El pasado 23 de mayo, Valmiro Aparecido da Silva, de 54 años, se enteró de que se habían agotado todas las posibilidades de una recuperación, y por lo tanto, debía esperar su pronta muerte.
Mientras enfrentaba su trágica realidad, el hombre aún anhelaba conocer las cataratas de Iguazú, un paisaje de ensueño localizado en la frontera entre Brasil, Argentina y Paraguay, lo cual no pasó desapercibido por sus familiares y doctores.
Nueve días después, sus ojos se posaban sobre los árboles y animales que atestiguaban el recorrido que él, asistido por allegados y médicos de su unidad, llevaba a cabo para llegar a un mirador contiguo a una de las siete maravillas de la naturaleza.
Finalmente, recostado sobre una camilla y rodeado de su familia, Valmiro observó por un largo rato las enormes cataratas que resaltaban entre un abismo embellecido por begonias rojas, orquídeas de oro, bambúes y bejucos con flores trompetas.
“Hoy el último deseo fue especialmente diferente”, escribió el personal del hospital a través de la cuenta de Instagram del centro, compartiendo junto al mensaje una fotografía del paciente descansando junto a un equipo de enfermeras conmovidas por la escena.