensaje le pedían 2.500 dólares para entregarle el cadáver de su padre.
“Indignada le pregunté a esa persona qué en dónde se encontraba mi padre. Me dijo que estaba en Emergencias. A mí me pareció raro porque yo misma había entrado a emergencias a buscarlo, y él no estaba ahí. Yo no iba a pagar esa cantidad de dinero por un cuerpo que ni siquiera estaba viendo”, cuenta Jessica aún con desconsuelo, un mes después de estos hechos.
Un momento de calma
A las 7:30 de la noche Jessica recibió una llamada de una de las personas a quienes solicitó ayuda. “Jessica encontramos al Dr. Jácome, está en Emergencias. Quédate en el área de Emergencias porque ya van a sacarlo y así lo reclamas. Nosotras acabamos de ver el cuerpo, y en efecto, es él”, le dijeron.
Ya aliviada y tranquila, fue a Emergencias. Preguntó por su padre, pero le seguían diciendo que él no estaba ahí; que no tenían a nadie. “Cuando supuestamente estaban buscando a mi padre de nuevo, un joven camillero se acerca a nosotros”:
- ¿El cuerpo estaba con ropa o sin ropa?, preguntó el joven.
- Sin ropa, respondimos.
Cuando Eduardo Jácome se desmayó, aún estaba vistiéndose, así que lo sacaron de casa en ropa interior y envuelto en una sábana naranja.
El camillero regresó y les mostró cuatro fotos de un cadáver a Jessica. Ella confirmó que ese era su padre, pero le faltaban sus anillos de matrimonio. “Se lo comenté al joven, pero me dijo que no tenía nada”.
Finalmente, y después de una jornada traumática entre cuerpos y enfermos, alrededor de las 8:30 de la noche del 31 de marzo, Jessica recibió el cuerpo de su padre, quien fue sepultado el 1 de abril.
Jessica es parte de los cientos de ciudadanos que han atravesado el calvario de desapariciones de cuerpos, corrupción y negligencia alrededor de las muertes por coronavirus. “Tuvimos un trago muy amargo. Fuimos dos mujeres que tuvimos que afrontar esta situación solas. Muchas personas siguen pasando por lo mismo. No es justo que se aprovechen de la desesperación y el dolor de las pérdidas para obtener dinero; como lo hicieron conmigo”.
Ella y su madre no supieron nada del cadáver de Eduardo Jácome durante 12 largas horas de agonía. Su familia tuvo la fortuna de poder encontrar el cuerpo de su ser querido y poder darle sepultura. Pero, esta realidad no es la misma para todos.
En hospitales públicos aún continúa el drama de decenas de personas que denuncian desapariciones de cadáveres.
Según la fiscal del Guayas, Yanina Villagómez, hubo una supuesta negligencia por parte de funcionarios de hospitales públicos en el manejo de los cadáveres.
El Ministerio de Salud Pública informó el 1 de mayo que, “debido al estado de descomposición de los cuerpos, la Fiscalía dispuso aplicar un proceso antropológico para su identificación, que será aplicado por el Servicio Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses a escala nacional”.
La Fiscalía indicó que en los hospitales Teodoro Maldonado Carbo, Guasmo Sur, y de Los Ceibos en Guayaquil, había cinco contenedores en los que guardaban 237 cadáveres de los que se habrían identificado 106. Desde el mes de mayo, a causa del estado de descomposición y porque nunca fueron etiquetados con nombres, 130 cadáveres están pasando por un proceso de identificación en Criminalística.
El país ha entrado en un proceso de paulatina reapertura. A pesar de eso, el inadecuado manejo y pérdida de cadáveres, o fallecidos que ni si quiera aparecen registrados en el sistema virtual que creó el gobierno, ha provocado que el tiempo siga suspendido para decenas de familias que siguen buscando a sus seres queridos en un mar de negligencias e incertidumbres.