El día que se desplomaron dos casas en Zaruma a causa de un socavón, Gladys Gómez, una de las 300 evacuadas del caos, terminó en el hospital. No porque algún escombro haya golpeado su humanidad, sino por los instantes de terror que vivió, al ver que la casa de su padre, contigua a la de ella, se desmoronaba con su familiar todavía adentro. Perdió el conocimiento.
Una grieta de unos 70 centímetros -calcula Gladys- alertó que algo andaba mal con el terreno. Entró a su hogar y corrió hacia la conexión que había entre su residencia y la de su padre, Celso Gómez, para gritarle: “la casa se cae”.
Marcelo Romero, habitante de Zaruma, fue tras Gladys hacia el dormitorio de su padre, lo “levantó en brazos como un muñeco” y se movió a zona segura. Cuando bajaron y cruzaron la calle, la casa se derrumbó. “Por segundos no se los lleva a ambos”, relata. “A ese señor yo no lo he visto, pero quisiera darle un abrazo”. Él, otro vecino y un policía fueron los héroes, dice emocionada.
Por recuperar su carro, el esposo de Gladys también estuvo al borde de una desgracia. Mientras se salvaba a don Celso, su esposo corría a sacar el carro ubicado en el garaje de la casa en riesgo. El hermano de Gladys logró gritarle al hombre que no se meta, mientras decidía, la tierra se hundió junto con el automotor.
Llegar a ese momento implica rebobinar algunos hechos, dice Gladys. Uno de ellos es que, meses atrás, y por no decir, desde siempre, los estruendos bajo tierra han sido permanentes. “Eran 50, 70 tacos de dinamita que explotaban. Se sentía la vibración de la casa en las ventanas. Como esto ya es una costumbre que se ha escuchado toda la vida, pensamos, ¿a quién se dice algo? y ¿van a hacer algo?”, dice decepcionada.
Pleven Carrión, quien estaba a unos 50 metros de la zona afectada por el socavón, recuerda que esa noche salió de la casa de sus padres para saber de qué se trataban los gritos de la gente en la calle. Su tía abuela, Carmela Toro, y su primo vivían en el tercer piso de la casa afectada. A Carmela, Gladys, quien se cruzó con ella al intentar rescatar a su padre, la empuñó del brazo y le advirtió que salga porque la casa estaba a punto de caer.
“Mi tía no logró sacar nada de su casa, solo se quedó con la ropa puesta. La familia que vivía en el primer piso también evacuó, pero no sé cómo se hizo con ellos”, dice Pleven.
UNA GUERRA AVISADA DESDE HACE AÑOS
A Pleven le molesta que, pese a que hace años, ya se conocía la situación de riesgo en la que vive Zaruma, a causa de la minería ilegal, las autoridades hayan desatendido la situación. “Siempre se escuchan las explosiones. Suelen ser a las 11:00 de la noche. Se sabía que estaban metidos debajo del casco urbano de Zaruma”. Y pese a los reclamos por tales detonaciones, las “autoridades han hecho oídos sordos” a esta situación, agrega.
La falta de control, corrupción y el quemeimportismo de las autoridades han afectado el casco urbano de Zaruma, poniendo en riesgo vidas humanas y la pérdida del patrimonio cultural de la urbe, sostiene Pleven.
En 2017, cuando colapsó la escuela La Inmaculada y se reveló la fisura de varias casas en el casco urbano de Zaruma, corregir esta situación en la ciudad era urgente, dice el ingeniero ambiental, Mauricio Jaramillo, quien trabajó en un proyecto de remediación contratado por el gobierno de entonces, pero que nunca se llegó a ejecutar, asegura.
En este proyecto, del que prefiere no decir el nombre, y que fue realizado hace dos años y medio, Jaramillo recuerda que la primera conclusión a la que se llegó fue la evacuación de alrededor de 80 familias del casco urbano, quienes, en ese momento, ya se encontraban en riesgo de que sus casas se desplomaran. “Hace años se debía evacuar una parte del casco céntrico de Zaruma”, afirma.
“Formamos un equipo técnico de geólogos, mineros, ambientales. Y se realizó el estudio de suelo, en el que detectamos que este ya se encontraba en un estado de amenaza. Y que se debía hacer un plan de evacuación en el casco céntrico. Se elaboró toda la parte técnica, se habló con la gente de las casas afectadas y lo que ellos nos mencionaban era que quería una solución pronta, porque había lugares en los que ya se sentía que dinamitaban debajo”, comenta.
Sobre la situación de Zaruma hay numerosos estudios y planes de remediación, pero ninguno ha surtido el efecto deseado por la falta de coordinación, opina Jaramillo. “No solo se trata de dar soluciones técnicas, sino de ver que existe un problema social y económico de las personas que viven de la minería”, sostiene.
Desde la perspectiva de Jaramillo, la clave está, primero, en evacuar para no lamentar pérdidas humanas, cuyo paso ya lo inició Gestión de Riesgos. Luego, se debe proceder a taponar las entradas a las minas y rellenar el terreno, pero lo más importante, sostiene, es el control que las autoridades impongan ante la minería ilegal en esa zona.
ACCIONES DEL GOBIERNO
En un informe del Ministerio de Energía y Recursos no Renovables, se explicó que, tras el socavón en Zaruma, se ordenó elaborar imágenes digitales que permitan conocer las características de la superficie del terreno afectado. También se dispuso controles continuos para evitar que la minería ilegal siga carcomiendo el suelo, y se capacitó a personal militar en seguridad durante trabajos subterráneos al interior de las minas.