Las rebeliones que se levantaron en 2022
Durante la última semana de octubre, el Congreso del Partido Comunista chino virtualmente nombró emperador a Xi Jinping. En un acto desagradable, su antecesor el presidente Hu Jintao fue levantado de su asiento y sacado del Pleno.
Cuando intentó pedir explicaciones, Xi le indicó con la mano que se fuera. La explicación fue que Hu Jintao estaba enfermo, sin embargo, especialistas internacionales consideraron que el desplante fue parte de la coreografía preparada para borrar en el presente cualquier logro que pudiera haber tenido Hu.
Paradojas de la política, el mayor despliegue de poder de Xi Jinping, que lo ubica a la altura de Mao Tse Tung y Deng Xiaoping, ha comenzado a empañarse, por lo que él considera su más reciente logro: la política de confinamiento draconiano a infectados con COVID-19.
En China, según el gobierno, apenas han ocurrido 6.000 muertes por COVID-19, mientras que en Occidente los decesos por esta causa se cuentan por millones. China, añaden, ha priorizado la salud sobre la economía y esto se ha logrado con el confinamiento de las grandes ciudades.
Ahora mismo, está cerrada Guangzhou, una ciudad de 11 millones de habitantes, que es un centro industrial. El pasado marzo, en cambio, los 25 millones de habitantes de la ciudad de Shanghái fueron confinados por el aparecimiento de 19 casos durante dos meses.
Fue una odisea. Tanto científicos como la población en general, tienen la certeza de que no se puede aislar a millones y someterlos a confinamientos inhumanos para detener o hacer desaparecer al virus. Lo único que logra la convivencia es la vacunación, que precisamente no lo ha hecho China de manera masiva con personas de la tercera edad.
La ira por la política irracional del confinamiento ha ido leudando y se desbordó durante esta quincena, cuando en un incendio el confinamiento impidió que los bomberos puedan acudir a un edificio en la ciudad de Urumqi, en la provincia de Xinjiang. Diez personas murieron.
La difusión de los reclamos a través de las redes sociales no pudo ser totalmente censurada porque los manifestantes encontraron símbolos para expresar su inconformidad. Así, muchos exhibieron papeles en blanco por la censura.
Las protestas callejeras se extendieron hasta centros universitarios, entre ellos la prestigiosa Universidad Tsinghua, el alma mater del actual gobernante Xi Jinping.Los manifestantes no solo pedían un cambio en la draconiana política del COVID-19 y su confinamiento,sino que exigían menos censura, más libertad y hasta la renuncia de Xi Jinping.
Durante más de una década, el gobierno de Xi ha ido recortando las libertades a través de la censura en los medios digitales. Automáticamente se eliminan palabras y no existen, por ejemplo, referencias a hechos como la revuelta de Tiananmen, ocurrida en 1991.
Todo aquello que contiene una mínima crítica al partido o funcionarios públicos se borra y la Policía visita y amenaza a quien lo ha hecho.
El Comité Político y de Acción Legal del partido tuvo una reunión de emergencia, después de la cual se dijo que las protestas eran promovidas desde el extranjero y que aplicarían el rigor de la Ley contra los manifestantes y quienes las difundan.
IRÁN
Si en China el detonante fue las muertes en un incendio por las medidas draconianas para eliminar el COVID-19, en Irán en cambio, la muerte de la joven Mahsa Amini encendió la mecha.
Amini había llegado desde Kurdistán a Teherán de paseo. Al salir del Metro, por no llevar el velo correctamente fue detenida por la Policía de la moral. En custodia fue apaleada hasta morir.
Mujeres de todos los ámbitos y edades salieron a las calles a protestar por su muerte y a exigir un cambio en la obligación de llevar el velo. A ellas se unieron otros manifestantes demandando mayor libertad. El Régimen volvió a usar la mano dura.
Se estima que en las protestas han muerto unas 350 personas. Sin embargo, las manifestaciones han continuado, atrayendo incluso a personalidades.
Así, en la Copa Mundial el equipo de Irán se negó a cantar el himno en protesta por la represión durante el inicio del partido contra Inglaterra.
Entre quienes también han protestado contra el Régimen está una sobrina directa del actual gobernante del ayatolá Ali Khamenei, quien ha pedido a los gobiernos extranjeros que corten toda relación con “el gobierno asesino de niños”. Se trata de Farideh Moradkhani, una activista de derechos humanos, hija de la hermana del clérigo.
Los manifestantes en una u otra forma continúan luchando contra la teocracia que los ha gobernado durante 43 años y que únicamente se ha enriquecido y sumido al país en un gran aislamiento y retraso.
Observadores internacionales creen que el gobierno se volverá más represivo, pero que la población luchará y existe una alta posibilidad de una guerra civil.
Según un análisis de la revista The Economist: “Los ayatolás se enfrentan a un enemigo interno. No obstante, sus aliados en la región están renuentes a ayudarlos. La difícil supervivencia del Régimen es por ahora un asunto en solitario”.
En este momento, para aplacar la protesta general los ayatolás han desmantelado a la Policía de la moral y se anuncian cambios en el uso del velo.
CUBA
En Cuba las protestas han girado también en torno a la libertad. Las manifestaciones se iniciaron en julio de 2021 por el pedido de artistas, escritores y gente de cultura de menos censura y más libertad de expresión.
Como era de suponer el Régimen respondió con violencia y encarceló a 1.400 personas, de las cuales más de la mitad continúa presa y unos 380 han recibido sentencias de hasta 25 años por participar en una protesta, entre ellos hay jóvenes adolescentes. La mano dura no ha impedido nuevas manifestaciones.
En el primer semestre de este año, se contabilizaron más de 1.700 protestas, incluyendo desafíos callejeros. La mayor manifestación ocurrió tras el paso del huracán Ian, que dejó en septiembre sin electricidad a más de 11,1 millones de habitantes por más de una semana.
Las plantas eléctricas cubanas funcionan con petróleo y debido a la crisis de Venezuela, el crudo subsidiado se ha reducido considerablemente.
“Queremos luz, queremos libertad”, fue el grito. Esta situación ha puesto a los cubanos en un dilema: terminar en la cárcel o emigrar.
En el último año más de 200 mil, un dos por ciento de su población ha salido del país. Muchos de los artistas que iniciaron las protestas han ido a España, donde acaba de morir el más famoso de los bardos cubanos, Pablo Milanés, que se convirtió en un severo crítico del partido por impedir a la gente ser libre.
En definitiva, las protestas no han sido por el encierro del COVID-19, el uso del velo o la libertad creativa, sino que han sido parte de la lucha por valores universales: la gente quiere hablar, cantar, escribir y pensar como le plazca, quiere elegir a quien gobierna y también sacarlo cuando lo hace mal. En otras palabras: democracia.