Se duplica el número de migrantes en Latinoamérica: pasó de 8,3 millones en 2010 a 16,3 millones en 2022
Por: Catalina Lobo Guerrero - Red Investigativa Transfronteriza. Este reportaje se publica como parte de una alianza con OjoPúblico.
Las noticias migratorias suelen ser un retrato de un momento de crisis en alguna frontera. Y así es difícil comprender un fenómeno que ha ido cambiando la cara del hemisferio en la última década. OjoPúblico quiso hacer lo contrario. Durante un año se presentaron pedidos de información en 17 países, se construyeron y recopilaron 8 bases de datos de varias instituciones, se escucharon testimonios y se analizó la información. En vez de centrarse en una historia particular y en un punto específico del mapa, trató de ver el panorama completo y entender cómo las políticas migratorias inciden en el proceso en todas sus etapas: las razones por las cuales la gente abandona sus países de origen, las rutas que toman, cómo ha sido la acogida y si se quedan allí o regresan, de manera voluntaria o por obligación.
PARTIR: LOS MOTIVOS
Esta historia macro comienza con un hecho específico: un terremoto de siete puntos en la escala de Richter que sacudió a Haití siete minutos antes de las cinco de la tarde, el 12 de enero de 2010. La catástrofe dejó más de 200.000 muertos y un millón y medio de personas se quedaron sin casa y sin motivos para quedarse en la isla. Así empezó la huida masiva de haitianos, un fenómeno que no ha parado y que ha marcado el cambio de dinámica migratoria de las Américas: ya no van solo al norte, sino a todas partes.
A pesar de toda la ayuda internacional, las condiciones sociales, políticas y económicas en Haití solo empeoraron, así que algunos cruzaron la frontera, dispuestos a establecerse en República Dominicana. Era la opción más cercana, pero no la mejor. El estado que ocupa el lado derecho de la isla La Española no ha acogido de buena manera a sus vecinos. El racismo, la xenofobia y la exclusión histórica se han expresado en leyes discriminatorias, como la sentencia 168 de 2013, que le quitó la nacionalidad dominicana a miles de hijos de haitianos; en el muro que el gobierno de Luis Abinader construye para evitar que crucen más personas; en la devolución de mujeres embarazadas para que no den a luz en su país. A pesar de todo eso, se estima que ya en República Dominicana viven casi 500.000 haitianos.
La mayoría ha ido más lejos, a los Estados Unidos (750.000) o Canadá (100.000) en el norte. Otros fueron rumbo al sur, a Brasil, (143.000), a construir los estadios de fútbol y coliseos deportivos inaugurados para el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos del 2016, o a Chile (100.000) país que no les exigía visa y ofrecía buenas oportunidades de empleo. Se estima que actualmente hay más de un millón y medio de haitianos viviendo en otros países del hemisferio.
A los haitianos se sumaron luego otros latinoamericanos y caribeños que también abandonaron sus países de origen en la última década, hacia destinos imprevistos a lo largo y ancho de todo el hemisferio, y en cantidades nunca antes vistas.
Se habla con alarma del éxodo de un poco más de 7 millones de venezolanos, superando incluso a la cantidad de sirios que huyeron de la guerra, pero si se suma el resto de nacionalidades, se estima que el número de migrantes que viven en la región casi se ha duplicado, pasando de 8,3 millones en 2010 a 16,3 millones en 2022.
Dicho en números redondos: hoy siete de cada diez migrantes son intrarregionales (migran dentro de América Latina) y, según el informe de tendencias globales de desplazamiento de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) de 2022: “Más de 2 de cada 5 nuevas solicitudes de asilo fueron presentadas por personas nacionales de América Latina y el Caribe, principalmente de Cuba, Nicaragua y Venezuela”.
Esos números son un reflejo de lo que sucede en varios Estados de la región: han perdido la capacidad de garantizar derechos y ofrecer una buena calidad de vida a sus habitantes. Se han ido tras el “sueño americano” a Estados Unidos –el mayor destino migratorio del mundo–, pero también a otros países del hemisferio, incluso a los rincones más insospechados a donde no habían migrantes. “Desde 2010, ninguna región en el mundo ha experimentado un mayor aumento relativo de la migración internacional como América Latina y el Caribe”, dice un informe reciente del Migration Policy Institute (MPI).
¿Cómo es el flujo de migración en el hemisferio?
Algunos países no tenían ninguna tradición de acogida, más bien eran expulsores: Colombia –por su conflicto armado interno y más de seis millones de desplazados–, Ecuador –por sus crisis económicas e inestabilidad política– y México –por su tradición migratoria de trabajadores hacia el vecino del norte y miles de víctimas de la violencia del narcotráfico.
Hasta 2010, los mexicanos (se calcula que unos once millones de ellos viven en Estados Unidos) constituían el mayor número de personas que cruzaban el Río Grande. En poco tiempo, sin embargo, fueron igualados o incluso superados por personas de otras nacionalidades, a veces consideradas refugiados y a veces migrantes.
Además de los haitianos y dominicanos, hay otro grupo de caribeños que ha emigrado en números cada vez mayores en la última década: los cubanos. Hasta el 2013 eran obligados a tramitar un permiso especial de salida de la isla, pero empezaron a viajar en avión con mayor facilidad cuando el Gobierno eliminó este requisito. Miles de ellos salieron para no volver, como lo habían hecho en décadas anteriores sus abuelos o padres.
Sus planes de viaje se aceleraron con el deshielo entre Cuba y Estados Unidos en diciembre de 2014. Temerosos de que el gobierno estadounidense cambiara su política migratoria, miles de isleños empacaron sus maletas y emprendieron viaje a principios del 2015. En los meses siguientes, unas 7.400 balsas fueron interceptadas por la guardia costera estadounidense, mientras que unos 38.000 lograron llegar a pie a la frontera sur de Estados Unidos.
La tendencia migratoria no solo ha continuado, sino que ha aumentado en los últimos años. Se estima que el 2022 podría ser el año en que más cubanos han pedido refugio en Estados Unidos: 178.000. La cifra supera las crisis y éxodos anteriores y el país, cada vez más envejecido y con una población en descenso, se está quedando sin jóvenes.
En la ruta hacia el norte, los cubanos se han encontrado con miles de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos. Desde 2011, empezaron a salir más y más y, a partir de 2014 y hasta el 2019, los migrantes provenientes del llamado Triángulo Norte de Centroamérica fueron el mayor grupo que intentó cruzar la frontera sur entre México y Estados Unidos.
Unos 43.000 pidieron asilo en 2014. Cinco años después la cifra había ascendido a un poco más de 378.000. ¿Por qué se iban? Por varias razones. Miles de ellos eran muy jóvenes, incluso menores de edad, y escapaban de la violencia intrafamiliar o de la violencia de género.
“Lo único que recuerdo de allá, era cuando estábamos con mi papá. Él le pegaba a mi jefa. Nos corría en la madrugada a la calle, nos tiraba las cosas para afuera y le robaba los poquitos que ella hacía lavando ropa ajena y planchando... Me agarró como rabia, frustración. O sea, a los doce años. Imagínate, yo ya no estaba pensando en jugar a las pelotas, yo estaba pensando en ayudar a mi mamá y a mis hermanas. Yo llegué a su trabajo y le dije: ¡Me voy!... Me voy para Estados Unidos... Mi viejita se agachó y se puso a llorar, agarró los últimos 3.500 de su quincena y me los entregó”.
Dani, Hondureño
Algunos de estos jóvenes ya tenían parientes en Estados Unidos, pues desde mediados de los años ochenta los salvadoreños, hondureños y guatemaltecos han emigrado hacia el norte, escapando de las guerras civiles, de los desastres naturales y luego de la violencia de las maras, el mejor ejemplo de un proceso migratorio fallido: son pandillas conformadas por hombres con récords criminales que fueron deportados desde Estados Unidos, luego de cumplir condenas en las cárceles, y que al volver terminaron reproduciendo las mismas estructuras delictivas en sus países de origen.
La situación económica de estos países centroamericanos tampoco ha sido la mejor en los últimos veinte años. Los gobiernos no han logrado reducir los índices de pobreza, los salarios son bajos y el cultivo de café ha venido a menos. Ante este panorama, no sorprende que un tercio de los habitantes de los países del Triángulo Norte quiera emigrar, como lo revela un estudio reciente del World Justice Project.
A los haitianos, cubanos y centroamericanos que eran los que más emigraban antes del 2015, se sumaron luego los venezolanos. Los precios internacionales del petróleo se desplomaron a finales del 2014 y con ellos se derrumbó la economía del país. El bolívar se devaluó hasta perder prácticamente todo su valor, la hiperinflación se comió los ahorros y pensiones de la gente y la escasez de alimentos y medicamentos alcanzó cifras récord (de manera extraoficial se estima por encima del 50% , porque el Gobierno venezolano dejó de publicar este índice luego de que la escasez llegó al 28% en 2014).
Como resultado, 9,3 millones o uno de cada tres venezolanos sufrió inseguridad alimentaria, según el Programa Mundial de Alimentos, y Naciones Unidas empezó a hablar de crisis humanitaria a partir del 2016 por tantas muertes de neonatos.
“Yo salí obligada, mi niño en ese tiempo tenía dos años y medio y él cayó en desnutrición porque no teníamos comida... en Venezuela se compraba por número de cédula y a mí solamente me daba chance de comprar los miércoles. Entonces, cuando yo salía los miércoles, no conseguía leche, no conseguía crema de arroz –que es el alimento que uno le daba–, no conseguía nada para el niño... La pediatra decía que el blanco de los ojos él ya lo tenía amarillo y decía que necesitaba el calcio que le da la leche a los chiquitos”.
Matilde, Venezolana.
Miles de personas protestaron por esta situación contra el gobierno de Nicolás Maduro, pero se encontraron con una fuerte represión militar. El Gobierno encarceló a los disidentes y líderes de oposición, tomó el control de las instituciones y censuró a los medios de comunicación. Paralelamente, los venezolanos vivían una situación de violencia generalizada, asediados por la inseguridad y delincuencia, con grupos criminales que actuaban con impunidad y controlaban hasta las cárceles.
Ante esta situación, el número de solicitudes de refugio de venezolanos se triplicó en todo el mundo a partir del 2015 y esa tendencia continuó durante los siguientes tres años. Un estudio reciente de la firma encuestadora Consultores 21 afirma que en el 48% de los hogares venezolanos hay, al menos, un familiar viviendo en otro país.
La mayoría cruzó la frontera con Colombia. Tres millones de venezolanos se han quedado allí. Otros 500.000 buscaron una oportunidad en Ecuador. Un millón y medio de personas decidió continuar el viaje hasta Perú y otros 400.000 llegaron a vivir a Chile. La misma cifra se ha radicado en Brasil.
Un número menor de venezolanos también se ha asentado en Argentina, Panamá, República Dominicana, Uruguay, Trinidad y Tobago, Guyana, Aruba y Curazao. Incluso han ido a Paraguay, que es otro de los países de la región de donde la gente huye en busca de mejores oportunidades económicas, principalmente a países vecinos como Argentina.
“Estamos hablando de una diáspora que rompe las tendencias migratorias normales. El caso venezolano es sui géneris, porque ellos no tenían ni vocación ni experiencia migratoria”, dice María Clara Robayo, profesora de la Universidad del Rosario en Bogotá y experta en migraciones.
Al éxodo venezolano se sumó luego el nicaragüense, especialmente a partir de 2018, cuando el Gobierno de Daniel Ortega reprimió las protestas masivas en su contra. La violencia de los cuerpos de seguridad y los paramilitares afectos al Gobierno dejaron un saldo de más de 300 muertos en unas pocas semanas, y cientos de líderes estudiantiles y otros opositores y disidentes encarcelados.
Para finales de ese año, ya había unas 30.000 peticiones de asilo de nicaragüenses en varios países. Muchos huyeron a la vecina Costa Rica –país que ha tenido una tradición de puertas abiertas con los exiliados del continente– o a Panamá, donde creían que podrían tener buenas oportunidades de trabajo.
En total, se estima que entre 2018 y 2022, unos 604.485 nicaragüenses han abandonado su país. La situación política ha ido de mal en peor y no se vislumbra una salida fácil ni pronta. Por eso, entre quienes permanecen todavía en Nicaragua, un porcentaje significativo se quiere ir. Así lo reveló un estudio reciente de la firma Gallup, que encontró que al 57% de los nicaragüenses le gustaría emigrar. Más de la mitad de los encuestados piensa que su destino ideal es el sueño de tantos: Estados Unidos.
Esta versión del reportaje ha sido acortado por Vistazo. Puede acceder a la versión completa aquí.