Las huellas de dolor detrás de los asesinatos de policías en Ecuador
En esta historia los héroes de uniforme mueren y los villanos desaparecen, o terminan en cárceles a la espera de una investigación que se vuelve infinita para las familias de quienes paradójicamente, se encargan de salvar vidas en las calles.
Abril de 2021, un impacto de bala penetra en el estómago del sargento Franklin Lascano. Quien propinó el disparo, según la versión policial, era un conocido antisocial que intentó robar a uno de los compañeros de Lascano a la altura de un semáforo en la vía Perimetral en Guayaquil, mientras se movilizaban en un vehículo particular.
“Él (Franklin) solo hacía su trabajo, pero este delincuente, al ver que mi hijo se bajó por la parte de atrás del vehículo a detener el robo, cambió la dirección del arma y le disparó a mi hijo”, cuenta César Lascano, padre del servidor policial, que llevaba más de 25 años en la labor de resguardo.
César, residente de San Roque en Quito, llevaba un día normal en su negocio cuando mataron a su hijo. El televisor estaba encendido como de costumbre, pero una noticia que salió en la pantalla cambió su vida por completo. Era el rostro de su hijo, estaban anunciando su fallecimiento. César y su esposa se desmoronaron.
“Yo a mi hijo no lo cambiaría por nada. Lo recuerdo como él fue siempre, un señor, buen hijo. Yo a la Comandante le dije: podrán darle algo a la familia, pero eso no reemplaza lo que mi hijo significaba para mí”, sostiene.
Este padre de familia es consciente del peligro que representa ser policía en un país donde la delincuencia no respeta ni a las autoridades. Su hijo David también es policía, dice que él, pese a lo sucedido con su hermano, no siente temor, que lo hace con vocación de servicio, agrega.
En lo que va del 2021, existe un registro de al menos media docena de servidores policiales, que han sido atacados de muerte durante acciones relacionadas a su labor como vigilantes del orden público.
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En otra ciudad ecuatoriana, una niña de 8 años se aferra con fuerza a la fotografía de su padre, el cabo de la Policía Nacional, Carlos Naula. Su anhelo más grande -desde que asesinaron a su progenitor en el Distrito Nueva Prosperina de Guayaquil- es que Dios ponga en reversa el tiempo y se lo devuelva, así lo cuenta su madre, Lennya Martillo.
El asesinato de Naula quedó registrado en cámaras, mientras se dirigía a un mini mercado a comprar. En la grabación se observa cómo un sujeto acompañado de una mujer discute con el cabo. Acto seguido, el antisocial -quien 24 horas después fue aprehendido- le dispara en la cabeza al gendarme provocándole una muerte inmediata.
Martillo, embarazada de 8 meses, aún no logra conectarse con la realidad, ni asimilar lo sucedido. “A veces siento que escucho la moto de él llegando a casa, y me da emoción; pero luego lo pienso otra vez, y me doy cuenta de que él ya no está”. Su voz tiembla y dice sentirse desesperada por conocer las motivaciones del asesino de su esposo. Al igual que todos los familiares de las víctimas que hablan en esta nota, ella espera que se haga justicia.
El ataque mortal a miembros de la fuerza pública, más reciente, fue el sucedido en Guamaní, sur de Quito. El hecho ocurrió mientras Jorge Chiliguano y su compañero Danilo Herrera, hacían labores de patrullaje. Según datos de la policía, dos sujetos que se movilizaban en moto, habrían disparado a los gendarmes, causándoles heridas de gravedad.
Chiliguano de 41 años, quien presentó un trauma craneoencefálico por el paso de una bala, falleció en el lugar de los hechos; mientras que Herrera se mantiene en recuperación en una casa de salud de la policía con pronóstico reservado.
Tras este último hecho, la Policía Nacional recordó el juramento policial de ofrendar la vida, si fuera necesario, para proteger y defender a la sociedad ecuatoriana y sus bienes. Sin embargo, tras esa promesa, impera el dolor e indignación familiar de perder a quienes muchos reconocen como héroes.