Solitario y tímido, el argentino Santiago Maratea se convirtió en el Aladino de las redes. En plena pandemia se dedicó a recaudar millones de dólares para los más necesitados. Resultados espectaculares y atípicos.
Santi es flaco, alto y viste ropa holgada, sus ojos azules parecen transparentes. Tiene los rasgos cansados para tener tan solo 28 años. Habla pausadamente, pero de repente se puede acelerar al hablar de una injusticia.
En sus filmaciones en redes sociales se transforma en un actor que quiere llegar a su objetivo. Se pone creativo, se sonríe, argumenta brillantemente con el único fin de llegar al monto que necesita para la causa que escogió.
“Desde hace cinco meses estoy exhausto porque me dedico a que resulten las colectas, no hay tiempo y tengo que cumplir”.
Tuve la oportunidad de entrevistar a Santi Maratea mientras estuvo con la delegación argentina de atletismo en Guayaquil. Dos días antes había logrado reunir el dinero necesario para que 35 atletas argentinos puedan viajar a Ecuador luego de que el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD) comunique que no podía costear el traslado de sus atletas al Sudamericano.
Al enterarse del impedimento, Maratea no solo comenzó la campaña para recaudar los fondos suficientes (160.000 dólares) sino que además en menos de dos días negoció el costo del vuelo chárter con la empresa South American Jets y consiguió un descuento de 60 mil dólares.
Santiago volvió a usar su llegada como influencer para una buena causa. Así como en su momento consiguió dos millones de dólares en tan solo 10 días para comprar un medicamento para Emma, una bebé que padece Atrofia Muscular Espinal (AME).
Todos recuerdan la última llamada que realizó antes de cumplir la meta: “Hola, necesito ayuda para la bebé, faltan 500.000 dólares”. Colgó y cinco minutos después se evidenciaba el depósito en la pantalla de su computadora. La donación fue anónima, pero el rumor es que fue de Lionel Messi o del Kun Agüero.
Cada día Santi publica “stories” en IG y pide ayuda, se filma en vivo y explica todo desde la transparencia y la emergencia. Me comentó que decide ayudar cuando no hay ninguna zona oscura en la causa: “Si las personas tienen preguntas, no van a donar, todo debe ser claro y urgente. Además, mi filosofía es que todo lo que das vuelve. Hay que basarse en esa creencia nada más, es casi una inversión”.
Santi es un ser empático y solitario, obsesivo y sencillo. Hablar con él fue un momento único. Mientras lo escuchaba le dije que tenía la mirada triste y ensayó una sonrisa. “Soy triste y feliz a la vez. La palabra pasión viene de pasivo; suelo ser pasivo frente al encanto de algo”.
DRAMA FAMILIAR
Sin duda, Santi es un ser especial porque su familia tuvo que atravesar duros golpes en la vida y saben de resiliencia.
De chico le costaba concentrarse en la escuela. En casa se encerraba horas en el baño porque era el único lugar de la casa donde tocaban para entrar. Rafael, su padre, cuenta que cuando Santi llegó a la mayoría de edad decidieron con su esposa Mariana que no podía estar todo el día en casa y le impusieron estar fuera de nueve a 17.
Empezó a deambular por las calles y apareció la primera idea solidaria: pedirles a los dueños de kioscos callejeros que le regalen alfajores que él iba a entregar a desconocidos, de ahí pasó a obsequiar pañuelos, zapatos hasta dinero a desconocidos.
Santi tiene la sensibilidad de su madre y la obstinación de su padre, quien fue abandonado por su progenitora cuando apenas tenía cuatro años y echado de la casa por su padrea los 20. “Al comienzo paré en la casa de diversos amigos, pero luego terminé durmiendo en la calle. Fue muy difícil”, contó su papá Rafael al diario La Nación.
Poco después conoció a Mariana, la mamá de Santi; estudió y se convirtió en consultor de una empresa de origen británico. En 1999 creó su propia firma dedicada a la capacitación empresarial. A los 33 años enfrentó su primer diagnóstico de cáncer; batalló tres años y tuvo una remisión completa de su enfermedad hasta que volvió a sus 50 años. Lo peor no había llegado aún. En agosto de 2019, la mamá de Santiago se suicidó por depresión.
De sus cuatro hermanos, Santi se quedó con la tristeza y unas ganas inagotables de ayudar al prójimo. Me contó que escucha conferencias de filosofía antes de dormir, admira a los músicos más que la música en sí.
Todas sus palabras mueven el piso de su interlocutor. Tiene una mente deslumbrante que cuestiona todo. ¿Quién eres Santi?, le pregunté.
“Un influencer curioso, nuevo y obsesivo. Me gusta el arte, las marcas, la moda, el baile, la actuación, las redes sociales. Soy de las personas que puede escuchar la misma canción tres días sin parar”, señala.
Cuando me despedí del argentino sentí muy hondo el pálpito de un corazón solidario. Su madre Mariana se fue sin dar explicaciones; Santi está intentando dar un sentido a su vida.