Caso "González y otros": un desaparecido rearma la tragedia

Allen Panchana
Esta fotografía de diario El Universo registra la captura de Jhonny Gómez. Erwin Vivar (testigo protegido) asegura haber compartido calabozo con él antes de que ambos fueran echados al Estero Salado.

Que un mes planificaron el asalto a la farmacia, que no hubo tiroteo y que la Policía mató a los que estaban en el piso boca abajo, reveló Erwin Vivar, chofer de la banda y uno de los cuatro desaparecidos que tras 13 años sin saber de él, hoy es testigo protegido.

Que él volviera estaba descartado. Mireya Vélez se sentía viuda. Trece años sin saber del hombre con el que convivió una década y con el que procreó un hijo que apenas caminaba cuando él desapareció. Hace poco le informaron que Erwin Daniel Vivar Palma ha vuelto. Que está vivo. Ella tembló: “¡No puede ser! ¡Me están engañando! Estoy segura que me hubiera llamado”, solloza mientras se arrebuja en el envejecido mueble verde del estrecho departamento que arrienda. “¡No esperaba nada, ni cuerpo, ni huesos!”, añadió.

Su hijo Fernando, flanqueado por unos gruesos lentes, hoy de 15 años, áspero, como ajeno al drama, le ofrece un vaso de agua para que se calme. “Yo solo te he tenido a ti, mamita… No sabemos quién es el que ha vuelto”.


Erwin Vivar era uno de los cuatro desaparecidos
tras el asalto a una farmacia, en Guayaquil, donde
hubo ocho ajusticiados. La Fiscalía inculpó a
15 personas, incluido un exministro de Gobierno.

Quien ha regresado es Erwin Vivar y su extenso testimonio rearma la historia. Tenía 32 años aquel amanecer del 19 de noviembre de 2003 cuando llegó manejando un auto a una farmacia de La Alborada, al norte de Guayaquil. “Un mes planificamos el asalto, en casa de Jhon. Él era el nexo entre todos, pero nos reunía por separado. Como soy bueno al volante me dijo para ser el segundo chofer”.

Erwin arribó a la farmacia junto a Seydi Vélez Falcones, su sobrina política y la única oficialmente detenida por el hecho que dejó ocho acribillados y cuatro desaparecidos. Seydi fue sentenciada a seis años de cárcel.

“ME DARÍAN 20 MIL DÓLARES”

Trece años se vuelven toda una vida. ¿Seguro no sabía nada de él? “¡Se lo juro! ¡Nunca me contactó!”, responde Mireya, de grandes ojos negros y rostro enjuto. Erwin Vivar tiene ahora 45 y el estatus de testigo protegido. Cuando ocurrió la masacre era un contador que llevaba un mes desempleado, tras ser despedido de una avícola. “Nunca debí aceptar esa propuesta… Si salía bien, me darían 20 mil dólares. Le ofrecí 10 mil a Seydi y ella aceptó. Se necesitaba una figura femenina para distraer al encargado del control del dinero”.

Él insiste, en su declaración de seis páginas, que “era mi primera vez”, aunque ya registraba dos detenciones por estafa en enero y febrero de 2000. Y una por robo, supuestamente en febrero de 2004. Fecha extraña: para entonces ya estaba reportado como desaparecido.


Mireya Vélez pasó 13 años sin saber del hombre
con el que convivió una década y con el que procreó
un hijo que apenas caminaba cuando él desapareció.

Ya en 2003 y 2004 varios informes con cluyeron que los desaparecidos pudieron haber sido asesinados por la Policía. Incluso se comparó al caso –ahora llamado “González y otros”– con el de los “Hermanos Restrepo”. Fue una cita policial “concertada para matar”, estableció la primera veeduría. Y lo confirma la “versión libre y sin juramento” de Erwin Vivar dada hace 11 meses en la Embajada de Ecuador en Caracas.

“Había otro carro blanco. No era el de la banda. Igual recibimos la orden de empezar. Seydi se puso nerviosa. No quería entrar. Llegó la otra persona y la obligó, empujándola. Yo me quedé parado en la puerta, lado derecho, y escuché cuando dijeron ‘esto es un asalto’. Me aterroricé y me quedé parado junto a la puerta. No pasaron ni cinco minutos cuando entraron los agentes (vestidos de civiles). Dijeron: ‘Somos Policías, dejen sus armas y tírense boca abajo’. Yo me arrodillé. Al frente mío, en el lado izquierdo de la puerta, había dos que gritaban. Uno decía que era mensajero de la farmacia y el otro, un cliente que compraba pañales”. Eran Guime Córdova y el pastor Carlos Andrade, ambos de 32 años.

La versión del reaparecido da otras pistas. “Erick Salinas (expolicía, cuya imagen fue divulgada por diario El Universo) le disparó al mensajero. Y dijo: ‘¡Así se mata a estos desgraciados!’. Quise huir, pero afuera me detuvo un agente”. El testigo es contundente: “No hubo tiroteo, la Policía mató a las personas que estaban boca abajo”. Los informes confirman que los disparos (entre cuatro y 15 en cada cuerpo) fueron, en su mayoría, por la espalda y a escasos 50 centímetros.

“Me esposaron y subieron a una camioneta. Y trajeron al otro detenido, a Jhonny. En el carro escuché la voz de Seydi. Allí me picaban con algo que tenía electricidad y perdí el conocimiento. Después me acordé del teléfono y llamé a mi esposa. Le dije: ‘Mireya, me agarró la Policía. Me despido de ti. Cuida mucho a mi hijo. Te amo”. En el carro Jhonny les preguntaba: ‘¿Dónde nos llevas, desgraciado? Si nos vas a matar, ¡hazlo rápido!’. Y le respondieron: No, niñas, se van a podrir en la PJ”.

Los familiares de los desaparecidos acudieron a la Policía Judicial (PJ) de Guayaquil ese mismo 19 de noviembre. Pero allí negaron las detenciones. Erwin Vivar narra: “Jhonny y yo estuvimos en un cuarto oscuro pequeño, sin comer, beber ni poder hacer nuestras necesidades biológicas. Nos pusieron bolsas plásticas negras en la cabeza. Siempre nos preguntaban quién era el jefe de la banda. Nos sacaban en el carro a pasear y allí nos torturaban. Siempre los dos mismos agentes, que andaban con pasamontañas. Nunca supe quiénes eran. Nos patearon, golpearon en las costillas y me dijeron: ‘hace rico el amor tu sobrina’. Me molesté mucho. No tenían derecho de abusar de Seydi”.

Erwin Vivar dice estuvo entre ocho y 10 días encerrados, siempre con Jhonny Gómez. “Un día nos sacaron a otro lugar, donde a Jhonny le pusieron las manos hacia atrás, le amarraron los pies y lo guindaron de los pulgares, porque era el más resabiado. Luego me dijeron: ‘Mamita, te toca a ti’. Me sentaron, me esposaron con las manos hacia atrás, me amarraron los pies a las patas de la silla. Prepararon un palo, le amarraron un trapo, lo mojaban y comenzaban a preguntar: ‘¿Dónde está el jefe de la banda?’. Jhonny no decía nada, yo tampoco. Y nos caían  con el garrotazo y la corriente. Jhonny rogaba que le quitaran las esposas, le apretaban. Los policías le pegaban muy fuerte y uno le dijo: No te preocupes, igual vas a morir”.

MORIR EN EL ESTERO SALADO

El testimonio no detalla nada sobre los otros desaparecidos, aunque sí ahonda en el desenlace. “No entiendo cómo sobreviví. Viendo que no teníamos fuerzas ni para pararnos, nos llevaron al último paseo, al pie del estero Salado (detrás de la PJ). Me quitaron la bolsa de la cabeza y me echaron a esa agua negra. Luego, a Jhonny. Creo que él ya estaba moribundo. Yo empecé a nadar hasta lo más profundo, empecé a sentir las balas cerca de mi cuerpo. Y agarré el cuerpo de mi amigo Jhonny y me cubrí. Dejaron de disparar porque asumieron que ya estábamos muertos. Seguimos con la corriente, perdí el cuerpo de Jhonny y logré salir por el lado del Batallón del Suburbio”.

El padre del sobreviviente, cuya casa fue allanada horas después del frustrado asalto, lo ayudó a esconderse un tiempo en varios lugares. Hasta que la madre de Erwin Vivar, que vivía en Venezuela, regresó a verlo y se volvieron juntos. En ese país anduvo por varios lugares, hasta que se radicó en Achaguas, 350 kilómetros al sur de Caracas. “Mi tía Fátima en Guayaquil solicitó mi partida de nacimiento. Con eso mi mamá tramitó en Venezuela mi pasaporte. Yo quería dejar atrás este hecho traumático, comprar mi casa, sacar la nacionalidad venezolana y desenvolverme solo”. La Fiscalía descubrió en mayo de 2015 que uno de los cuatro desaparecidos estaba vivo: se había empadronado para votar en la Embajada en Venezuela. La fiscal Silvia Juma viajó hasta Caracas para verificar la información y hablar con él.

Aunque los padres de Erwin Vivar sabían su paradero, Mireya Vélez denunció la desaparición de su esposo siete días después del frustrado asalto. “Nunca me enteré de nada”, recalca ella mientras remueve cartones en el único y estrecho cuarto del apartamento. Saca las fotos que conserva de Erwin: el primer viaje de enamorados. El día de la boda. Ella embarazada de Fernando que es su segundo hijo (tiene también una hija de 27 años, que fue criada por Erwin Vivar). “Seguimos casados”, apunta ella, aunque él en su declaración señala que es soltero. “Yo, desde el día de su desaparición, tuve que aprender a trabajar. Me he dedicado a vender chatarra. Y con eso he mantenido a mis hijos”. Mireya abre un cajón y muestra los materiales que comercializa al peso, como cobre. “Lo que gano apenas me alcanza para la comida, los útiles del colegio de Fernando y para los 180 mensuales de alquiler”.

Según Migración, Mireya Vélez no registra salidas del país en la última década. Y aunque hace casi un año las autoridades supieron que él vivía, ha tardado el retorno de Erwin Vivar. El fiscal general, Galo Chiriboga, informó que Vivar llegó a Quito el domingo 19 de junio. Incluso se mostró preocupado. “Solo la Fiscalía sabe dónde lo tenemos y hemos visto a la Policía merodear por el lugar”.

El Ministerio Público aclara que no hay jugada política entrelíneas, sino jurídica: Recién en noviembre de 2015 prescribió el juicio penal en el que los cuatro desaparecidos constaban como prófugos de asalto y robo. Mientras el ministro del Interior, José Serrano, advirtió el 28 de junio que la justicia “debe llegar hasta los responsables políticos que daban las órdenes para que se exterminen delincuentes”.

La de Erwin es la historia de un sobreviviente que rearma la tragedia. Y la de Mireya, su todavía esposa, la de una mujer cuyas heridas vuelven a sangrar. Aun así, ella mantiene el mismo mensaje en su perfil de WhatsApp: “Cada día agradezco a Dios por todo lo que tengo”.