Ecuador vive su tercera ola migratoria: 40.000 ecuatorianos han ido rumbo a México
Aquel día la temperatura marcaba 42 grados centígrados en el desierto de Sonora. Algo completamente inusual para Christian Barbecho Quezada, de 15 años, acostumbrado al clima del austro ecuatoriano que apenas sobrepasa los 25 grados. Su padre le daba ánimos, puesto que él ya había cruzado la frontera entre México y Estados Unidos de manera ilegal, y esta vez regresó a Ecuador para llevar a Christian y unificar la familia.
Pero algo salió mal. El coyote los abandonó a medio camino. Padre e hijo erraron por tres días tratando de llegar a la frontera. Sin agua y bajo el sol abrasador, el joven murió.
Horas después los encontró la policía. Mónica Quezada los esperaba en Nueva Jersey, pero aquel 21 de junio no recibió mensajes de su esposo e hijo. A los tres días contactó a la organización 1800 Migrante que ayuda, a través de las autoridades mexicanas y estadounidenses, a buscar a migrantes que desaparecen o son detenidos en la frontera.
Ella sabía los peligros del viaje. La familia es oriunda de la parroquia Sinincay, del cantón Cuenca. “A mi hijito lo dejé cuando tenía tres añitos, no lo había visto en 12 años, pero nunca me imaginé que pasaría esta tragedia”, dice esta madre.
En lo que va del año, 1800 Migrante recibió alertas sobre la desaparición de 15 ecuatorianos en la frontera México-Estados Unidos.
Si Christian viajaba solo o moría también su padre, dos desaparecidos más se hubieran sumado. Pero los que logran cruzar la frontera son miles. El deseo de llegar al país del norte en busca de mejores días es más fuerte que el miedo.
Entre enero y junio de 2021, más de 67 mil ecuatorianos volaron rumbo a México, según las estadísticas migratorias del Ministerio de Gobierno. La mayoría salió “por turismo”. Pero apenas han retornado 28 mil personas. Eso deja un saldo de 39 mil migrantes.
Si descontamos un par de cientos que se habrán quedado a estudiar y trabajar en el país azteca, la respuesta de en dónde están los demás es más que obvia: del otro lado de la frontera está el sueño americano.
Esta cifra es a todas luces escandalosa. En noviembre de 2018, México eliminó el requisito de visa para ecuatorianos, con el argumento de incentivar el turismo. Los expertos ya alertaban lo que podía pasar. Ese año, cuando todavía se necesitaba visa, no retornaron unas 1.300 personas que viajaron a ese país. Para 2019, esa cifra se disparó a más de 16 mil y para 2020, pese a la pandemia, fue de más de 14 mil.
Evidentemente, este año será uno de los de mayor éxodo. Sin embargo, la tercera ola migratoria inició hace algunos años, cuando al país se le acabó la bonanza petrolera.
CINCO DÉCADAS DE MIGRACIÓN
El fenómeno no es nuevo. La primera ola migratoria se produjo a partir de la década de 1960, cuando entró en crisis el mercado de los sombreros de paja toquilla, que era base fundamental de la economía de las provincias de Cañar y Azuay. Tanto indígenas y campesinos que trabajaban en la elaboración de los sombreros, como negociantes que los exportaban hacia Estados Unidos, empezaron a migrar al país del norte. Los unos en busca de trabajo; los otros, para rearticular las conexiones económicas.
Estos “pioneros” protagonizaron las primeras experiencias migratorias clandestinas, desarrollando estrategias para cruzar las fronteras y luego insertarse económicamente en Estados Unidos.
Llevaron a sus familiares y amigos, y fueron la génesis de lo que ahora se conocen como coyoteros. Así lo describe una investigación denominada “Análisis de las políticas públicas en torno a la trata de personas y el tráfico de migrantes en Ecuador”, de Savethe Children International.
En la cultura migrante, enraizada sobretodo en el austro ecuatoriano, el coyote es una especie de guía para llegar al destino, hacer una nueva vida, reunificar familias. Además, el coyoterismo tiene una cadena que involucra a “enganchadores”, chulqueros, falsificadores de documentos, abogados, agencias de viaje, hoteles y otros negocios que son parte de un mercado informal y clandestino que todos conocen, pero se hacen de la vista gorda. En Azuay incluso hay templos para pedir a los santos por el buen viaje de los migrantes.
Así lo explica Soledad Álvarez Velasco, experta en Migración y con un doctorado en Geografía Humana. Dice que, si las autoridades no entienden estas dinámicas básicas del fenómeno, no es posible encontrar soluciones. “Claro que hay un crimen. Claro que es una economía ilegal. Pero el Estado tiene postura cómoda de criminalizar y nada más. Esto es el reflejo del país”, cuestiona Álvarez.
Esa primera ola de migración llegó a su pico años más tarde, sobre todo en 1986, cuando la administración de Ronald Reagan expidió la Ley de Reforma y Control de Inmigración (IRCA, por sus siglas en inglés) para regularizar a quienes llegaron a ese país, antes de 1982. Esta legislación penalizó a quienes contrataban migrantes indocumentados.
La segunda ola de éxodo ecuatoriano fue la década de 2000 por la crisis financiera. En ese entonces España e Italia se configuraron como dos importantes países de destino. Esta etapa se extendió hasta 2008. El gobierno de Rafael Correa impulsó varias iniciativas para el retorno de los migrantes, no con los resultados esperados. El fenómeno se ralentizó, pero a partir de 2014, cuando terminó el boom petrolero, los ecuatorianos empezaron a salir de nuevo.
Prueba de ello es que al 2007, en Estados Unidos residían poco más de 500 mil connacionales y para 2019 eran más de 738 mil, destacando que estos son registros oficiales, sin contar con los indocumentados. Estos datos los recoge Soledad Álvarez, junto a un grupo de investigación, en el informe “Sobreviviendo entre crisis: la diáspora ecuatoriana al presente”.
LOS MIGRANTES SOSTIENEN AL PAÍS
Según estudios académicos, más de 175 mil ecuatorianos abandonaron el país en el año 2000. El drama quedó retratado en las imágenes de las familias viendo partir los aviones en el antiguo aeropuerto Mariscal Sucre. Hasta 2007 salieron cada año en promedio 98 mil compatriotas, según los saldos migratorios. Sin lugar a dudas, los ecuatorianos que no han retornado de México en los primeros seis meses de 2021, dan cuenta de la nueva ola por esa ruta.
Las imágenes se vuelven a repetir en los aeropuertos. Sin embargo, hay una paradoja en esta tragedia en la que se rompen familias y quedan víctimas en el desierto.
A pesar de la pandemia y de las previsiones pesimistas, el año anterior los migrantes le inyectaron a la economía ecuatoriana cerca de 3.400 millones de dólares, superando a las remesas del año 2007. Y esto es casi 1.000 millones más de lo enviado por los compatriotas hace seis años, cuando empezó esta nueva oleada.
“La mayoría de migrantes proviene de zonas pobres, donde no hay ni agua potable, no hay fábricas ni empleo, no hay hospitales y los niños a veces no van a la escuela. Cuando llegan a Estados Unidos tienen todo, dejan de ser pobres de un día para otro. Eso hace que la migración no se detenga a pesar de los riesgos”, dice William Murillo, director de 1800 Migrante. Por eso lo arriesgan todo: muchos ya no tienen nada que perder.
Los coyotes cobran entre 10 y 15 mil dólares por el viaje, y ofrecen hasta tres oportunidades si los detiene la policía fronteriza y son deportados. En Estados Unidos, un ecuatoriano indocumentado llega a ganar entre ocho y 10 dólares por hora. Trabajando unas 60 horas semanales puede superar los 2.000 dólares al mes.Eso hace que la deuda con el coyote se cancele en un par de años, mientras envían dinero a sus familiares. Aunque indocumentados o ilegales, viviendo el miedo diario de la deportación y aguantando el racismo, para ellos es un mejor escenario que Ecuador.
Indudablemente, la migración ilegal no es un problema que se puede solucionar por decreto. Pero también es evidente que los gobiernos no han tomado acciones concretas. El viceministro de Movilidad Humana, Carlos Alberto Velástegui dice que el gobierno prepara un informe de los movimientos migratorios desde 2018, año en que México retiró el visado y se convirtió en la nueva ruta del éxodo. Esta información será compartida con todas las instituciones del Estado para dar respuestas. Pero mientras eso llega, miles de ecuatorianos se exponen cada día a los riesgos de atravesar el desierto.