La empleada postal Iryna Fedyania cubre con su risa sonora el retumbar de los combates entre fuerzas rusas y ucranianas cuando distribuye en manos propias las pensiones a los temerosos jubilados ucranianos que se aglutinan en torno a su furgoneta.
Un chófer la conduce través de los puestos de control y lugares tan expuestos a los ataques rusos que los soldados se esconden en los bosques circundantes.
Luego estaciona la camioneta de la Oficina de Correos de Ucrania en un rincón y la deja hacer su trabajo.
Durante horas, Iryna cuenta el efectivo adeudado a cada pensionista e inscribe su nombre en un gran registro.
"Por la mañana me digo que todo estará bien y que Dios me protegerá", comenta esta mujer de unos 50 años, haciendo alusión a su total impotencia frente al peligro de las explosiones que resuenan en las colinas cercanas.
"Rezo y luego voy al frente. ¿Qué más puedo hacer? ¡No podemos dejar a la gente sin dinero! Si no les pagamos, ¿quién lo hará?" se pregunta en voz alta.
La respuesta a su interrogante preocupa a una parte de la población civil de esta región.
Los rusos estarían encantados de pagar las pensiones si en los próximos días llegaran a tomar el control de varias aldeas, entre ellas Mayaky.
Varios habitantes no se sienten profundamente apegados al gobierno de Kiev y aquí la población es mayoritariamente de habla rusa.
- Bombardeos contra civiles -
Los cohetes y misiles ya se cobraron la vida de varios civiles, como en un ataque ruso en la estación de Kramatorsk o en Járkov, más al norte.
Ucrania y Rusia se acusan mutuamente de bombardear periódicamente a los civiles que tratan de salir de las zonas de combate.
Alrededor de la furgoneta, algunos jubilados suspiran ante el ruido de las explosiones, otros gruñen y se tapan los oídos con las manos.
"Por supuesto que tengo miedo. Ha habido muchos ejemplos de bombardeos contra civiles", explica Larissa Zibareva. "Cada vez que venimos a recuperar nuestra pensión, bombardean", lamenta esta antigua obrera agrícola de 63 años.
"El mes pasado, los combates fueron tan intensos que no pensábamos que los servicios del Estado vendrían a pagarnos. Pero vinieron de todos modos", comenta.
Los soldados ucranianos se detienen para comprar dulces y cigarrillos en las dos pequeñas tiendas de Mayaky.
"Ahora que Occidente empezó a ayudarnos, no tenemos problemas de suministro de víveres ni de armas. Tenemos todo lo que necesitamos", subraya un oficial de inteligencia ucraniano, que pide ser identificado como Micha.
"El único problema real son los uniformes y la falta de cigarrillos. Tenemos uniformes completamente diferentes pese a que estamos en la misma unidad", lamenta, antes de sumergir la cabeza en el río Siverski Donets, que hace las veces de línea divisoria entre las fuerzas ucranianas y rusas.
"Desde el comienzo de la invasión rusa, es mi primera zambullida", se felicita. "Es bueno saber que la temporada de verano comenzó", añade.
A pesar de este paréntesis bajo el sol, los rumores sobre un avance ruso cerca de Mayaky y su río aumentan.
Iryna podría ser una de las primeras en saber exactamente lo que está sucediendo.
"Voy de pueblo en pueblo. Los visito todos al menos una vez al mes", explica. "Voy donde es seguro, o al menos, donde es relativamente seguro. No puedo ir a los lugares donde los combates son más violentos", precisa.